Estampas de Montenegro

Playas idílicas, cumbres agrestes, antiguos monasterios. Montenegro, el Estado más joven del mundo, es también uno de los más bellos y antiguos. Sumido en una fiebre patriótica y una profunda división, el último país en lograr la independencia apuesta por el turismo como motor de futuro

El Estado más joven del mundo es también uno de los más antiguos. Montenegro, el pequeño país balcánico de 670.000 habitantes que el 21 de mayo votó separarse de Serbia, ya era independiente en 1878, tras el Congreso de Berlín, cuando entre tanto imperio apenas podían contarse 30 Estados en todo el mundo. Las hazañas de sus reyes-monje contra el avance otomano en Europa durante siglos se narran hoy con todo lujo de detalles -reales o imaginarios- en este país montañoso (de ahí el nombre) y de bellísimas playas sobre el Adriático, embebido de una marea nacionalista inimaginable hace una década....

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El Estado más joven del mundo es también uno de los más antiguos. Montenegro, el pequeño país balcánico de 670.000 habitantes que el 21 de mayo votó separarse de Serbia, ya era independiente en 1878, tras el Congreso de Berlín, cuando entre tanto imperio apenas podían contarse 30 Estados en todo el mundo. Las hazañas de sus reyes-monje contra el avance otomano en Europa durante siglos se narran hoy con todo lujo de detalles -reales o imaginarios- en este país montañoso (de ahí el nombre) y de bellísimas playas sobre el Adriático, embebido de una marea nacionalista inimaginable hace una década. Entonces, sólo un hatajo de entusiastas sabía de las supuestas peripecias nacionales de los reyes-monje. La única bandera que enarbolaba la mayoría, incluido el hoy héroe de la independencia -el primer ministro, Milo Djukanovic-, era la yugoslava, que, secuestrada por Slobodan Milosevic, se estaba troceando y manchando de sangre en las guerras de Croacia y Bosnia.

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"Todavía me acuerdo de cuando sacábamos las banderas de Montenegro [el águila sobre el fondo rojo]. Todos se burlaban; ¡muchos de los que hoy celebran la independencia nos preguntaban con sorna si éramos albaneses!", explica, con sonrisa extasiada, Igor Kapicic, de 30 años, rodeado de un mar de banderas montenegrinas. La victoria de los secesionistas, que lograron el 55,5% de los votos, ha dado paso a una fiesta patriótica que tiene visos de durar meses: las calles se han llenado de personas ataviadas con trajes típicos; los bares han congelado la música disco y el turbo-folk, y encadenan piezas protagonizadas por el rey Nicolás (el último soberano que reinó sobre Montenegro independiente, entre 1910 y 1918). Y, sobre todo, las banderas de Montenegro -el Parlamento recuperó en 2004 la antigua enseña de la casa real- se han incrustado en el paisaje.

Igor es de los pocos que pueden decir en Montenegro que ya era independentista en los años noventa, bajo el paraguas de la Unión Liberal, ya disuelta. Vive en Cetinje, la coqueta capital histórica del país, que tras la II Guerra Mundial perdió su condición a favor de la gris Podgorica. En Cetinje, de 20.000 habitantes, está enterrado el rey Nicolás, reinventado paradójicamente hoy como icono de la modernidad, y la opción independentista logró en esta población casi el 85%. Sus habitantes muestran orgullosos las mansiones que en su día albergaron las embajadas extranjeras y susurran que Cetinje debería volver a ser la capital del país.

Pero nadie piensa seriamente en esta posibilidad. La capital seguirá fijada a unos 30 kilómetros de Cetinje, en Podgorica (ex Titogrado), de 170.000 habitantes, que de la noche a la mañana ha pasado de remota ciudad provinciana sin demasiado encanto, llena de edificios inspirados en el realismo socialista, a flamante capital de Estado. Debe de ser de las pocas capitales en Europa sin McDonald's, en la que encontrar un café con Internet en el centro se convierte en una odisea y a la que no se llega por autovía o autopista.

