Reportaje:Salud y medio ambiente

"El agua apesta", cantan las niñas

Las basuras y el hacinamiento minan la salud en los suburbios surafricanos

"El agua apesta, el agua apesta", cantan las niñas al cruzar el canal. Khayelitsha (que significa "casa nueva"), con su medio millón de habitantes es uno de los asentamientos construidos durante el apartheid -el régimen de segregación racial- para la población negra de Ciudad del Cabo. Pese a que hay algunas casas de ladrillos, casi todas son de maderas y planchas de hojalata, un mar de chozas sobre arena de playa. Entre siete a diez millones de surafricanos necesitan casa, herencia del apartheid, cuando se invirtió sin pudor en las áreas para la población blanca, y no hubo inver...

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"El agua apesta, el agua apesta", cantan las niñas al cruzar el canal. Khayelitsha (que significa "casa nueva"), con su medio millón de habitantes es uno de los asentamientos construidos durante el apartheid -el régimen de segregación racial- para la población negra de Ciudad del Cabo. Pese a que hay algunas casas de ladrillos, casi todas son de maderas y planchas de hojalata, un mar de chozas sobre arena de playa. Entre siete a diez millones de surafricanos necesitan casa, herencia del apartheid, cuando se invirtió sin pudor en las áreas para la población blanca, y no hubo inversión en las demás. El actual Gobierno del Congreso Nacional Africano (ANC) tiene como prioridad la construcción de viviendas para la población negra, pero el éxodo de la población rural a las ciudades es imparable. Quienes llegan, levantan sus chabolas de hojalata en la periferia urbana.

"El invierno es frío y el agua entra en las casas", dice un habitante de Khayelitsha
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Lutando Mapoma, de 28 años, llegó del Eastern Cape -una de las provincias más pobres- en busca de empleo. Trabajó en el metal, pero ahora está parado. Su hermano, guardia de seguridad, lleva en huelga dos meses y el único salario que entra en la chabola, donde se cobijan ocho personas -"en algún sitio tenemos que vivir", dice-, es el de su hermana. La mitad de la población del barrio sobrevive con 167 rands mensuales (poco más de ocho euros), según un estudio de la Universidad del Western Cape (UWC). La familia de Mapoma vive junto al canal, que se inunda en cuanto llueve fuerte, algo frecuente: "En invierno es frío y el agua nos entra en las casas, y en verano, moscas y mosquitos nos comen. La gente usa el canal de basurero: los contenedores están a rebosar y nadie pasa a vaciarlos". Ni en su choza, pintada de rosa con esmero, ni en las demás hay electricidad. La gente se calienta con parafina y se ilumina con velas, por lo que hay frecuentes incendios: un fuego fulmina las pertenencias de decenas de familias. No hay calles para que pasen los camiones de bomberos.

Unas 100 personas utilizan cinco letrinas públicas. "Cuando se llenan, nos buscamos la vida". Hay dos grifos para 20 chabolas. La gente se levanta a las dos de la madrugada para hacer largas colas y guardar en bidones el agua que se acaba a las ocho.

Gracias al hacinamiento, la tuberculosis triunfa en Khayelitsha, solapada con el virus del sida (más de cinco millones de surafricanos es seropositivo del VIH y cada día mueren 900 de sida). "Tenemos muchas enfermedades en la piel y llagas", explican las vecinas Nocawe Maqwara y Vuyelwa Seyisi. "Lo peor son las ratas", dice Seyisi, de 31 años, con su bebé a la espalda. En su casa de una sola estancia y suelo de arena, hay sobre un jergón un niño de unos tres años: "Le mordieron aquí y aquí", y señala las marcas de dientes en la frente y en la nariz del pequeño. Verónica Daka, de 31 años, resume el sentir de las tres mujeres: "Claro que nos gustaría cambiar, cualquier cosa mejor que esto".

Un niño en la barriada de Khayelitsha, en las proximidades de Ciudad del Cabo (Suráfrica).REUTERS

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