Antonio Soler bucea con 'Lausana' en el lado más amargo de la feminidad

Un viaje en tren, aunque no dure ni una hora, es suficiente para recordar toda una vida. También para imaginarla: justo lo que hizo Antonio Soler (Málaga, 1956), cuando vio en un vagón a "una anciana de unos 70 años que no parecía haber sido una mata hari", recuerda el novelista. A partir de esa imagen, la de una mujer común y solitaria, el autor afronta el reto de explicar -y "no sólo dibujar", recalca- un personaje femenino con su lado más amargo al descubierto. "Los hombres tenemos idealizada la figura de la madre. Después de hablar con muchas de ellas, ves que también son humanas". ...

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Un viaje en tren, aunque no dure ni una hora, es suficiente para recordar toda una vida. También para imaginarla: justo lo que hizo Antonio Soler (Málaga, 1956), cuando vio en un vagón a "una anciana de unos 70 años que no parecía haber sido una mata hari", recuerda el novelista. A partir de esa imagen, la de una mujer común y solitaria, el autor afronta el reto de explicar -y "no sólo dibujar", recalca- un personaje femenino con su lado más amargo al descubierto. "Los hombres tenemos idealizada la figura de la madre. Después de hablar con muchas de ellas, ves que también son humanas". El resultado es Lausana, su última novela, (Mondadori).

Es el décimo libro que publica este escritor, que ha ganado, entre otros, el Premio Planeta y el Nadal. Este último por El camino de los ingleses, que llevó al cine su amigo de la infancia Antonio Banderas. "Que unos chicos de barrio dijeran que querían ser escritores o actores era para tomarlos por idiotas", recuerda de aquella época con una tranquila sonrisa.

En la novela, Soler se mete dentro de la cabeza de Margarita, una persona frágil que sufre las humillaciones de su entorno. El autor atraviesa ese caparazón y cuenta lo que se esconde detrás: rencor, odio y asco, incluso hacia su propio hijo. Nadie querría que su madre hubiera firmado líneas como esta: "Aquellas tardes de domingo amamantando al niño, esa cosa siniestra".

"Siempre me interesó mucho la visión femenina. Se podría decir que llevo documentándome desde los cuatro años. Cuando era pequeño y se formaban grupos separados, el de los hombres se me quedaba pequeño. Ellas conversaban sobre sentimientos, cosas que me atraían más".

Margarita fantasea con que una bomba atómica pulverice el mundo y así conseguir la ansiada tranquilidad. "La felicidad es algo que ni se plantea", comenta Soler. Con la intención de ver a su hijo, que vive en Suiza, la protagonista realiza el trayecto Ginebra-Lausana. "El tren simboliza el paso de la vida". Soler dará pistas en cada parada para entender a Margarita, esa madre herida a la que él conoce tan bien.

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