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Afanes de una ciencia enmudecida: la conservación

Las propuestas avanzadas para la reordenación de las titulaciones universitarias en España han generado un amplio abanico de reacciones que están siendo trasladadas a la opinión pública a través de diversos medios de comunicación. Asumiendo con osadía una cierta representatividad, en los párrafos que siguen pretendemos exponer la posición del grupo profesional de los conservadores-restauradores del patrimonio cultural. Esta colectividad demanda ser dotada de las herramientas que permitan erigir una disciplina científica de objetivos muy precisos pero injustamente olvidada en los debates actual...

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Las propuestas avanzadas para la reordenación de las titulaciones universitarias en España han generado un amplio abanico de reacciones que están siendo trasladadas a la opinión pública a través de diversos medios de comunicación. Asumiendo con osadía una cierta representatividad, en los párrafos que siguen pretendemos exponer la posición del grupo profesional de los conservadores-restauradores del patrimonio cultural. Esta colectividad demanda ser dotada de las herramientas que permitan erigir una disciplina científica de objetivos muy precisos pero injustamente olvidada en los debates actuales.

En efecto, la conservación-restauración es una ciencia cuyo fin último es el conocimiento de las técnicas y procedimientos que faciliten la preservación del patrimonio cultural. Se trata de una disciplina de marcado componente interdisciplinar y quizá por eso abusivamente constreñida entre las ciencias naturales y humanas. Paralelamente, posee una finalidad práctica y un poderoso componente empírico (salvando las distancias, como la medicina: diagnosticar y tratar, ahora objetos culturales), por lo que con frecuencia ha sido considerada una mera técnica, patrimonio de personas con aptitudes artísticas y cierta habilidad manual.

Debería ser prioritario crear un cuerpo de técnicos para la tarea de conservar y restaurar

La relevancia de la tarea del conservador-restaurador queda evidenciada en la Ley 17/1985 del Patrimonio Histórico Español, que recoge en su preámbulo: "El Patrimonio Histórico Español es el principal testigo de la contribución histórica de los españoles a la civilización universal y de su capacidad creativa contemporánea. La protección y el enriquecimiento de los bienes que lo integran constituyen obligaciones fundamentales que vinculan a todos los poderes públicos, según el mandato que a los mismos dirige el artículo 46 de la norma constitucional". Entre las múltiples facetas exigidas para el logro de ese objetivo debería ser prioritaria -parece obvio- la creación de un cuerpo de técnicos con una completa formación y capaces de enfrentarse a la compleja tarea de conservar y restaurar el riquísimo patrimonio cultural español. Este reto se amplía si se considera la necesidad de una pujante estructura académica que garantice no sólo esa formación sino, asimismo, la generación del conocimiento que los futuros profesionales precisarán en su carrera. El desafío, esencial para un país con un patrimonio extraordinario, ha sido tenazmente relegado en las diversas reformas educativas emprendidas por todos los Gobiernos democráticos.

En la actualidad los estudios de conservación-restauración son impartidos desde dos estructuras diferenciadas. Expidiendo un título equiparable a diplomatura universitaria, las Escuelas Superiores de Conservación y Restauración de Bienes Culturales fueron organizadas a partir de la LOGSE como estructuras ajenas al ámbito universitario. Esa ordenación particular las ha mantenido desde su misma creación en una especie de limbo legal que, sorprendentemente, no ha impedido su funcionamiento. En paralelo, y con una trayectoria asimismo larga, se fueron organizando especialidades de conservación-restauración en algunas facultades de Bellas Artes, que expedían títulos de licenciado en Bellas Artes (especialista en restauración). Con escasas modificaciones, esta situación de doble titulación persiste hasta hoy, a lo que últimamente se ha añadido una preocupante proliferación de masters y titulaciones diversas relacionadas con el patrimonio cultural, organizadas desde carreras como Humanidades, Historia del Arte, Arquitectura y otras.

