Análisis:ANÁLISIS

La gran novela americana

Todos los caminos de la literatura estadounidense llevan a Samuel Langhorne Clemens, que firmaba Mark Twain. En Estados Unidos, y dicho en brocha gorda, hay dos grandes escuelas literarias y un solo dios verdadero. El dios es Twain, claro, y las escuelas defienden, una el realismo (más o menos sucio) y otra, la experimentación (más o menos post, trans, neovanguardista). Lo de escuela es literal, porque la primera triunfa en los talleres de escritura de la Universidad de Iowa y la segunda, en los de la de Brown, en Rhode Island.

En el fondo, Mark Twain es el profeta. El dios es un muchac...

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Todos los caminos de la literatura estadounidense llevan a Samuel Langhorne Clemens, que firmaba Mark Twain. En Estados Unidos, y dicho en brocha gorda, hay dos grandes escuelas literarias y un solo dios verdadero. El dios es Twain, claro, y las escuelas defienden, una el realismo (más o menos sucio) y otra, la experimentación (más o menos post, trans, neovanguardista). Lo de escuela es literal, porque la primera triunfa en los talleres de escritura de la Universidad de Iowa y la segunda, en los de la de Brown, en Rhode Island.

En el fondo, Mark Twain es el profeta. El dios es un muchacho llamado Huckleberry. En 1984, cuando se cumplían cien años de la novela que narra sus aventuras, Norman Mailer leyó ese libro como si se tratara de la obra de un novato que su editor le hubiera enviado en galeradas. Lo recordaba como una historia de críos y se le reveló como la gran novela americana. Sí, el mito convertido en realidad, el Charles Dickens del Nuevo Mundo.

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Borges dijo que cada escritor inventa no a sus sucesores sino a sus predecesores y, siguiendo la broma, Mailer rastreó la influencia que Twain habría recibido de un puñado de nombres inevitables: Dos Passos, Steinbeck, Bellow, Vonnegut. El rastreo era fácil. Faulkner, otro sureño, se declaró heredero suyo. Hemingway subió la apuesta: "Toda la literatura moderna estadounidense procede de ese libro. No hubo nada antes. No ha habido nada después".

Por supuesto, Hemingway exageraba. Después vinieron cosas, si no tan buenas, casi tan influyentes. Salinger, por ejemplo. Pero no habría habido Holden Caulfield, protagonista de El guardián entre el centeno, sin Huckleberry. Otra cosa es que los lectores lleguen al primero saltándose al segundo. El propio Mark Twain, que escribió impagables piezas humorísticas como Diario de Adán y Eva, sabía que un clásico es "alguien a quien todo el mundo querría haber leído pero que nadie lee". Justo lo que pasa con los documentales de La 2. Alguna vez dijo también que le habría gustado que "Noé y su comitiva hubiesen perdido el barco". Pero seguro que lo decía en broma.

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