Tribuna:

Treinta años

No sé cuándo fui por primera vez a los toros. Debió de ser al principio de los ochenta, pero no recuerdo ni el año exacto ni quiénes toreaban. En mi memoria solo permanecen de esa época las tardes de triunfos, la famosa corrida de los victorinos, con Esplá y compañía, y una de Antoñete creo que en el San Isidro siguiente. Sí recuerdo, en cambio, la última a la que asistí: hace dos temporadas, otra vez en San Isidro, para ver a Morante de la Puebla. Recuerdo, nítida, su faena con el capote. Desde entonces no he vuelto. Ninguna decisión me lo ha impedido, solo las prisas de la vida y los ...

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No sé cuándo fui por primera vez a los toros. Debió de ser al principio de los ochenta, pero no recuerdo ni el año exacto ni quiénes toreaban. En mi memoria solo permanecen de esa época las tardes de triunfos, la famosa corrida de los victorinos, con Esplá y compañía, y una de Antoñete creo que en el San Isidro siguiente. Sí recuerdo, en cambio, la última a la que asistí: hace dos temporadas, otra vez en San Isidro, para ver a Morante de la Puebla. Recuerdo, nítida, su faena con el capote. Desde entonces no he vuelto. Ninguna decisión me lo ha impedido, solo las prisas de la vida y los compromisos.

Durante casi 30 años he sido un aficionado irregular, convencido de que la tauromaquia es un arte y entregado a su causa, pero intermitente en mi fidelidad. Estaba en Las Ventas la histórica tarde de Rafael de Paula en la Feria de Otoño del 87 y lo seguí días después a Sevilla y luego al Puerto de Santa María, esperé en innumerables ocasiones a Curro Romero sin más premio que el de capturar aquí y allá algunos retazos de su genio, tuve la suerte de estar donde debía para gozar de la humilde maestría de Curro Vázquez, vi a Joselito con seis toros y al Julio Aparicio de los inicios, pero hubo años en los que el tedio de muchas tardes me robó las ganas. No he visto a José María Manzanares -al padre sí-, ni a Talavante ni a José Tomás. Estoy seguro, sin embargo, de que si los viera y estuvieran inspirados, la experiencia estética que me llevaría no sería inferior a la que proporcionan otras artes. Sería distinta, nada más, ya que cada género artístico concita emociones diferentes.

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Siento que haya gente que se cierre a priori a esa experiencia. Reconociendo la nobleza de sus motivos, me compadezco de ellos igual que me compadezco de alguien que se priva de la lectura de una buena novela o que lamento, en lo que a mí atañe, no haber sabido hacerme con el bagaje que me permita disfrutar en su plenitud de una ópera o del teatro nô japonés.

Marcos Giralt Torrente es escritor.

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