Como es fácil imaginar, toda esta multiplicidad de centros (dentro y fuera de la universidad), de titulaciones (master, licenciado, diplomado) y la relativa debilidad de las estructuras académicas ha tenido consecuencias demoledoras en la cohesión intraprofesional, lo que explica la fragilidad de las estructuras asociativas. Aún más doloroso, no parece haber colaborado al reconocimiento social, condición necesaria para la consolidación y regulación de la profesión. Los efectos son devastadores en lo que afecta al trabajo diario de los profesionales: desde la cicatera inversión pública en proyectos de conservación hasta un arbitrario pero generalizado intrusismo. Paradójicamente, la notable abundancia normativa (leyes autonómicas de patrimonio cultural) no se ha adentrado en una mínima regulación de la profesión y no garantiza la presencia de personal cualificado ni la calidad y duración de las intervenciones sobre el patrimonio cultural.

Con sus particularidades, este severo diagnóstico podría ampliarse a buena parte de los países de la Unión Europea, lo que quizá quede representado por la inexistencia de la conservación-restauración entre las categorías científicas reconocidas por la Unesco. En fin, la explicación última a esta situación pueda acaso encontrarse en la relativa juventud de la disciplina, que ha pasado en las últimas décadas de tener un carácter marcadamente técnico a adquirir un contenido plenamente científico.

El proceso de ordenamiento de la educación superior en Europa representado por el acuerdo de Bolonia parecía ser el momento adecuado para reclamar la definitiva estructuración de unas instituciones académicas estables, que deberían garantizar la formación de los profesionales, generar la necesaria investigación y liderar el proceso de reconocimiento social. En este sentido, los profesionales españoles hacía tiempo venían solicitando la creación de una titulación específica, única y universitaria para la conservación-restauración. Esta petición cristalizó en la reciente presentación a la Agencia Nacional de la Evaluación de la Calidad y Acreditación (ANECA) de un proyecto para una nueva titulación de grado en conservación-restauración de bienes culturales, que fue respaldado por las diversas entidades académicas y asociaciones profesionales. La positiva valoración del proyecto presentado por parte de la ANECA nos permitía ser optimistas respecto a la próxima organización de estos estudios en el ámbito universitario, esquema en total acuerdo con las propuestas sugeridas por asociaciones europeas, tanto académicas (Encore) como profesionales (ECCO).

A esta proposición se ha venido a superponer ahora el anteproyecto de Ley Orgánica de la Educación (LOE). De modo semejante a lo ya planteado en la LOGSE, en el borrador se da una respuesta a la dificultad de integrar en la universidad ciertos estudios artísticos (complejidad bien representada por los estudios de música), creando unas enseñanzas artísticas cuyos ciclos superiores expedirán títulos equivalentes al grado universitario. Sin entrar a discutir esa indeseada asimilación de la conservación al ámbito de la creación artística, la solución parece ignorar el acceso al segundo ciclo (master) y al doctorado, que aparentemente se mantendrán dentro de la universidad. Por todo ello, la propuesta no resuelve el núcleo de la histórica reivindicación de los conservadores-restauradores, a saber: la organización de los estudios dentro de una estructura académica unitaria que garantice tanto la especialización vertical para los estudiantes como el libre acceso a la actividad profesional a través de una titulación única a nivel estatal (y europeo). La propuesta inicial -estrictamente universitaria- no sólo solventaría estos problemas, sino que facilitaría la interrelación con otras áreas de conocimiento asimismo universitarias (química, historia, etcétera), lo que sin duda demanda el carácter interdisciplinar de la conservación-restauración.

Somos conscientes de que la historia y su soporte tangible -el patrimonio cultural- han sido y serán utilizados por los gobernantes como argumento aglutinador ante la sociedad civil, y, de hecho, sustentan buena parte de cualquier discurso nacionalista. Ese uso es legítimo cuando no resulta abusivo ni se sustenta en falsas interpretaciones, y es provechoso si sirve para mejorar el aprecio que la sociedad demuestra hacia el patrimonio cultural y fomenta su salvaguarda. Aportando el valor de su trabajo riguroso y discreto, el papel de los conservadores-restauradores en la discusión es relevante, pues serán colaboradores activos en el fomento de ese aprecio social. Para el logro de esta tarea deben facilitárseles las herramientas académicas necesarias: como a los historiadores, los arquitectos u otras profesiones afines. Este momento de transformación de los estudios superiores nos parece una oportunidad que no puede ser desperdiciada, y que quizá permita calibrar la sinceridad de los sentimientos de los gobernantes hacia el patrimonio cultural.

Fernando Carrera Ramírez es profesor de la Escola Superior de Conservación e Restauración de Bens Culturais de Galicia y miembro de la Asociación de Conservadores-Restauradores de Galicia.

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