La autoestima de los montenegrinos partidarios de la independencia está por las nubes. Su confianza es tal que escuchándoles parece que Podgorica vaya a convertirse casi en Nueva York por el mero hecho de librarse del supuesto yugo de Belgrado. Dijana, de 17 años, ondeaba una bandera montenegrina en el centro de la capital el último día de la campaña electoral y tenía muchas dificultades para elegir qué es lo que más le gusta de su país: "Todos amamos Montenegro; todo lo que tiene que ver con Montenegro nos apasiona", explicaba con ojos refulgentes.

Igor es aún más contundente: "Tenemos las mejores playas de Europa, la mejor carne, el mejor pescado, los mejores paisajes". Y añade: "Somos el pueblo más guerrero de los Balcanes, los que paramos los pies a los turcos. Pero al mismo tiempo somos los más pacíficos". De su bolsillo saca una reluciente pistola fabricada en la antigua Checoslovaquia y la muestra con orgullo. Casi todos los hombres -nunca una mujer- tienen armas en casa y disparan al aire en las grandes celebraciones, una peligrosa forma de expresar júbilo. La tradición está muy extendida en los Balcanes, pero Igor subraya que es básicamente montenegrina: "Es cierto que se dispara en toda la ex Yugoslavia, pero en ningún sitio tanto como aquí", afirma con indisimulada satisfacción.

La tendencia a exagerar, cuando no a fanfarronear, es definitivamente un rasgo que retrata a los montenegrinos, que se consideran por lo general muy latinos y mediterráneos. Producen buen vino y buen aceite, y se ven a sí mismos casi como primos de los italianos, que se encuentran a un paso, en la otra orilla del Adriático. Muy pocos hablan inglés o francés -incluso entre los jóvenes-, pero casi todos chapurrean italiano.

"Este país es pequeño, pero esto va a ser nuestra gran ventaja porque es extraordinario. Aquí podemos vivir todos, y muy bien, simplemente organizando un poco el turismo", opina el alcalde de Cetinje, Milo Jankovic, un político menudo e inquieto al que le encanta insertar cuñas patrióticas en cualquier explicación, sea del tema que sea. Al enterarse de que hay periodistas extranjeros en la ciudad, afirma solemne que él se hará cargo de todos los gastos de alojamiento y parece sorprendido de que se rechace su ofrecimiento. "Los montenegrinos somos muy hospitalarios", repite.

El turismo es el gran mantra sobre el que se ha construido la independencia. El mensaje es tan simple como efectivo: el país, repiten machaconamente las autoridades, tiene un gran potencial turístico, del que va a ser mucho más fácil sacar provecho con la independencia porque los problemas internos de Serbia retrasaban el acceso a la Unión Europea y Belgrado se hubiera quedado con parte del maná aportado por los ricos turistas europeos. Con distintas variantes -y no siempre de forma tan simplificada-, el mensaje del Gobierno fue tan repetido que acabó calando: ganó la independencia en los términos exigidos por la UE, es decir, con más del 55%.

Prácticamente todo este pequeño país de 13.812 kilómetros cuadrados y 670.000 habitantes -por tamaño y población, similar a Chipre o a Navarra- tiene potencial turístico. Y muy variado. Situado entre Croacia y Bosnia (al oeste) y Serbia y Albania (al este), dispone de 293 kilómetros de costa y cerca de 70 de playas que aún conservan a veces cierta virginidad, con agua mansa, verdosa y cristalina. Pero hay muchos otros atractivos en este Estado que en 1993 se autoproclamó "ecológico": la deslumbrante bahía de Kotor, con fiordos únicos en la Europa meridional; montañas agrestes -la más alta, de 2.500 metros- donde sobreviven tradiciones ancestrales y en las que es posible esquiar; uno de los mayores lagos de Europa -Skadar, 391 kilómetros cuadrados-, cuyo entorno es un paraíso para los ornitólogos; el espectacular cañón Tara (1.300 metros); los fascinantes y antiquísimos monasterios ortodoxos diseminados por todo el país, entre los que destaca el de Ostrog, incrustado en una gran roca…

"El turismo es nuestro gran tesoro", destaca el ministro de Turismo, Predrag Nenezic. Muchos se frotan las manos con fruición mientras cuentan por anticipado la supuesta lluvia de billetes que van a aportar los acaudalados turistas de la Unión. "Imagínese que tiene una habitación cerca de estas playas extraordinarias y que hasta ahora la alquilaba a unos cinco euros por noche [a los serbios]. ¿No estaría contento con la posibilidad de alquilarla a 50 euros [a los turistas de la UE]?", especula Rajko Kuljaca, alcalde de Budva, la joya turística a orillas del Adriático, que cuenta con unos 18.000 habitantes en invierno y hasta con 150.000 en verano.

