Crítica:19ª EDICIÓN DE LOS PREMIOS GOYA

Sin sorpresas... pero algo hortera

Estas galas de la Academia suelen contener momentos de pellizcarse. En ellas se dan situaciones extravagantes hasta el surrealismo, mientras que otras son de un humor tan cutre que resultan bochornosas. Por ejemplo, en la de ayer, una pizpireta Montserrat Caballé presentó el premio Goya a la mejor canción junto a Alaska y Raphael, componiendo entre los tres una imagen kitsch para nostálgicos morbosos, mientras que Antonio Gala se quedaba simpáticamente perplejo en el escenario al tener que recoger él mismo el Goya que había ido a entregar.

En el lado opuesto, un patético travestí...

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Estas galas de la Academia suelen contener momentos de pellizcarse. En ellas se dan situaciones extravagantes hasta el surrealismo, mientras que otras son de un humor tan cutre que resultan bochornosas. Por ejemplo, en la de ayer, una pizpireta Montserrat Caballé presentó el premio Goya a la mejor canción junto a Alaska y Raphael, componiendo entre los tres una imagen kitsch para nostálgicos morbosos, mientras que Antonio Gala se quedaba simpáticamente perplejo en el escenario al tener que recoger él mismo el Goya que había ido a entregar.

En el lado opuesto, un patético travestí palabrero y sin gracia presentó el premio a la mejor película europea, sin sentido alguno del pudor, y provocando en el auditorio ganas de esconderse bajo cualquier mesa. Fue una intervención que resultó especialmente inculta e inadecuada al compararla con la que poco después hizo Mercedes Sampietro como Presidenta de la Academia, abogando con seriedad y energía por la unión del cine europeo en su lucha por la excepción cultural.

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La Sampietro, valiente y enérgica, se arriesgó como suele... aunque continúe sin querer ser presidenta. Esbozó la imagen del don Quijote loco que lucha contra auténticos gigantes y no contra los molinos de viento que cree ver Sancho Panza, y le vino de perlas el centenario para simbolizar el conflicto de las cinematografías europeas frente al gigante americano. La Academia podría responder al acierto de esta metáfora tratando de conseguir que estas ceremonias sean tan dignas como las películas que en ellas se premian. ¿A qué vienen esos chistes analfabetos). Si los el cine español saben hacer espectáculo digno en las películas, ¿por qué no pueden lograrlo en un escenario, al menos una vez al año? (Los guionistas se olvidaron en el capítulo in memoriam del guionista y crítico Ángel Fernández-Santos, aunque paradójicamente en la pantalla que pusieron durante el discurso de Mercedes Sampietro se proyectara el icono mágico de uno de los guiones de Fernández-Santos, El espíritu de la colmena, gran hito del cine español, bendecido tanto en Europa como en otros mundos). Por contra, José Luis López Vázquez a sus ochenta y tres años, supo demostrar desde la auténtica emoción, lo que es espectáculo bueno, verosímil y sincero, especialmente en el momento en que dedicó su Goya de Honor "a un amor tardío".

Nunca se sabrá si cada premio Goya recayó finalmente en el lugar adecuado. Buenas películas había, y en consecuencia ningún Goya podía resultar equivocado, salvo que las nominaciones previas hubieran sido erróneas o centradas en exceso en una sola película. Mar adentro partía con 15 candidaturas, y salvo loterías de última hora, era sabido que acapararía los premios del año: obtuvo catorce sobre quince, es decir, todas menos la correspondiente a la dirección artística. Como igualmente se suponía que la mejor película hispana sería Whisky, sorpresa en taquilla a pesar de su nacionalidad uruguaya, feo cartel y soso título.

Mar adentro es la película del año, pero cabrá preguntarse si votando por especialidades los académicos no podrían haber apreciado igualmente los méritos de otros talentos aunque fueran de otras películas.

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