Columna

'Egibarrenea'

Como ha señalado Manu Montero en alguna ocasión, a Ibarretxe no le gusta nada la soberbia. Sería para nuestro lehendakari el pecado capital más censurable y en él hallarían su origen todos nuestros males. Es la soberbia la que impide que avancemos y que logremos esto y lo otro. Mas no se golpeen el pecho, señores vasquitos que me leen, ni confundan al líder con un predicador que les censure sus malas inclinaciones. No entonen ustedes ningún mea culpa, tampoco duden de su virtud ni piensen que van en la mala dirección o que el jefe supremo cuestiona la excelencia intachable de su pueblo ...

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Como ha señalado Manu Montero en alguna ocasión, a Ibarretxe no le gusta nada la soberbia. Sería para nuestro lehendakari el pecado capital más censurable y en él hallarían su origen todos nuestros males. Es la soberbia la que impide que avancemos y que logremos esto y lo otro. Mas no se golpeen el pecho, señores vasquitos que me leen, ni confundan al líder con un predicador que les censure sus malas inclinaciones. No entonen ustedes ningún mea culpa, tampoco duden de su virtud ni piensen que van en la mala dirección o que el jefe supremo cuestiona la excelencia intachable de su pueblo soberano. Nada ha cambiado en el cielo que les ha sido destinado y podrán ustedes seguir respondiendo a las encuestas con el orgullo que les caracteriza. Ustedes, nosotros, somos estupendos y los soberbios, como el infierno, son los otros. Es la soberbia ajena la que nos ahoga, la que queda fuera de toda duda cuando la recriminación se deja caer con el tono y la expresión de modestia que caracterizan a nuestro faro iluminador.

La caja es mía, viene a decirnos Egibar desde la soberbia con que pretende encubrir su fracaso

El tono, sin embargo, es una cosa y lo que encubre otra, y haría bien nuestro modoso lehendekari en mirar para casa antes de mirar el fondo del ojo ajeno y denunciar el soberbio proceder de los demás. Podría empezar por él mismo y analizar la supuesta modestia de sus discursos, aderezados siempre más que con el orgullo con la soberbia de quien se ve superior a los demás en logros, voluntad, naturaleza y destino. Y podría detenerse luego en su fiel escudero, el caudillo de los Gui, Joseba Egibar, quien acaba de dar una última muestra de su soberbia al apropiarse de esta tierra que creíamos nuestra y convertirla en su finca particular. El señor Egibar es un pata negra que sufre indeciblemente por tener que soportar a quienes considera que no lo son. Lo disimula mal que bien mientras los acontecimientos no le contrarían, pero a nada que éstos le opongan un obstáculo su soberbia explota, allanando incluso los principios democráticos que considera consustanciales a su pedigrí, ese plus que se atribuye a fuerza de negárselo, una vez más, a los otros. La democracia española es imperfecta, o de baja calidad, como no se cansa él de repetir, y no le vamos a enmendar la plana -las democracias siempre son imperfectas y, por ello mismo, corregibles, virtud ésta que las diferencia de otros sistemas incorregiblemente perfectos-. Lo que sí nos llama la atención es su peculiar forma de hacer valer los principios democráticos cuando la realidad le obstruye su proyección mesiánica. O sus ansias de poder, que no dejan de ser la humilde contrapartida de aquella, humilde por declararse a su servicio.

No tengo ninguna duda de que la unión de las cajas vascas era, es, una operación positiva. Si las cajas fueran entidades financieras privadas seguramente se hubiera realizado ya. Pero no lo son, y no es lugar éste para analizar en qué y por qué no lo son y las servidumbres y ventajas que derivan de ello. El hecho es que tanto el intento de fusión a tres como el último de fusión a dos han fracasado hasta ahora, fracaso achacable a las cuotas de poder que las diversas fuerzas políticas se atribuyen en ellas. Y, por si no hubiera quedado clara esta servidumbre de las cajas al poder de los políticos y a sus intereses partidistas, las declaraciones de Egibar posteriores a la fracasada operación Kutxa vienen a disipar cualquier sombra de duda que pudiera albergar el pasmado ciudadano. He aquí la voz que viene de lo alto: "El ciclo de la fusión ha acabado". ¿Puede haber muestra más clara de la dependencia absoluta de las cajas del diktat arbitrario de un jefecillo político? ¿Y esta decisión despótica no cuestiona toda la operación desde su inicio, en la medida en que pudo ser dictada con una arbitrariedad similar, dado el momento, procedimientos e improvisación con que fue emprendida? La caja es mía, viene a decirnos el señor Egibar desde la soberbia con la que pretende encubrir su fracaso. Ese mismo fracaso que le demuestra que no lo es -suya-, aunque no parece haber aprendido la lección.

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