"La seriedad en la conducta" y la "naturaleza jovial"

"Hans Castorp estaba entusiasmado, y no solamente por verla tan guapa, sino también porque aquello hacía más espesa la dulce nebulosa que flotaba en su cabeza, porque reforzaba aquel estado de embriaguez que se basta a sí mismo y no desea sino verse justificado y alimentado". Así cuenta Thomas Mann en La montaña mágica uno de esos momentos en que el protagonista se encuentra con Clavdia Chauchat durante un desayuno.

Los personajes están en un sanatorio de los Alpes suizos. En 1911, Thomas Mann había acompañado a su mujer a uno de estos centros, en Davos. El clima gélido y la tran...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

"Hans Castorp estaba entusiasmado, y no solamente por verla tan guapa, sino también porque aquello hacía más espesa la dulce nebulosa que flotaba en su cabeza, porque reforzaba aquel estado de embriaguez que se basta a sí mismo y no desea sino verse justificado y alimentado". Así cuenta Thomas Mann en La montaña mágica uno de esos momentos en que el protagonista se encuentra con Clavdia Chauchat durante un desayuno.

Los personajes están en un sanatorio de los Alpes suizos. En 1911, Thomas Mann había acompañado a su mujer a uno de estos centros, en Davos. El clima gélido y la transparencia del aire, los bellísimos paisajes, la impresión de habitar un espacio en que el tiempo se ha suspendido, el atípico mundo de los enfermos, tocados por una dolencia que los aparta de la vida corriente. Fue entonces cuando el escritor alemán empezó en la que sería más adelante una de sus mayores obras.

Más información

Hans Castorp visita a su primo Joachim Ziemssen, ingresado en un sanatorio para tuberculosos. Lo que no iba a ser más que una estancia de un par de semanas se convierte en una larga temporada cuando contrae también la dolencia. El tiempo se suspende, todo queda entre paréntesis, y la novela se convierte en una sutil exploración de la conciencia europea a principios de siglo. Pequeños gestos, minúsculos movimientos, una trama prácticamente inexistente y todo un repertorio de conversaciones y de minúsculos cambios en los sentimientos e ideas de cada uno de los personajes. La obsesión por la muerte de Castorp, el hedonismo de Clavdia, el elegante humanismo de Settembrini.

Eso es lo que cuenta La montaña mágica, que termina cuando llegan noticias al sanatorio del asesinato del archiduque y, por tanto, del inicio de la I Guerra Mundial. Terminaba una época. Thomas Mann atrapó sus últimas sacudidas.

El gusto de fantasear

En su texto autobiográfico titulado Relato de mi vida, el autor alemán escribió: "Así como mi padre era nieto y bisnieto de ciudadanos de Lübeck, mi madre, en cambio, había venido al mundo en Río de Janeiro; era hija de un alemán propietario de plantaciones y de una brasileña criollo-portuguesa, y fue trasladada a Alemania cuando tenía siete años". Y más adelante explica: "Si me preguntan de dónde proceden, hereditariamente, mis aptitudes, tengo que recordar el famoso verso de Goethe y decir que de mi padre me viene 'la seriedad de la conducta', y de mi madre, en cambio, 'la naturaleza jovial', es decir, la inclinación hacia el arte y lo sensible, y 'el gusto de fantasear', en el más amplio sentido de la palabra". En La montaña mágica, ambas herencias se mezclan íntimamente para producir una obra maestra.

Toda la cultura que va contigo te espera aquí.
Suscríbete

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
RECÍBELO

Sobre la firma

Archivado En