Columna

Solo en casa

El diagnóstico de Tony Blair sobre la Unión Europea es acertado. Su terapia deja que desear. Así, efectivamente, la Política Agrícola Común (PAC), por un exceso de éxito se ha convertido en una traba para el desarrollo de la hoy Unión, y aún más para los países más atrasados. La PAC fue una política avanzada en su día. Tal como está hoy, es retrógrada.

Tiene también razón Blair al querer impulsar la "modernización" y "renovación" (son sus palabras clave) de las economías europeas y de sus modelos sociales. Francia, Alemania e Italia, el núcleo de la eurozona, se han convertido en socied...

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El diagnóstico de Tony Blair sobre la Unión Europea es acertado. Su terapia deja que desear. Así, efectivamente, la Política Agrícola Común (PAC), por un exceso de éxito se ha convertido en una traba para el desarrollo de la hoy Unión, y aún más para los países más atrasados. La PAC fue una política avanzada en su día. Tal como está hoy, es retrógrada.

Tiene también razón Blair al querer impulsar la "modernización" y "renovación" (son sus palabras clave) de las economías europeas y de sus modelos sociales. Francia, Alemania e Italia, el núcleo de la eurozona, se han convertido en sociedades profundamente conservadoras. Pero el método, el llamado "proceso de Lisboa", de mera coordinación y una cierta liberalización desde arriba en Bruselas, no ha dado los frutos esperados pues no conlleva verdaderas obligaciones de reforma por parte de los Estados miembros. Y al igual que el Estado nacional tuvo un papel decisivo a la hora de crear mercados nacionales, aunque sólo fuera por eso, una estructura política europea es necesaria para estructurar el gran mercado europeo, aprovechar la escala y rectificar algunos de sus efectos nocivos. Si, como han demostrado los nórdicos, el Estado del bienestar se puede renovar en Europa, está por probar que se pueda desde Europa. Mientras, el embate de la globalización es duro, entre otras cosas porque en los últimos 15 años se han incorporado, de la ex Unión Soviética, China e India, "3.000 millones de nuevos capitalistas", según el libro de mismo título de Clyde Prestowitz. La UE es lo mejor que tenemos no sólo para aguantar, sino para aprovechar la globalización. Pero no basta.

Blair dice intentar fundir la visión liberal-social inglesa y la del Estado del bienestar renana, y adaptar Europa a la nueva realidad global, es decir llevar su Tercera Vía o "gobernanza progresista" a la UE. El sistema que ha impulsado desde el Nuevo Laborismo ha demostrado su valía en su país al conjugar flexibilidad, modernización, crecimiento -esto ya lo puso en marcha Thatcher- y justicia social a través de la igualdad de oportunidades. Pero desde su llegada al poder, en 1997, la desigualdad, medida por el índice de Gini, no ha mejorado en una sociedad tan clasista como la británica, y medida por la riqueza ha aumentado dramáticamente. Anthony Giddens, padre intelectual de la Tercera Vía, vuelve a hablar de la necesidad de una política de redistribución de ingresos, y no sólo de oportunidades. En cualquier caso, la UE es sólo un redistribuidor menor. Y en España, el Estado central lo es cada vez menos. ¿Quién queda?

El gran culpable del desaguisado europeo actual no es Blair, sino Jacques Chirac, que ni ha dimitido tras perder el referéndum en Francia ni ha aclarado qué hará para resolverlo. Algunos piensan que se puede negociar un sombrero político a la Constitución Europea que permitiera al próximo inquilino del Elíseo, dentro de dos años o más, volver a convocar una consulta, sin obligar a ratificar a los que ya lo han hecho. Pero nada garantiza que, en Francia o en otros países, se saque adelante. Blair, que acaba de ganar unas elecciones y asume la presidencia del Consejo Europeo, se considera más fuerte que Chirac, especialmente ahora que asume. Pero Blair se equivocaría al confundir Chirac con Francia y al pensar que Europa se puede construir sin Francia o contra Francia.

En la línea de sucesión próxima de Blair al frente de unos laboristas que, por Irak y otros motivos, ya no le quieren, está Gordon Brown, que no es tanto un euroescéptico (aunque recela del euro) como alguien a quien Europa, sencillamente, no interesa. La ve esclerótica, y propone sólo más coordinación económica para renovarla. Pero quizás el mayor problema de Blair es que, en su casa, en su país, cada vez creen menos en la Unión Europea. Blair se autocalifica de "apasionado pro-europeo" (allí nadie dice "europeísta"). Brown nunca lo diría de sí mismo. Blair puede quedarse aislado de los suyos, apresado en un continente aún blairescéptico, en el que él parece más también porque casi los otros parecen menos. aortega@elpais.es

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