Crítica:TEATRO

Viaje a la edad de oro

Antes de entrar en la nave del Matadero, deje en consigna la ropa de abrigo, el bolso y cuanto pueda estorbarle. Pasada la puerta, en la oscuridad, un joven le indicará que se descalce. Recorra las tinieblas siguiendo una vela prendida al fondo. Siéntese en torno al círculo de arena que la rodea. Vendrán a contarle una historia y a dibujarla en la tierra con sus dedos. Observe las luces que se encienden a lo lejos, en una veintena de barracas de feria, al otro lado de un telón de gasa. Cuando se alce, camine hasta allí. Los feriantes le esperan. Participe en los juegos estrambóticos y añejos q...

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Antes de entrar en la nave del Matadero, deje en consigna la ropa de abrigo, el bolso y cuanto pueda estorbarle. Pasada la puerta, en la oscuridad, un joven le indicará que se descalce. Recorra las tinieblas siguiendo una vela prendida al fondo. Siéntese en torno al círculo de arena que la rodea. Vendrán a contarle una historia y a dibujarla en la tierra con sus dedos. Observe las luces que se encienden a lo lejos, en una veintena de barracas de feria, al otro lado de un telón de gasa. Cuando se alce, camine hasta allí. Los feriantes le esperan. Participe en los juegos estrambóticos y añejos que le proponen, déjese llevar. No se quede mirando, porque en La memoria del vino el protagonista es usted. Los actores están para guiarle, pero el camino es suyo. Suyo y de otros 80 espectadores. No detallaré en qué consiste este ritual festivo inspirado en el culto a Dionisos, porque lo disfrutará más cuanto menos avisado vaya.

La memoria del vino

Dirección: Enrique Vargas. Asistencia dramatúrgica: Rosa Romero. Coordinación: Gabriella Salvaterra. Compañía Teatro de los Sentidos. Madrid. Matadero / Naves del Español. Hasta el 13 de diciembre.

El vientre de la ballena

A los espectáculos de Enrique Vargas y de su compañía Teatro de los Sentidos se entra como al vientre de una ballena: sabiendo que hay que mojarse. Sólo cabe vivirlos en primera persona. En esta ocasión, el director colombiano ha conseguido combinar la intimidad de sus laberintos animados El hilo de Ariadna y Oráculos, que había que recorrer en solitario, uno en busca del Minotauro, el otro persiguiendo el propio futuro, con la alegría festiva de sus happenings neoyorquinos. En un instante y sin solución de continuidad, sus actores nos conducen de la exaltación -cuando pisamos uva en círculo- al recogimiento y al silencio más absolutos, y de ahí al carnaval desenfrenado.

La memoria del vino tiene mucho de vuelta a esa edad dorada donde el teatro era un ritual catártico, sin separación nítida entre intérpretes y espectadores: aquí todos jugamos a lo mismo. El público del estreno se embarcó en el viaje con entusiasmo y salió contagiado por la vitalidad de la compañía. Andábamos todos buscando nuestros zapatos entre los 80 pares varados, cuando Vargas llegó a preguntar, tímidamente, si alguien tenía algo que observarle. La versión que presenta en Madrid es nueva y todavía anda probando cosas.

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