Tribuna:

La belleza de Annemarie

Los retratos nos muestran a una joven de belleza andrógina, turbadora. Sus rasgos afilados y su figura esbelta tienen algo que recuerda vagamente a Robert L. Stevenson, otro escritor viajero tocado por la gracia. Annemarie Schwarzenbach fue una mujer compleja, quien en su agitadísima vida -vivió tan sólo 34 años, de 1908 a 1942- escribió libros de rara intensidad, fue fotógrafa y reportera, recorrió medio mundo -se debatió siempre entre el deseo de alejarse y el de regresar a las montañas de su Engadina natal- y dejó un rastro indeleble en la memoria y en los textos de muchos de sus contemporá...

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Los retratos nos muestran a una joven de belleza andrógina, turbadora. Sus rasgos afilados y su figura esbelta tienen algo que recuerda vagamente a Robert L. Stevenson, otro escritor viajero tocado por la gracia. Annemarie Schwarzenbach fue una mujer compleja, quien en su agitadísima vida -vivió tan sólo 34 años, de 1908 a 1942- escribió libros de rara intensidad, fue fotógrafa y reportera, recorrió medio mundo -se debatió siempre entre el deseo de alejarse y el de regresar a las montañas de su Engadina natal- y dejó un rastro indeleble en la memoria y en los textos de muchos de sus contemporáneos. Hija predilecta y oveja negra, todo a la vez, de una familia conservadora y riquísima, Annemarie fascinó a casi todos los que la conocieron. A Erika y Klaus Mann, con los que mantuvo una amistad íntima y complicada, al padre de ambos, Thomas Mann, quien se refiere a ella en numerosas entradas en sus diarios, a André Malraux, a la escritora Carson McCullers, que se enamoró locamente de ella, a Ella Maillart y a muchos más.

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Son numerosas las contradicciones que marcaron su destino: los intentos desesperados de alejarse de la madre y sus reiterados regresos a casa en busca de aquélla que hacía lo posible por silenciarla; su condición de rica heredera que siempre dependió del dinero de su familia; su militancia antinazi y sus huidas al fin del mundo; su voluntad de incidir en el curso de los terribles acontecimientos de los años treinta y su adicción a la morfina. Nadie consiguió desvelar la naturaleza de su misterio, de su enigma. De sus textos se desprenden imágenes bellamente hipnóticas, descripciones desgarradas de paisajes envueltos en el polvo del desierto y bañados por la luna. Pero también puede deslumbrar, como muestran sus reportajes, con su talento para ahondar en los problemas sociales y con su conocimiento de la política internacional. A medida que pasa el tiempo y se rescatan del olvido los cuentos, artículos y cartas que escaparon del ansia de destrucción de su madre, la vida de Annemarie, como una imagen que emerge lentamente en el papel fotográfico, llega hasta nosotros con su ilimitada capacidad de seducción.

Valeria Bergalli es editora.

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