Después de la tempestad viene la música

La hija de Fats Domino, leyenda del rock and roll, supo que su padre, de 77 años, no había muerto, como mucho se temía ella, cuando vio en una foto del periódico su enorme silueta alzada en la cesta de rescate de un helicóptero. A la vez que esto sucedía, el fundador de Big Star y héroe del power pop, Alex Chilton, se alimentaba de comida enlatada y agua mineral (así pasaron seis días) en su casa, cubierta por el agua hasta un metro de altura. Mientras, a pocos kilómetros de allí, el trombonista de jazz Glen David Andrews compartía cobijo con "saqueadores, bebés muertos y heces", según declaró...

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La hija de Fats Domino, leyenda del rock and roll, supo que su padre, de 77 años, no había muerto, como mucho se temía ella, cuando vio en una foto del periódico su enorme silueta alzada en la cesta de rescate de un helicóptero. A la vez que esto sucedía, el fundador de Big Star y héroe del power pop, Alex Chilton, se alimentaba de comida enlatada y agua mineral (así pasaron seis días) en su casa, cubierta por el agua hasta un metro de altura. Mientras, a pocos kilómetros de allí, el trombonista de jazz Glen David Andrews compartía cobijo con "saqueadores, bebés muertos y heces", según declaró a Rolling Stone en el Superdome (el estadio de fútbol donde se refugiaron miles de afectados, que lo convirtieron en símbolo de la tragedia).

El huracán Katrina se ha definido como "el peor desastre natural de la historia de América". Y sin duda, pocas veces ha estado más en peligro el presente, la herencia y la continuidad de la música popular estadounidense como en aquellos días de final del verano de 2005.

Es bien sabido Nueva Orleans ha sido sinónimo de historia viva de la música desde su fundación, en 1.718, por los franceses; desde que, a principios del siglo XIX, la ciudad contaba con la única compañía de ópera estadounidense que interpretaba repertorio francés y alemán, hasta la explosión de ragtime de las bandas callejeras, cien años después, o el interés con el que la oficina de turismo explota hoy la música en vivo en los escenarios del barrio francés.

Son casi todos los estilos que han nacido o crecido gracias a los habitantes (en el núcleo urbano vivían unas 450.000 personas antes de la tormenta) de las orillas del Misisipi. Como Buddy Bolden, que puede considerarse el pionero en improvisar el germen de lo que se daría en llamar jazz, y cuyas primeras figuras Joe King Oliver, Sydney Bechet, Kid Ory o Jelly Roll Morton fueron vecinos de la ciudad. Por no hablar, claro, del rey absoluto del estilo durante el siglo XX, un tal Louis Armstong.

La ciudad también aportó en los cuarenta o cincuenta destellos primigenios de rock and roll, a menudo en rhythm and blues aún sin destilar, con las grabaciones de Roy Brown, Fats Domino o Little Richard; prefiguró el funk con las enigmáticas melodías de Professor Longhair, o legó al mundo la figura del compositor y productor Allen Toussaint, cuya trayectoria sirve para trazar la historia de la música en la ciudad desde los sesenta, así como las carreras de hijos predilectos de Nueva Orleans de la talla de The Meters, Doctor John, Irma Thomas o Neville Brothers.

Por todo ello, no es extraño que, en las semanas que sucedieron al Katrina, músicos de todo el país donasen dinero para la recuperación de la ciudad, se organizasen conciertos benéficos para recaudar fondos o acusasen airadamente de incompetencia al presidente Bush (Kanye West muy especialmente). Los Rolling Stones, Paul Simon o Dave Matthews arrimaron el hombro. Y T. I., estrella del rap (porque también existe una versión de este género oriunda de Nueva Orleans), que fue uno de los primeros en llegar tras la tragedia, mandó 50.000 dólares de su propio dinero para ayudar a los desplazados a volver a la ciudad en la que nació. Aunque más de un año después de la catástrofe sentía, como reconocía a este diario, "vergüenza". "La ciudad no está reconstruida ni en un 20%", añadía.

Aún hoy trabajan en la ciudad varias fundaciones dedicadas a buscar conciertos para los músicos desplazados por el huracán (Nola Gigs), ayudarles a sobrellevar la desgracia (New Orleans Musicians Relief Fund) o preservar la tradición en peligro (Tipitina, título también de una de las canciones favoritas de la ciudad). Aunque por mucho que trabajen, reconocen en esta organización, hay daños irreversibles e incalculables. Como las colecciones privadas, instrumentos o grabaciones históricas que desaparecieron bajo las aguas. O dramas como el de Narvin Kimball, de 96 años, el último de los miembros vivos de la institución musical local Preservation Hall Jazz Band. Salvó el banjo en la huida, pero cuando le llegó su hora, el pasado marzo, le encontró lejos de la ciudad a la que tantas veces Armstrong le cantó estos versos: "Una tonada creole llena el aire. / Sueño con las magnolias en flor. / ¿Entiendes lo que supone extrañar Nueva Orleans / cuando es allí donde quedó tu corazón".

La colección de disco-libros 'Estrellas del jazz' se entrega con EL PAÍS los jueves y los viernes, al precio de 4,95 euros cada uno.

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