Columna

Bolivia a la 'guatemalteca'

Si hay dos países en América Latina que, al menos de lejos, se parecen, son Bolivia y Guatemala. Cierto que la primera es una nación andina y la segunda, mesoamericana, con lo que sus indígenas respectivos lo más que tienen en común es la odiada conquista y dominación española.

Pero en ambos países, de entre 10 y 13 millones de habitantes cada uno, hay una masa mayoritaria de indígenas y mestizos racialmente asimilados de por lo menos un 70% de la población, divididos en un número de etnias no muy diferente. En Guatemala se contabilizan 22, entre los que los diversos grupos pos-mayas so...

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Si hay dos países en América Latina que, al menos de lejos, se parecen, son Bolivia y Guatemala. Cierto que la primera es una nación andina y la segunda, mesoamericana, con lo que sus indígenas respectivos lo más que tienen en común es la odiada conquista y dominación española.

Pero en ambos países, de entre 10 y 13 millones de habitantes cada uno, hay una masa mayoritaria de indígenas y mestizos racialmente asimilados de por lo menos un 70% de la población, divididos en un número de etnias no muy diferente. En Guatemala se contabilizan 22, entre los que los diversos grupos pos-mayas son los más evidentes, y en Bolivia, aunque aimaras y quechuas dominan demográficamente, han de coexistir con los indígenas guaraníticos o del Amazonas.

Parecía que Morales lo tenía mucho más fácil que los gobernadores para prevalecer

Y de la misma forma que los indígenas bolivianos han sido capaces de poner a uno de los suyos, el mestizo asimilado políticamente, Evo Morales, en la presidencia, cabía preguntarse cuánto tardaría Guatemala en hacer algo parecido. Nada, sin embargo, más lejos de la realidad. Cualquier candidato indígena a la presidencia guatemalteca obtenía estos últimos años cifras modestísimas, y hasta la mundialmente famosa Nobel de la Paz Rigoberta Menchú tenía que conformarse en las elecciones de 2007 con un 3%.

La razón de ello estribaba en que la división entre los naturales tendía al infinito, y que, aparte de su básico desinterés por las ceremonias electorales, a menudo preferían votar a un candidato de la etnia dominante, fuera o no blanco, que a otro indígena. Podría pensarse que todo era cuestión de tiempo para que se produjera una unificación de esfuerzos que resultara políticamente rentable. Pero la deriva de estos últimos meses en Bolivia hace pensar que, aunque hay gran parecido entre Bolivia y Guatemala, no es en el sentido de que la segunda vaya a acabar indianizándose como la primera, sino que más bien es la primera la que tiende a actuar como la segunda.

El presidente Morales, que fue elegido en diciembre de 2005 con un 53,72% de sufragios, se enfrenta a una fronda, sin duda dirigida por el criollato de cuatro provincias orientales -la llamada Media Luna-, pero en la que participa una masa indígena considerable, sin la cual no tendría sentido. Los primeros reclutas de esa oposición al altiplano de aimaras y quechuas son los colectivos amazónicos ya citados, a los que no parece causarles mayor tensión votar por dirigentes que recurren a símbolos de la conquista española, como los de Santa Cruz, la provincia más rica del país, porque su subsuelo está que revienta de hidrocarburos.

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Y en este proceso del divide ut regna, la partenogénesis no se detiene ni siquiera en la propia etnia, sino que se extiende al interior de cada grupo; así, Savina Cuéllar, de 45 años, quechua-hablante, viuda y madre de siete hijos, acaba de ser elegida con un 57% o 58% -récord nacional- de votos gobernadora de Chuquisaca, quinta provincia del este boliviano. La razón inmediata de la conversión de Cuéllar, que era miembro del Movimiento Al Socialismo (MAS) del presidente, es una cuestión de capitalidad. La Paz, capital oficial, es tierra aimara y quechua, mientras que Chuquisaca es de población más heterogénea, aunque puede decirse que lo urbano prefiere Sucre como capital, y La Paz se defiende bien en el campo. Y, dentro de la rivalidad entre ambas, Morales terció negándose a que se debatiera en la asamblea constituyente el traslado capitalino de una a otra.

Siete de los nueve gobernadores departamentales están hoy en contra del presidente, cuatro de ellos han celebrado ya referendos -ilegales- de autonomía que en lo fundamental reclaman el control de la riqueza energética, y así han colocado a Morales en una gravísima situación. El líder indigenista había ideado como contraataque un antirreferéndum -que sí es legal- por el que la presidencia y los gobernadores sometían su permanencia en el cargo a votación, de forma que cesaban si recibían un solo voto contrario más de los que obtuvieron al ser elegidos, y Morales parecía que lo tenía mucho más fácil que los gobernadores para prevalecer. Pero lo grave es que los siete gobernadores, seguramente por ello mismo, se oponen a la celebración de la consulta prevista para el 10 de agosto.

¿Cómo se sale de este embrollo? ¿Qué pasa cuando se descubre que Bolivia, y su lucha contra los 500 años de opresión, es más bien como Guatemala? ¿Están todavía ambos poderes dispuestos a dialogar? Tantas son las 'Bolivias' que, para responder, primero habría que contarlas.

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