Editorial:

No jueguen con el gas

La guerra del gas declarada ayer entre Rusia y Ucrania, tras algunas semanas de tanteos preliminares, puede acabar afectando a todo el Viejo Continente. Polonia notó ayer una disminución en la presión de los suministros que le llegan a través de Ucrania. Expertos de la UE se reunirán el miércoles en Bruselas, pero un cierto daño ya está hecho: al limitar el suministro de gas para presionar políticamente a los ucranianos -pues de presión política se trata- Putin se está convirtiendo en un dirigente cada vez menos fiable no ya para Kiev sino para el conjunto de Europa. La UE, que apostó h...

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La guerra del gas declarada ayer entre Rusia y Ucrania, tras algunas semanas de tanteos preliminares, puede acabar afectando a todo el Viejo Continente. Polonia notó ayer una disminución en la presión de los suministros que le llegan a través de Ucrania. Expertos de la UE se reunirán el miércoles en Bruselas, pero un cierto daño ya está hecho: al limitar el suministro de gas para presionar políticamente a los ucranianos -pues de presión política se trata- Putin se está convirtiendo en un dirigente cada vez menos fiable no ya para Kiev sino para el conjunto de Europa. La UE, que apostó hace años por el gas ruso, teme, con razón, que las disputas entre Moscú y Kiev, acaben por afectarla vía suministros o vía precios.

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La revolución naranja en Ucrania, que en 2004 logró tumbar al candidato del Kremlin, Víktor Yanokóvich, y llevó a la presidencia a Víktor Yúshenko, ha cambiado las tornas geopolíticas en una zona clave, y ha trastornado las relaciones entre Kiev y Moscú. Rusia venía ofreciendo gas a Ucrania a unos 50 dólares los 1.000 metros cúbicos, un precio similar al que aplicaba a sus aliados de la antigua Unión Soviética, especialmente Bielorrusia que también está armando cizaña en este asunto. El gigante ruso Gazprom ha pretendido subir el precio al de mercado, es decir multiplicarlo por más de cuatro veces, lo que asfixiaría económicamente a Ucrania, dependiente en un 30% de estos suministros, aunque tenga alternativas en el gas turcomano.

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Kiev estaba dispuesto a estudiar una subida, pero no el ultimátum del Kremlin, que implica congelar el precio durante tres meses para subir a 230 dólares después. Pero el cierre del grifo del gas por Putin, especialmente en invierno, resulta inaceptable. A su vez, el presidente ucraniano, cuya popularidad está en declive, enarbola la bandera del nacionalismo ucranio y de su pertenencia a Europa frente a Moscú. La comunidad internacional debería presionar tanto a Putin como a Yúshenko para que retomen las negociaciones, como este último propuso ayer, y lleguen a una solución razonable.

La disputa demuestra que las relaciones entre Rusia (que considera rusa a Ucrania) y Ucrania (país en el que prácticamente una mitad de la población se siente rusa) no son una mera cuestión bilateral, sino que debido, entre otras razones, a la geografía de los gaseoductos afecta también a los vecinos y a la UE.

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