Ribeyro en la otra orilla
Julio Ramón Ribeyro (Lima, 1929-1994), acaso el mejor cuentista peruano del siglo XX, tuvo siempre a la suerte esquivándole. Era enjuto, silencioso; 30 años antes del que sería su final definitivo estuvo a punto de morir de cáncer en un hospital de París. Advirtió que a aquellos enfermos que ganaban peso los pasaban a una sala donde les procuraban mejor tratamiento y entonces acopió cucharillas, tenedores, cuchillos, y se los ponía en el bolsillo del pijama para aparentar mayor envergadura en el pesaje.
A veces le pedía a su gran amigo Alfredo Bryce Echenique -que contó esta y otras co...
Julio Ramón Ribeyro (Lima, 1929-1994), acaso el mejor cuentista peruano del siglo XX, tuvo siempre a la suerte esquivándole. Era enjuto, silencioso; 30 años antes del que sería su final definitivo estuvo a punto de morir de cáncer en un hospital de París. Advirtió que a aquellos enfermos que ganaban peso los pasaban a una sala donde les procuraban mejor tratamiento y entonces acopió cucharillas, tenedores, cuchillos, y se los ponía en el bolsillo del pijama para aparentar mayor envergadura en el pesaje.
A veces le pedía a su gran amigo Alfredo Bryce Echenique -que contó esta y otras cosas en el homenaje que Ribeyro ha recibido en Guadalajara- que le llevara su propia vajilla de plata; y así consiguió que le trasladaran de ala en el hospital y siguió viviendo. Bryce Echenique dijo que a Ribeyro le dejaron "fuera del festín" de la literatura iberoamericana; una injusticia del boom. Cuando Vargas Llosa y el propio Bryce intentaron que Carlos Barral le incorporara a aquella pléyade de escritores que constituyeron ese movimiento literario, el editor catalán alegó que sólo publicaría novelistas.
Bryce lo conoció cuando fue a pedirle una máquina de fotos, con la que quería fotografiar a su hijo, que iba a nacer. Como Bryce tenía una botella de pisco, brindaron y siguieron brindando durante días; "cuando reaparecimos, al niño ya lo habían bautizado". El autor de La juventud en la otra orilla y Sólo para fumadores, dos joyas del cuento, tuvo una vida editorial nefasta: el primer libro que apareció en francés tenía en la contraportada la foto de un brasileño que también se llama Ribeyro. Escribía con un dedo y con la otra mano atendía a su hijo, y a veces iba a la panadería con él, traía el pan y se olvidaba del niño. Un dato más: le dieron el Premio Juan Rulfo, el más grande de su vida, y murió 12 días antes de la entrega.