El turismo, que en 2004 generó el 15% del producto interior bruto, es ya el motor de una economía en la que la industria languidece y la agricultura retrocede sin pausa. Los organismos internacionales certifican el potencial turístico: un estudio reciente de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos recalca que el sector lleva años creciendo con dobles dígitos y augura que en 2014 Montenegro será la economía basada en el turismo con mayor crecimiento en el mundo.

Sin embargo, el informe pone también de manifiesto debilidades importantes. Hoy, el 75% de turistas son nacionales -es decir, en su mayoría, serbios-, y todos auguran un descenso de visitantes serbios tras el referéndum en que se ha dado portazo a Belgrado. Y el documento advierte de un problema de competitividad con respecto a destinos como Túnez, Turquía e incluso Croacia. En enclaves turísticos como Budva, los precios son más baratos que en España, pero no mucho más.

Las infraestructuras son otro problema: no hay autopistas ni autovías; sólo carreteras serpenteadas donde se conduce de forma un tanto temeraria. Cruzar distancias que en el mapa parecen cercanas puede llegar a convertirse en una larga aventura quizá demasiado indigesta para el visitante que simplemente busque relajarse y descansar.

La lluvia de turistas europeos está aún por demostrarse, aunque empiezan a dejarse ver los alemanes, italianos y franceses. Los españoles escasean -no hay conexión aérea directa-, si bien el grupo Iberostar acaba de inaugurar un lujoso hotel a pie de playa en Budva. "Estamos convencidos de que éste va a ser uno de los mejores resorts en el Adriático", opina Gabriel Mas, ejecutivo de Iberostar.

A la inauguración del hotel gestionado por españoles asistió no por casualidad el primer ministro, Milo Djukanovic. Fue probablemente su último acto antes de que abrieran las urnas, lo que subraya hasta qué punto es importante para los nacionalistas el vínculo turismo-independencia-UE-progreso. El acto fue un símbolo de los nuevos tiempos: llegada de capital extranjero mimado por el poder montenegrino, promesas de prosperidad de la mano del turismo. Y todo aderezado con espectáculos de grupos folclóricos, que están haciendo su agosto gracias a la fiebre patriótica.

Djukanovic ha sido el arquitecto de la independencia; el personaje clave que ha desequilibrado la balanza en un país donde hace sólo una década los independentistas eran una minoría casi extravagante. Tiene 44 años, pero lleva 15 como máximo dirigente del país, ya sea como presidente o como primer ministro, y ha lidiado en todas las plazas. Y la mayoría de los montenegrinos, con él.

El altísimo (casi dos metros) y camaleónico padre de la patria no habla otro idioma que el serbocroata, que Podgorica ha rebautizado como montenegrino. Pero tiene una intuición y una capacidad de supervivencia más que probadas: llegó a lo más alto a los 29 años, bajo el manto protector de Slobodan Milosevic en pleno desvarío de su proyecto de Gran Serbia, a las puertas de las sangrientas guerras balcánicas. Djukanovic acompañó a su mentor, incluso con entusiasmo, pero tuvo el olfato suficiente como para separarse a tiempo y aparecer hoy sin mácula ante la comunidad internacional.

El desmarque coincidió con el proceso de privatizaciones impulsado en la segunda mitad de los años noventa. Fue entonces, al empezar a correr el dinero, cuando Djukanovic y los suyos iniciaron el viaje en etapas por el regionalismo, el nacionalismo y, finalmente, el independentismo. Y en este trayecto se sacó el polvo al rey Nicolás, a sus andanzas, banderas y canciones, entonadas ahora con pasión por las nuevas generaciones que buscan atajos hacia Europa.

Santo o demonio, el primer ministro no deja a nadie indiferente. Los partidarios de mantener la unión con Serbia basaban sus argumentos no sólo en la utilidad de la alianza con Belgrado, sino sobre todo en el miedo a vivir en un Estado en que Djukanovic sea el único capataz. "Estado criminal", "Estado mafioso". Éstos son los adjetivos más suaves que utiliza la oposición.

