La abstención en Cataluña

Más allá de la abstención

De nuevo se han encendido las alarmas por la elevada abstención en las elecciones europeas. Podría hablarse ya de un rito post-electoral que exhibe interpretaciones de parte, lamentaciones más o menos sinceras e incluso la indisimulada satisfacción de algunos profetas de la catástrofe. Pero tanto la preocupación de los responsables políticos como la de los medios de comunicación suele ser pasajera. Sería bueno que el debate prosiguiera y se ampliara con algunas consideraciones menos episódicas y más de fondo. Sin afán de novedad y con ánimo de reiteración, aquí van algunas aportaciones a este ...

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De nuevo se han encendido las alarmas por la elevada abstención en las elecciones europeas. Podría hablarse ya de un rito post-electoral que exhibe interpretaciones de parte, lamentaciones más o menos sinceras e incluso la indisimulada satisfacción de algunos profetas de la catástrofe. Pero tanto la preocupación de los responsables políticos como la de los medios de comunicación suele ser pasajera. Sería bueno que el debate prosiguiera y se ampliara con algunas consideraciones menos episódicas y más de fondo. Sin afán de novedad y con ánimo de reiteración, aquí van algunas aportaciones a este debate.

1. La abstención electoral es un síntoma, pero no es el mal. Expresa de forma periódica un malestar crónico y creciente respecto del funcionamiento de las democracias, aquí y en otros países europeos. Buscar remedios al síntoma -por ejemplo, reformar el sistema electoral- sin entender el factor que lo genera puede ser bienintencionado, pero es poco eficiente y en el peor de los casos se convierte en una maniobra de distracción.

Seguirá habiendo abstención si el sistema político no da pruebas de mayor adaptación a las condiciones de nuestra sociedad
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2. El malestar democrático -la desafección- se genera en la falta de confianza que padecen en general las instituciones de la democracia representativa. Si una vigilancia cautelosa frente al poder y a sus posibles abusos es una característica necesaria de la democracia, la desconfianza sistemática y generalizada ante todas sus actuaciones se convierte en un obstáculo grave para su buen funcionamiento.

3. Esta pérdida de confianza nace de algunos comportamientos inadecuados -y en algunas ocasiones abiertamente condenables- de los actores políticos principales, pero se produce sobre todo porque las instituciones de la democracia representativa fueron concebidas en un entorno muy diferente al de hoy: en lo económico, cultural, familiar, laboral, internacional, etcétera.

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4. Aplazar la actualización de las instituciones públicas agudiza su pérdida de credibilidad. Son instituciones públicas todas las que se mueven en el ámbito político: las que dependen del Estado y de las administraciones, pero también los partidos, los medios de comunicación, los llamados agentes sociales... Todos ellos ejercen responsabilidades políticas en el sentido sustantivo del término.

5. ¿Cómo recuperar parte de la credibilidad perdida? Se echan en falta una mayor inteligibilidad de sus procesos, una más fácil accesibilidad a la información con que cuentan y una mayor intervención ciudadana en sus decisiones. Hay que hacerlas menos exclusivas y acercarlas más a la ciudadanía, eliminando filtros, barreras y obstáculos. Se dispone de toda una panoplia de medidas concretas que permitirían hacerlo.

6. La tarea no avanzará a golpe de consulta electoral ni de cambios de gobierno. Se trata de una tarea permanente, de ciclo largo y que requiere amplios apoyos sociales para superar débiles voluntades políticas. ¿Imposible? Tan imposible como pudo parecer hace 150 años la implantación del sufragio universal, la escolarización obligatoria hasta los 16 años o la equiparación legal de mujeres y hombres.

7. Finalmente, hay que atender a nuevas manifestaciones de intervención popular que no pasan siempre por el canal institucional establecido. Son otros modos de expresión ciudadana en el siglo XXI. No están a salvo de patologías y perversiones que pueden afectar a los principios del sistema democrático; pero, depurados de tales desviaciones, son un componente democrático del que no se puede ni debe prescindir.

La atención de la opinión pública por la abstención electoral se desvanecerá pronto. Hasta que se produzca una nueva cita con las urnas. Pero no aumentará la participación electoral si el sistema político no ha dado pruebas de mayor adaptación a las condiciones de nuestra sociedad y a su potencial de implicación ciudadana. Progresan en la buena dirección algunos gobiernos locales, donde las experiencias de participación y aproximación entre ciudadanía y decisión pública van ganando terreno. El aprendizaje que responsables políticos y ciudadanos obtienen de tales experiencias debería ser un recurso disponible para contribuir a la renovación democrática general. Sólo entonces será posible superar el lamento pasivo y repetitivo sobre la abstención electoral.

Josep M. Vallès es catedrático de Ciencia Política y de la Administración de la Universidad Autónoma de Barcelona.

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