Maestro del tiempo y del color

La mirada de Michelangelo

Un hombre viejo, precedido por su propia sombra, atraviesa la puerta de una vieja iglesia romana. En el interior se halla la impresionante escultura inacabada del Moisés de Miguel Ángel. El hombre la observa con veneración, en escrupuloso silencio, casi con recogimiento religioso, empequeñecido su cuerpo anciano bajo la magnitud de la obra que parece estar observándole a él. Los ojos del hombre parecen cansados pero su mirada está viva, es joven, se detiene en cada detalle con embeleso: hasta se atreve a acariciar partes de la escultura con sus manos delicadas. Luego, sale de la iglesia...

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Un hombre viejo, precedido por su propia sombra, atraviesa la puerta de una vieja iglesia romana. En el interior se halla la impresionante escultura inacabada del Moisés de Miguel Ángel. El hombre la observa con veneración, en escrupuloso silencio, casi con recogimiento religioso, empequeñecido su cuerpo anciano bajo la magnitud de la obra que parece estar observándole a él. Los ojos del hombre parecen cansados pero su mirada está viva, es joven, se detiene en cada detalle con embeleso: hasta se atreve a acariciar partes de la escultura con sus manos delicadas. Luego, sale de la iglesia con calma.

Este corto de 15 minutos, La mirada de Michelangelo, fue el penúltimo trabajo cinematográfico de Antonioni. Él mismo lo interpretó hace apenas tres años, superando su invalidez con trucos digitales. Un Antonioni "restaurado" contemplando una obra entonces también recién restaurada. Michelangelo admirando a Michelangelo. Se trata de una pieza maestra que resume ese personalísimo mirar del cineasta con el que creó algunas grandes películas. Una de ellas, La aventura, cautivó a un joven Martin Scorsese, que escribió: "Era una película que obligaba a ver el cine de otra manera. Aprendiendo a verla descubrí un nuevo mundo en el cine". La mirada de Antonioni sustituía la atención a los objetos y al espacio "por una atención a los volúmenes, a la arquitectura, al paisaje entendido de un modo humanizado y en su conjunto", como apreció Luis García Berlanga en 1961, cuando el primer cine de Antonioni deslumbró a los jóvenes españoles.

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Cuando Antonioni regresó de China de filmar el documental Chung Kuo (1972), su hija Enrica, que le había acompañado, confesó haberse quedado sorprendida al ver las imágenes filmadas por su padre: "Yo no había visto nada de lo que él vio". Ni había oído lo que había oído Michelangelo Antonioni, el poeta del silencio, como le calificó Wim Wenders al presentar en el festival de Venecia Más allá de las nubes (1995), la película que le había ayudado a dirigir.

La mirada de Michelangelo: bastaría esa pequeña pieza, compuesta de imágenes estáticas y de silencio, para situar a Antonioni entre los grandes creadores del arte cinematográfico.

Inés Sastre, en una escena de Más allá de las nubes.
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