Predrag Popovic, diputado y líder del Partido del Pueblo, es uno de los dirigentes más moderados de la oposición, y en el pasado incluso formó parte del Gabinete de Djukanovic. Pero incluso él se expresa hoy con extrema virulencia: "Djukanovic tiene a Montenegro como a un Estado privado para el disfrute de su familia y sus amigos. Es un Estado criminal, en el que hay incluso tráfico de personas. Él nació pobre y hoy es riquísimo. No le interesa la integración europea, sólo tener más libertad para reforzar las bases de un Estado mafioso". Lo dice sin apenas pausas, mientras gesticula con grandes aspavientos.

Los rumores abundan, pero las pruebas no. El caso que más ha comprometido al primer ministro es un oscuro episodio de contrabando de tabaco que la justicia italiana investiga desde hace años. Algunos colaboradores y socios han sido imputados, y a Djukanovic las flechas le pasaron rozando. Su entorno admite que en el país floreció el contrabando, pero sólo durante los años difíciles de las sanciones contra Montenegro por su asociación con la Serbia de Milosevic. Fueron, añaden, soluciones excepcionales a un momento excepcional, en el que sólo importaba sobrevivir, y jamás con implicación gubernamental.

Las dudas nunca han quedado completamente despejadas. La propia Unión Europea, en su informe de 2005, muestra extrañeza por los "cambios de última hora" en una ley contra el lavado de dinero aprobada el año anterior. Las multas se redujeron y, casualmente, quedaron fuera de la ley las compañías de tabaco. En el mismo documento se lamenta el "poco progreso en la investigación de destacados líderes sobre actividades ilícitas" y se alerta ante un ambiente general "tendente a la corrupción y el nepotismo".

La vida cotidiana no ayuda a despejar incógnitas. A veces, por más que se pregunte y se responda, es difícil saber de dónde proceden los estipendios, mientras se espera la llegada de turistas, aún escasos. No es raro encontrarse con gente corriente que dice levantarse tarde -incluso pasado el mediodía-, que pasa el día charlando con amigos en el bar y que tiene tres casas y cuatro coches.

Otra sospecha extendida coloca Montenegro como uno de los puntos del mercado para blanquear coches robados. Tampoco hay pruebas. Pero el tramo final de la precaria carretera que lleva a Cetinje resulta cuando menos sorprendente. Uno al lado de otro, florecen negocios a pie de carretera sin más infraestructura que el producto que se ofrece. En España, en puestos parecidos se venden sandías o melones, pero la particularidad de la carretera de Cetinje es que la mercancía son coches. De todo tipo. Es una ruta con tráfico escaso, pero en sólo cinco kilómetros pueden contarse una decena de improvisados concesionarios.

A los escépticos que opinan que un Estado tan pequeño es inviable -salvo si se basa en un rampante sector ilegal-, el Gobierno contrapone la fuerza del turismo y la realidad. "No es un debate teórico; ya hemos demostrado en la práctica que con la soberanía mejoran la economía y los estándares de vida", afirma el presidente montenegrino, Filip Vujanovic.

Montenegro es independiente de facto desde 2002, año en que la UE impuso con fórceps la unión de Serbia y Montenegro sobre las ruinas de lo que un día se llamó Yugoslavia. A cambio, Podgorica recibió una autonomía casi indistinguible de la independencia: tiene desde hace años moneda distinta -prefirió el euro al imprevisible dinar de Belgrado-, ministro de Exteriores y una economía tan autónoma que exige incluso una frontera física entre Serbia y Montenegro debido a las diferencias en los impuestos. En las llamadas de móvil entre ambos Estados se aplica roaming y es imposible recargar en Podgorica una tarjeta adquirida en Belgrado.

