Columna

Los 3 millones de Chávez

Nadie duda, excepto los que tienen demasiado miedo a Hugo Chávez para soportar la idea de su victoria, que el ex militar vencerá en las elecciones del domingo 3 de diciembre, revalidando su mandato presidencial, y con ello habrá obtenido su tercera victoria en ocho años, citas electorales todas ellas sometidas a un control internacional que garantiza una razonable pureza del sufragio. La pregunta es con cuánta ventaja. El presidente, promotor de un ectoplasma ideológico que llama socialismo del siglo XXI, con su característica garrulería afirma que va a por los 10 millones de sufragios,...

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Nadie duda, excepto los que tienen demasiado miedo a Hugo Chávez para soportar la idea de su victoria, que el ex militar vencerá en las elecciones del domingo 3 de diciembre, revalidando su mandato presidencial, y con ello habrá obtenido su tercera victoria en ocho años, citas electorales todas ellas sometidas a un control internacional que garantiza una razonable pureza del sufragio. La pregunta es con cuánta ventaja. El presidente, promotor de un ectoplasma ideológico que llama socialismo del siglo XXI, con su característica garrulería afirma que va a por los 10 millones de sufragios, que al decir de los observadores menos subjetivos, es tan difícil como que pierda ante su único rival de alguna entidad, Manuel Rosales, gobernador de Zulia, capital Maracaibo, y caja fuerte del crudo venezolano.

La aritmética dice que para alcanzar esa millonada de sufragios -tantos como la zafra de los 10 millones de toneladas que su santo patrón, Fidel Castro, nunca pudo reunir- debería votar casi el 100% del electorado y al menos dos tercios de los sufragantes hacerlo por el líder del Movimiento V República. De manera mucho más terrenal, los que no son chavistas pero tampoco ven a Chávez como la encarnación intrínseca del mal, le dan entre 10 y 15 puntos de ventaja, y la más reciente encuesta vaticinaba que obtendría un 48% contra un 41% de su rival.

Lo cierto es, sin embargo, que cualquiera que sea la diferencia final, e incluso aunque se produjera el campanazo de la victoria del candidato opositor, que se declara socialdemócrata aunque de ningún siglo en particular, Chávez ha conseguido que su rival juegue a la contra. Su eslogan de campaña es Atrévete; atrévete a no votar al presidente. E igualmente, mientras Chávez multiplica su generosidad inaugurando obras, prometiendo mejoras y repartiendo subsidios y servicios, Rosales ha tenido que inventarse un proyecto que tiene la impronta del más puro chavismo. Lo que llama mi negra, una tarjeta de ese color que le permitiría repartir hasta el 20% de los beneficios petrolíferos, por un monto de miles de millones de euros anualmente, a los estratos más humildes de la población, y en particular a los dos millones y medio de desempleados. La cifra no es ociosa porque en unos tres millones de ciudadanos, en una población de 24 millones, se calcula el apoyo puro y duro del presidente.

Son, efectivamente, unos tres millones de venezolanos los inscritos en los cuatro programas sociales que constituyen desde su implantación en 2003 el buque insignia de ese nuevo socialismo, que aquí reciben el nombre de misiones, y se desglosan en lectura y escritura básica para adultos; escuela primaria para todos los niños que no tienen acceso a ella; estudios de bachillerato; y entrada en la universidad en los mismos casos anteriores. Rosales, obligado a jugar fuera de casa, no sólo aspira, por tanto, con métodos y largueza chavistas a conquistar esos votos, sino que, en la medida en que se produce no poca coincidencia entre ambas clientelas: desempleados, analfabetos y marginados de la educación, pretende sumar y al mismo tiempo restar esos votos al presidente; algo así como que cada sufragio valga por dos, pero ni con esas cuentas de la vieja parece que los números le cuadren, porque como campeón de los pobres Chávez tiene un largo pedigrí, una capacidad de convicción que difícilmente puede emular una apresurada promesa de campaña electoral.

Lo mejor que tiene Rosales, aparte de al menos la mitad de las cadenas de televisión y el apoyo tan visiblemente feroz de muchos de los más importantes diarios -lo que en sí mismo es un formidable spot en favor del pluralismo del sistema- es el apoyo del paterfamilias de todos los intelectuales de izquierda del país: Teodoro Petkoff (pronunciado a la venezolana Pekof). El ex comunista, ex guerrillero, ex ministro de Cordiplan -infraestructuras y grandes inversiones- del presidente demócrata cristiano Rafael Caldera a mediados de los noventa, y hoy reflexivamente aposentado en la socialdemocracia. Las dos izquierdas latinoamericanas, si hemos de dar crédito a las etiquetas de cada uno de los contendientes, se enfrentan para la presidencia: la socialdemocracia a la europea, amena y sabia, más blanca que otra cosa, y, quizá, poco engrescante, y la gran ensoñación radical y revolucionaria atezada de todos los colores del arco iris venezolano. Hoy parece que es la segunda la que tiene las mejores cartas en la mano.

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