Reportaje:

"Llevo cinco años en una cárcel"

Las cuidadoras de dos personas con grave discapacidad relatan sus experiencias y recelos ante la norma

Hace cinco años, María Medina tuvo que optar: o seguía trabajando, o se encargaba de cuidar a su madre. Venció esta última posibilidad, y María, que ahora tiene 65 años, pidió una prejubilación de su trabajo como auxiliar de enfermería en un hospital madrileño para centrar todos su esfuerzos y experiencia en una única paciente, Micaela Sánchez, que ahora tiene 93 años y sufre demencia senil.

María ha seguido como ha podido el debate sobre la Ley de Dependencia. Para ella ya no hay cine ni teatro. "Llevo cinco años en una cárcel. Cuando salgo voy a toda prisa, hecha una loca, y con remor...

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Hace cinco años, María Medina tuvo que optar: o seguía trabajando, o se encargaba de cuidar a su madre. Venció esta última posibilidad, y María, que ahora tiene 65 años, pidió una prejubilación de su trabajo como auxiliar de enfermería en un hospital madrileño para centrar todos su esfuerzos y experiencia en una única paciente, Micaela Sánchez, que ahora tiene 93 años y sufre demencia senil.

María ha seguido como ha podido el debate sobre la Ley de Dependencia. Para ella ya no hay cine ni teatro. "Llevo cinco años en una cárcel. Cuando salgo voy a toda prisa, hecha una loca, y con remordimientos por haberla dejado sola". No recibe ninguna ayuda pública para cuidar a su madre. "Sólo viene una mujer un día a la semana cuatro horas para ayudarme con la limpieza general". El resto: dar de comer y lavar a su madre, levantarla al sillón, acostarla, cambiarle los pañales -"un mínimo de tres veces cada noche; a veces hasta siete"- lo hace ella sola.

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No quiere que la mujer que va a su casa a limpiar la ayude. "Tiene hijos y es una inmigrante sin papeles. Si se hace daño en la espalda tendría que dejar de trabajar", afirma. Por eso, para María lo más importante de la futura ley será la posibilidad de contar con asistencia, pero que ésta esté "cubierta". "Que si le pasa algo tenga un seguro. Mi madre pesa casi 80 kilos, y para mover ese peso muerto hay que saber. Si no, una puede acabar con una lesión", insiste.

La situación en casa de Susana Sierra es parecida. Esta mujer, de 43 años, trabaja "28 horas al día". Tiene un hijo autista, de 15 años -pero con "una edad mental de tres o cuatro"-, y otros dos de 11 y 7. "Necesita atención las 24 horas del día". Para podérsela dar, Susana trabaja desde casa, conectada a su empresa con un ordenador. "Es la única manera".

Susana, que pertenece a la junta directiva de la Asociación de Padres de Niños Autistas de Madrid, todavía tiene dudas sobre la futura ley. Hasta hace un par de semanas la atención de los enfermos mentales no estaba clara en el texto. Unas enmiendas de última hora al proyecto lo cambiaron.

"Ahora, habrá que ver cómo se fijan los baremos". Ellos decidirán quién tiene derecho a una ayuda y de qué importe o por cuánto tiempo, advierte. Teme que su hijo quede fuera de la categoría que concede el derecho a recibir mayores servicios. "Puede estar sentado horas sin necesitar a nadie", lo que puede dar una falsa imagen de autonomía, indica. "Pero necesita una supervisión completa las 24 horas. Si tiene hambre le da una rabieta, pero es incapaz de abrir una bolsa de patatas. Si tiene sed, beberá de cualquier vaso que tenga a mano, aunque esté sucio", dice. "En cambio, una persona que necesita pañales, aunque sea capaz de comer o de beber sola, lo va a tener más fácil para lograr ayudas", opina.

Susana y María son dos cuidadoras a tiempo completo (el 83% de quienes atienden a personas dependientes son mujeres de la familia). Pero ninguna espera recibir el sueldo prometido en la ley para quienes realicen este trabajo. "Yo ya tengo mi pensión. A mí no me van a dar nada", dice María resignada.

María Medina (izquierda) y su madre, Micaela Sánchez.CLAUDIO ÁLVAREZ

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