Análisis:

Aunque nos duela

Los mejores logros surgen a veces de los escombros de anteriores fracasos. Las grandes derrotas hacen a los hombres más sabios y prudentes. Todo esto podría aplicarse a Estados Unidos, a la Administración de George Bush y a la forma en que se ha conseguido el éxito de Annapolis si no quedaran aún dudas razonables sobre la viabilidad del acuerdo alcanzado y las verdaderas intenciones de sus principales protagonistas.

Esas dudas tienen que ver, sobre todo, con la enorme dificultad para aceptar, intelectual y emocionalmente, al presidente Bush -identificado en muchas encuestas europeas com...

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Los mejores logros surgen a veces de los escombros de anteriores fracasos. Las grandes derrotas hacen a los hombres más sabios y prudentes. Todo esto podría aplicarse a Estados Unidos, a la Administración de George Bush y a la forma en que se ha conseguido el éxito de Annapolis si no quedaran aún dudas razonables sobre la viabilidad del acuerdo alcanzado y las verdaderas intenciones de sus principales protagonistas.

Esas dudas tienen que ver, sobre todo, con la enorme dificultad para aceptar, intelectual y emocionalmente, al presidente Bush -identificado en muchas encuestas europeas como la principal amenaza para la seguridad mundial-, convertido en un agente de la paz en Oriente Próximo, precisamente la tierra que se le acusa de haber incendiado con su guerra de Irak.

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Hay una resistencia lógica para asumir que el hombre de Guantánamo, Abu Ghraib, las cárceles secretas, los vuelos de la CIA, las torturas permitidas, los ataques preventivos, los neocon, Rumsfeld, Cheney y todo lo demás sea ahora el hombre que haga la paz en Tierra Santa. No puede ser, no puede Bush llevarse semejante premio, algo tiene que salir mal, dicen millones de corazones en el mundo.

Algunos cerebros comparten ese criterio. No hay que odiar a Bush para conocer los muchos planes de paz fracasados anteriormente o ser conscientes de la hercúlea misión que los actuales negociadores tienen por delante. Pero, utilizando exclusivamente el cerebro, hay que reconocerle a la Declaración de Annapolis méritos que ninguna otra iniciativa tuvo anteriormente y hay que registrarla como un gran éxito de la diplomacia norteamericana.

Esa declaración, para empezar, devuelve a Estados Unidos un papel central en Oriente Próximo, seriamente amenazado en los últimos años. Todo lo que ocurra a partir de ahora ocurrirá bajo la tutela de Estados Unidos. Rusia lo ha entendido claramente al tratar de engancharse al proceso con una propuesta de cumbre en Moscú. El último párrafo de la Declaración de Annapolis, firmada por el presidente de la Autoridad Palestina, Mahmud Abbas, y el primer ministro israelí, Ehud Olmert, afirma: "Estados Unidos supervisará y juzgará el cumplimiento de los compromisos de ambos lados de la Hoja de Ruta. A menos que las partes decidan otra cosa, la aplicación del futuro tratado de paz estará sujeto a la aplicación de la Hoja de Ruta, tal y como lo juzgue Estados Unidos". Rusia lo ha entendido. Europa debería de hacerlo también. Entre las virtudes de Annapolis hay que citar una impensable hasta hace poco: ha reunificado el campo de los moderados en el mundo árabe, ha dado una nueva vitalidad a países deprimidos y confundidos, como Egipto y Jordania, y ha reconducido a Siria, como en los buenos tiempos de la primera guerra del Golfo, por el camino del realismo y la prudencia.

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Puede decirse con razón que esto se ha hecho al precio de robustecer el papel de la discutible monarquía saudí. Puede argumentarse también que Washington se ha impuesto sólo gracias a la debilidad de sus interlocutores israelí y palestino. Y puede afirmarse, sobre todo, que no es el mundo árabe el que ha cambiado para adaptarse al modelo impuesto por Estados Unidos sino la Administración de Bush la que ha acabado aceptando el viejo status quo de la región.

Todo eso es cierto. El nuevo orden democrático que la guerra de Irak debería haber llevado a Oriente Próximo nunca llegó. Annapolis, si se quiere, no es el triunfo de la política de Bush, pero sí es el triunfo de Bush.

La declaración conjunta de Annapolis

- "[...] Expresamos nuestra voluntad de acabar con el derramamiento de sangre, con el sufrimiento y con décadas de conflicto entre nuestros pueblos; de pasar a una nueva era de paz, basada en libertad, seguridad, justicia, dignidad, respecto y mutuo reconocimiento; [...] de hacer frente al terrorismo [...]".

- "Para promover el objetivo de dos Estados, Israel y Palestina, que convivan en paz y seguridad, acordamos empezar inmediatamente negociaciones bilaterales [...] para cerrar un tratado de paz, resolviendo todas las cuestiones pendientes [...]. Nos comprometemos a hacer todo lo posible para cerrar un acuerdo antes de finales de 2008".

- "Las partes también se comprometen a ejecutar las obligaciones de la hoja de ruta".

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