La evolución económica en Montenegro es mejor que la serbia, al menos en las cifras macro. La inflación, que en Serbia sigue siendo de dos dígitos, lleva cinco años por debajo del 3% -1,8% en 2005- y el crecimiento ronda el 4% tras un periodo de estancamiento. La inversión extranjera se ha disparado y en 2005 sumó 380 millones de euros, cuatro veces más que el año anterior y proporcionalmente muy superior a la de Serbia. Incluso el paro -el gran talón de Aquiles- tiene una buena tendencia: aunque roza el 20%, se ha reducido 10 puntos y también es una cifra mejor que en Serbia, aunque no se rebaja el porcentaje de ciudadanos que viven bajo el umbral de pobreza, que supera el 10%.

La gran diferencia entre Montenegro y el resto de repúblicas ex yugoslavas -Eslovenia, Croacia, Bosnia y Macedonia- que en la década de los noventa decidieron desprenderse de la tutela de Belgrado es que en esta ocasión el proceso no ha contado con episodios de violencia o de extrema tensión. Mucho ha llovido desde entonces, y ahora Belgrado, democrático y con muchos problemas internos, ha aceptado el adiós de Montenegro con resignación. Pero ello no garantiza que el nuevo Estado tenga por delante un camino de rosas. El país es independiente -a falta ya sólo de aspectos formales-, pero está muy fracturado y nadie es capaz de garantizar que las heridas abiertas suturen pronto.

"El mayor peligro para el turismo es que aumente la inestabilidad, y esta posibilidad no puede descartarse en ningún caso", reconoce un gestor extranjero con intereses en el sector turístico. En Montenegro se reproducen en miniatura las características explosivas que hace tan poco tiempo llevaron a las guerras balcánicas. El último censo, de 2003, refleja la división: el 40% se define como montenegrino, frente al 30% que se considera serbio, la gran mayoría de los cuales votó en contra de la independencia. El 9% está registrado como bosnio; el 7%, como albanés; el 4%, como musulmán, y el 1%, como croata, entre otros.

Entre Njegus, un pintoresco pueblecito perdido en la montaña, y Grbalj, agrupación de poblados junto al mar, hay apenas 30 minutos en coche a través de una carretera en la que hay que ir esquivando vacas. En Njegus, cuna del nacionalismo montenegrino y patria chica de varios reyes-monje, dicen no conocer a nadie en el pueblo que no fuera independentista. Y en Grbalj, casi todos se mantienen fieles a Belgrado.

"Soy un auténtico serbio; los serbios llevamos más de 400 años aquí; todo lo que está pasando no tiene ningún sentido", opina Predgrag Bajkovic, de 30 años, en su pequeña casa de Grbalj con vistas al mar. En la pared cuelga un retrato de Radovan Karadzic y Ratko Mladic, criminales de guerra reclamados por La Haya que él define como "héroes". La familia de Karadzic procede de Montenegro, al igual que la de Slobodan Milosevic y la del sanguinario Arkan, ambos fallecidos.

Entre el monasterio de Cetinje, donde habita el jefe de la Iglesia ortodoxa serbia en Montenegro, Amfilohije Radovic, y la mansión convertida en sede de la Iglesia ortodoxa montenegrina, dirigida por Mihailo Dedeic, la distancia se reduce a sólo 30 minutos paseando. Radovic sigue defendiendo a Radovan Karadzic, y muchos sospechan que ha llegado incluso a darle refugio en algún monasterio perdido. Dedeic subraya que ya es hora de que las propiedades ocupadas por la Iglesia serbia -monasterios, iglesias, etcétera- pasen de una vez a manos de su Iglesia, la montenegrina.

La situación es a veces tan precaria que parece a punto de estallar, pero los líderes políticos proserbios han estado muy comedidos y en la noche electoral actuaron de forma mucho más responsable que el Gobierno, que lanzó a la gente -con los bolsillos llenos de balas- a celebrar una victoria que no tenía aún el aval de ningún escrutinio oficial. Después, sin embargo, se han mostrado muy renuentes a legitimar el proceso y boicotearon la sesión solemne que declaró la independencia.

Todos los expertos coinciden en que es fundamental que los muchísimos que votaron a favor de la unión con Serbia -el 45% de la población- se integren cuanto antes. De lo contrario, aumentan las posibilidades de que la mecha -tan visible en tantos lados- se encienda en cualquier momento.

Montenegro es el Estado más joven del mundo, pero tiene mucha historia. Y en los Balcanes, la historia muestra que cuando prende la mecha, los sueños se convierten en terrible pesadilla.

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