LA EUROPA SOCIAL / 3

Bután como modelo

Dos lectores han opuesto a mi columna sobre la financiarización de la vida económica y su difícil conciliación con el progreso social que la economía real sigue existiendo y que su crecimiento, aunque en porcentajes variables según los años, es constante. La razón del disentimiento estriba en que ellos y la opinión económica dominante llaman crecimiento, a mí, y a un grupo cada vez más numeroso de analistas sociales apoyados en la economía crítica y en la reflexión ecológica, no nos lo parece. Es más, ese crecimiento y la riqueza que dicen genera, implica la reducción del volumen laboral y la ...

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Dos lectores han opuesto a mi columna sobre la financiarización de la vida económica y su difícil conciliación con el progreso social que la economía real sigue existiendo y que su crecimiento, aunque en porcentajes variables según los años, es constante. La razón del disentimiento estriba en que ellos y la opinión económica dominante llaman crecimiento, a mí, y a un grupo cada vez más numeroso de analistas sociales apoyados en la economía crítica y en la reflexión ecológica, no nos lo parece. Es más, ese crecimiento y la riqueza que dicen genera, implica la reducción del volumen laboral y la precarización del empleo, que convergen perversamente con la dominante financiera de la vida económica actual fragilizando aún más la dimensión social de nuestras sociedades. En dos columnas publicadas el pasado año -Las cuentas secuestradas y La impostura de las cuentas nacionales- subrayaba la función de ocultamiento que tiene la Contabilidad Nacional y sus soportes conceptuales. Pues el conjunto de indicadores que operacionalizan el modelo liberal-conservador, encubren los costes ecológicos y sociales que su funcionamiento, a pesar de la permanente invocación al desarrollo, necesariamente produce. El resultado es que cuanta más riqueza arrojan las Cuentas Nacionales más pobres y más deterioros naturales y sociales generamos.

Esta situación tenía que suscitar rechazo en las minorías más sensibles a la ideología del progreso y así durante toda la década de los noventa van apareciendo una serie de propuestas que privilegian la calidad de vida y el bienestar frente a la simple creación de riqueza económica. La alfabetización y los niveles de educación, la esperanza de vida, la salud y la práctica sanitaria, el respeto al medio ambiente, la lucha contra la pobreza, la satisfacción de las necesidades básicas, la seguridad urbana, el acceso al trabajo, la igualdad y la solidaridad ciudadanas son los marcadores en los que se apoyan los nuevos sistemas de evaluación. En 1990 el PNUD -Programa de Desarrollo de las Naciones Unidas- publica el primer Informe Mundial sobre el desarrollo sostenible y crea el Índice de Desarrollo Humano (IDH), que desde entonces presenta cada año; completado por el ISS (Índice de Salud Social); el IIS (Indicador de Inseguridad Social; la RAI (Red de Alerta sobre las Desigualdades) con su célebre barómetro (www.bip40.org) sobre las desigualdades en renta y patrimonio, la precariedad y la siniestralidad laboral, el trabajo clandestino, el endeudamiento de las familias, la violencia doméstica, la criminalización de la pobreza, la discriminación de la mujer y de los inmigrantes, etcétera. Por su parte, los excelentes indicadores ecológicos de que disponemos, partiendo del ecological footprint, nos señalan los costes naturales de los procesos económicos al uso.

Andrew C. Revkin en un articulo en The New York Times ilustra la posibilidad de convertir en realidad esta opción relatándonos la experiencia del pequeño reino de Bután. En 1972, Jigme Singye Wangchuck, que acaba de ser coronado rey, decide que lo importante para una comunidad y sus miembros no es el dinero sino el bienestar y la prosperidad solidaria y completa los datos del Producto Interior Bruto con los de la Felicidad Nacional Compartida. Protección del medio ambiente, salud pública, actividades culturales y promoción del patrimonio, tiempo dedicado a la familia, gobierno y ciudadanía responsables son componentes significativos de esa concepción. En la reciente Conferencia sobre Bienestar y Economía Cualitativa organizada en la Universidad de San Francisco Xavier, en Nueva Escocia, el ministro del Interior de Bután dijo que no podemos seguir confundiendo el hecho de producir, consumir y poseer con el de ser felices. Y el politólogo canadiense John R. Saul concluyó que para los signatarios de la Declaración de Independencia norteamericana la búsqueda de la felicidad colectiva, así entendida, era un objetivo tan fundamental como la conquista de la libertad y la defensa de la vida misma. ¿Qué partido político, qué líder público, qué fuerzas sociales podrían apuntarse en nuestro país a ese proyecto? Aunque sólo fuera promoviendo la publicación de los resultados de los sistemas de evaluación alternativa que figuran en esta columna.

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