Fracaso total

Leo una entrevista de María Antonia Iglesias a Mercedes Cabrera, ministra de Educación. A juzgar por sus respuestas, la ministra no parece persona insensata. Tranquiliza bastante comprobar, por ejemplo, que una ministra socialista no cede al chantaje de cierta pedagogía ingenua, gazmoña y supuestamente -vaya usted a saber por qué- muy de izquierdas, lo que la lleva a decir que "el concepto de orden, de disciplina, del deber, de la responsabilidad social tiene que formar parte de la educación". Es una obviedad, pero mucho me temo que, a la vista de cómo están las cosas en nuestras escuelas, es ...

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Leo una entrevista de María Antonia Iglesias a Mercedes Cabrera, ministra de Educación. A juzgar por sus respuestas, la ministra no parece persona insensata. Tranquiliza bastante comprobar, por ejemplo, que una ministra socialista no cede al chantaje de cierta pedagogía ingenua, gazmoña y supuestamente -vaya usted a saber por qué- muy de izquierdas, lo que la lleva a decir que "el concepto de orden, de disciplina, del deber, de la responsabilidad social tiene que formar parte de la educación". Es una obviedad, pero mucho me temo que, a la vista de cómo están las cosas en nuestras escuelas, es una obviedad que conviene recordar a diario, y está muy bien que sea la ministra quien la recuerde, sobre todo si a continuación pone los medios a su alcance para que lo obvio se convierta en realidad. También se agradece que la ministra critique el bandazo desde una educación casi exclusivamente memorística a una educación casi exclusivamente antimemorística, desastre que se puede medir bastante bien si se recuerda otra evidencia, y es que sin memoria, los seres humanos apenas existiríamos como tales. En cambio, la ministra no quiere explicar (o no sabe o no puede) un hecho que sólo se puede calificar de escandaloso: el hecho de que en treinta años de democracia, los partidos políticos hayan sido incapaces de fijar una política educativa común y duradera, y que, apenas llegados al poder, se hayan apresurado a demoler la labor del adversario. Si fuera, como debe ser, una prioridad absoluta de nuestros Gobiernos, la política educativa sería también lo que se llama una cuestión de Estado -como ha sido y debería ser y ya no lo es la política antiterrorista- y no estaría sujeta a los cambios constantes que, con razón o sin ella, por convicción o por intereses espurios, cada partido político en el poder ha impuesto ante el desconcierto de todos, en especial de la llamada comunidad educativa. Nuestros políticos lamentan a menudo el desprestigio de su oficio, pero se equivocan: no es su oficio, tan noble y necesario como el que más, el que está desprestigiado; son ellos: si son incapaces de ponerse de acuerdo sobre un asunto cuya trascendencia es imposible exagerar, no es de extrañar que así sea.

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Pero nada de lo anterior es lo más llamativo de la entrevista. A lo largo de ella, Iglesias intenta arrancarle a la ministra un titular que defina su posición ante el fenómeno del bullying, de la violencia escolar, cosa que finalmente consigue ("Tendré mano dura contra la violencia escolar"), pero no sin la reticencia de la ministra: "Un titular como ése significa que yo estoy convirtiendo el bullying en el problema fundamental de los centros escolares, y no creo que lo sea". No soy un experto en esta materia -ni en ésta ni en ninguna-, pero discrepo: la violencia escolar no puede sino ser el primer problema de la escuela, porque la violencia es el fracaso total de la educación, igual que es el fracaso total de la cultura o la política, y porque donde triunfa la violencia no hay educación posible, o sólo es posible una educación perversa. Otra cosa es el tratamiento que se dé al asunto. Como muchos maestros, la ministra opina que es mejor abordarlo con discreción -y de ahí su reticencia a entregar un titular-, porque teme que darle publicidad equivalga a fomentarlo. Es casi seguro que la ministra lleva razón en lo que atañe a casos concretos, pero no, en mi opinión, en lo que atañe al problema general: salvando las distancias, también los terroristas buscan, además del terror, la publicidad del terror, que es su modo de amedrentarnos, y no por ello los medios de información deben ocultarnos sus fechorías, ni nosotros debemos dejar de considerar el terrorismo como un problema de primera magnitud. Tratar de ocultar la realidad de la violencia escolar no contribuye a eliminarla, y la prueba es que desde que los medios de comunicación se hacen eco del problema, muchas escuelas -y algunas administraciones- están empezando a tomar medidas eficaces para solucionarlo. Es cierto, como insinúa la ministra, que el fenómeno de la violencia escolar no es en absoluto nuevo, sino tan antiguo como la violencia, igual que es cierto que el desprestigio de los viejos valores reivindicados con razón por la ministra, y sobre todo del valor de la autoridad, fruto en parte de la atolondrada reacción de varias generaciones educadas por un autoritarismo cerril, sólo contribuye a acentuarlo. Y es falso, como creen quienes creen que todo tiempo pasado fue mejor, que antes siempre hubiera un valiente que salía en defensa de la víctima frente al matón. Ni siquiera hace falta haber ido a la escuela para saber que siempre ha habido matones, víctimas y valientes. La cuestión no es ésa. La cuestión estriba en impedir a toda costa que reine en las aulas un clima moral que propicie el triunfo del matón, el desprestigio del valiente y la resignación de las víctimas. La verdad: tendrán que convencerme de que impedir esa catástrofe, inculcando valores incompatibles con la violencia, no constituye el primer propósito de la educación. Por lo demás, no soy tan ingenuo como para creer que desterrando la violencia de la escuela vayamos a desterrarla también fuera de ella, pero no me parece mala forma de empezar a intentarlo; tampoco de fabricar una realidad menos siniestra de lo que ya es.

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