Columna

Campo

Es una lástima que la meteorología no sea una competencia de la Generalitat como ha afirmado Francisco Camps, porque por lo menos así se justificaría que uno de los principales órganos de propaganda del Consell, Canal 9, la haya convertido en espectáculo. El presidente simplifica el problema de la agricultura cuando los representantes agrarios le exigen que deje el botijo y tome medidas que garanticen la supervivencia del campo. Reduce la causa del mal a una fatalidad, un incontrolable episodio meteorológico como las heladas, cuando no lo diluye en el contubernio político del tripartito por la...

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Es una lástima que la meteorología no sea una competencia de la Generalitat como ha afirmado Francisco Camps, porque por lo menos así se justificaría que uno de los principales órganos de propaganda del Consell, Canal 9, la haya convertido en espectáculo. El presidente simplifica el problema de la agricultura cuando los representantes agrarios le exigen que deje el botijo y tome medidas que garanticen la supervivencia del campo. Reduce la causa del mal a una fatalidad, un incontrolable episodio meteorológico como las heladas, cuando no lo diluye en el contubernio político del tripartito por la derogación del trasvase. Sin embargo, la agricultura se enfrenta a una realidad acaso más obvia, aunque de resolución más compleja. En los últimos ocho años 68.000 valencianos han desertado de la agricultura, frente a unas incorporaciones insignificantes, para las que, endemismos aparte, esta actividad ya no constituye la principal fuente de ingresos. Por razones de edad, en un plazo de diez años es probable que haya desaparecido el grueso del contingente de labradores, puesto que la Administración no ha propiciado la revolución estructural y empresarial que requería la agricultura para ser competitiva y atractiva para los jóvenes. El minifundismo, que antaño fue un síntoma de dinamismo social, hoy ha estrangulado las posibilidades de producir a gran escala una agricultura de calidad, sin tratamientos químicos y rentable, como la que ha impulsado de forma pionera el empresario José Gómez Mata en Vila-real y que tanta demanda suscita en mercados de países postindustriales, con gran conciencia ecológica. El Consell, sin embargo, reduce el asunto a agua y limosnas. Ha renunciado a ejercer el liderazgo en el necesario agrupamiento de parcelas que favoreciera la transformación agrícola, mientras la producción se deslocaliza para satisfacer esos imperativos. A este ritmo, sólo se salvarán los arrozales y subvencionados por su vinculación a L'Albufera. Camps, siendo un producto cultural de la huerta, no es Jovellanos. Sólo ve en el campo un recipiente de esencias, un escenario en el que representar victimismos. Y Juan Cotino, siendo frailuno y agrícola y ganadero, tampoco parece que vaya a ser nuestro Feijoo.

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