Cuestión de batuta
Los actores entran cada uno con su silla, la colocan en un escenario desnudo, se sientan, agachan la cabeza y musitan una plegaria. Están en la iglesia. Declan Donnellan, director de The changeling (El trueque), no necesita más para hacerlo ver. El teatro en tiempos de Shakespeare se representaba así. Al público le basta imaginar los pasadizos laberínticos del castillo alicantino de Santa Bárbara, donde está ambientada esta función británica. Donnellan sigue a Peter Brook. Adora el espacio vacío. Sus actores lo llenan. No son mejores que los españoles: están mejor dirigidos. Les ...
Los actores entran cada uno con su silla, la colocan en un escenario desnudo, se sientan, agachan la cabeza y musitan una plegaria. Están en la iglesia. Declan Donnellan, director de The changeling (El trueque), no necesita más para hacerlo ver. El teatro en tiempos de Shakespeare se representaba así. Al público le basta imaginar los pasadizos laberínticos del castillo alicantino de Santa Bárbara, donde está ambientada esta función británica. Donnellan sigue a Peter Brook. Adora el espacio vacío. Sus actores lo llenan. No son mejores que los españoles: están mejor dirigidos. Les marca movimientos limpios, intenciones precisas, los hace emplearse a fondo: conoce todos los trucos y no se corta en usarlos. Consigue que no perdamos ripio, a pesar de tener un ojo en los sobretítulos.
The changeling
De Middleton y Rowley. Compañía Cheek by Jowl. Dirección: Declan Donnellan. Escenografía: Nick Ormerod. Movimiento: Jane Gibson. Luz: Judith Greenwood. Música: Catherine Jayes. Teatro Español. Madrid, del 19 al 22 de julio.
En el primer acto de The changeling, Middleton y Rowley, maestros del teatro jacobeo, nos agarran por la solapa: en hora y cuarto acumulan un amor a primera vista, un asesinato a sangre fría, un dedo cortado y servido en bandeja, una violación... El autor de tanto crimen, un tipo untoso, encarnado por Will Keen, acaba seduciendo a la bella protagonista. Keen se lleva la función, hace creíble que su partenaire evolucione del desprecio al deseo. El segundo acto testa los límites de sus intérpretes: lucen más de lo que son porque sirven a una idea rectora clara.