PRIMER AVISO

Poesía y toreo

No creo que se parezcan. Todas las aproximaciones y los vínculos entre poesía y toreo palidecen ante lo que supone el encuentro, una vez y otra, del torero con la muerte. Toda esa mezcla de gravedad y ligereza, la suspensión del tiempo, la belleza emocionante y antiquísima haciéndose cada vez de una forma nueva, la búsqueda continua de lo inefable, la música interior, el enfrentamiento entre una inteligencia vulnerable y una energía descomunal de resonancia atávica, todas esas aproximaciones que pueden servir igualmente para definir a la poesía y al toreo se debilitan ante la posibilidad de mo...

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No creo que se parezcan. Todas las aproximaciones y los vínculos entre poesía y toreo palidecen ante lo que supone el encuentro, una vez y otra, del torero con la muerte. Toda esa mezcla de gravedad y ligereza, la suspensión del tiempo, la belleza emocionante y antiquísima haciéndose cada vez de una forma nueva, la búsqueda continua de lo inefable, la música interior, el enfrentamiento entre una inteligencia vulnerable y una energía descomunal de resonancia atávica, todas esas aproximaciones que pueden servir igualmente para definir a la poesía y al toreo se debilitan ante la posibilidad de morir de verdad en cada intento y ante el ejercicio hermoso, brutal, delicado y continuo de la muerte que tiene lugar cada tarde de feria en una plaza.

Cuando se han acercado los poetas a los toros han solido hacerlo como espectadores o como cronistas de la fiesta. Han admirado tanto el arrojo de los toreros como la bravura y la nobleza del toro.

Consulto la preciosa selección que José María de Cossío preparó en 1944 titulada Los toros en la poesía y encuentro en ella ejemplos vivísimos que abarcan algunos romances anónimos llenos de luz ingenua, poemas de los siglos de oro entre los que me llama la atención un soneto de Lope de Vega donde habla un caballo después de que un toro le haya desgarrado el vientre, las quintillas de Nicolás Fernández de Moratín que se hicieron muy populares en su época -Fiesta antigua de toros en Madrid-, poemas románticos como El picador de José Zorrilla, que termina con el verso "y en grito universal rompe la gente", otros del noventayocho como el transparente La fiesta nacional de Manuel Machado y algunos ejemplos del veintisiete entre los que sobresale, desde luego, esa magistral elegía, probablemente la más perfecta de nuestra lengua, que es Llanto por Ignacio Sánchez Mejías de Federico García Lorca.

Cuando voy a los toros, parte de su belleza la recibo a través de los poemas taurinos que he leído, ellos activan en mí su emoción, su crudeza, su brillantez.

Luis Muñoz es poeta. Su último libro publicado es Querido silencio.

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