Entre la gloria y el infierno

Salman Rushdie trató un día de soñar los antiguos sueños en un lugar diferente. Eso quiso hacer en Los versos satánicos. Nacido en Bombay en 1947 y llevado muy joven a Gran Bretaña, el escritor no fue bien comprendido por el Gobierno iraní del ayatolá Jomeini, que dictó contra él una fetua. Una condena a muerte que le enclaustró durante años, siempre vigilado por policías británicos en algún lugar de Inglaterra. Y así, desde 1989 hasta 1998. Está pronto dicho.

Desesperado, empezó a hacer pequeñas escapadas. Aparecía por sorpresa en algún acontecimiento y desaparecía a la misma ve...

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Salman Rushdie trató un día de soñar los antiguos sueños en un lugar diferente. Eso quiso hacer en Los versos satánicos. Nacido en Bombay en 1947 y llevado muy joven a Gran Bretaña, el escritor no fue bien comprendido por el Gobierno iraní del ayatolá Jomeini, que dictó contra él una fetua. Una condena a muerte que le enclaustró durante años, siempre vigilado por policías británicos en algún lugar de Inglaterra. Y así, desde 1989 hasta 1998. Está pronto dicho.

Desesperado, empezó a hacer pequeñas escapadas. Aparecía por sorpresa en algún acontecimiento y desaparecía a la misma velocidad. Así ocurrió, por ejemplo, cuando aterrizó en un curso de verano en El Escorial en el que participaba Mario Vargas Llosa. "Me aconsejaron que permaneciera escondido, que no me moviera. Y así lo he hecho, pero ya no me es posible continuar así. Necesito moverme para que no me olviden, para que se ponga fin a esa pesadilla. Si me olvidáis, moriré", afirmó el escritor angloindio. Vargas Llosa fue contundente: "Mientras Rushdie siga en las catacumbas, ningún escritor puede sentirse libre". Corría el verano de 1992 y Rushdie volvió a las catacumbas. Reapareció un año y pico después, en Estrasburgo, en la fundación del Parlamento Internacional de los Escritores. Más triste, más gordo. Ya no era el hombre combativo que vimos en El Escorial. Hacía apenas un mes, habían herido en un atentado a su editor sueco, William Nygaard. "Tenemos miedo", dijo Rushdie. Tenía miedo y contagiaba miedo. Algunos políticos no quisieron recibirle, ciertas compañías aéreas preferían que no volara con ellas.

El universo del escritor cambió cuando Irán levantó la fetua en 1998. Dejó a su familia londinense, se instaló en Manhattan y se casó con una bella modelo india. Ahora llegan de nuevo voces airadas desde Irán. Y esto no es lo peor; lo peor, con o sin fetua, ha dicho Rushdie, es que cualquier día cualquier loco le puede pegar un tiro. Las palabras de Churchill siguen siendo válidas: "No estoy de acuerdo con sus ideas, pero moriría para que pudiera seguir defendiéndolas".

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