Columna

Un gran tímido

De entrada, he de advertir que tuve una gran amistad con Henri Cartier-Bresson (HCB, Chanteloup, Francia, 1908-2004) y también con su esposa, Martine Frank (también, miembro de la Agencia Magnum, que él fundó). Su trayectoria fue clave en toda la fotografía de reportaje universal en el siglo pasado. Tuvo la frescura vital de huir dos veces de los campos de concentración nazis durante la ocupación en Francia en aquel terrible periodo bélico. Durante los últimos años transportó el esquema de lo geométrico, de las palabras poéticas de José Ángel Valente a la imagen. Bresson indagaba en la vida y ...

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De entrada, he de advertir que tuve una gran amistad con Henri Cartier-Bresson (HCB, Chanteloup, Francia, 1908-2004) y también con su esposa, Martine Frank (también, miembro de la Agencia Magnum, que él fundó). Su trayectoria fue clave en toda la fotografía de reportaje universal en el siglo pasado. Tuvo la frescura vital de huir dos veces de los campos de concentración nazis durante la ocupación en Francia en aquel terrible periodo bélico. Durante los últimos años transportó el esquema de lo geométrico, de las palabras poéticas de José Ángel Valente a la imagen. Bresson indagaba en la vida y registraba lo más directo del ser humano.

Cuando participó en el proyecto Imagina, que se desarrolló en Almería (entre 1990-1992, con ocasión de los fastos del 92 y la Expo de ese año, Sala Arenal, junto al Teatro Maestranza, Sevilla), no quiso hacer fotos. Pasó a los dibujos esquemáticos, muy parecidos a los de la estética de la línea clara propia de los comics. Normalmente, en esos trazos, se reflejaba lo mejor que había aprendido de su maestro de pintura André Lothe. A la vez que de una instancia mediática, que lo transformó en fotógrafo en la Universidad de Cambridge. Después, un viaje a Costa de Marfil transformó su forma de expresión mediante el lápiz por la máquina de fotos.

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Aún recuerdo sus reflexiones sobre el papel de la cultura y su relación con el Estado. Me las contaba a la hora de la siesta, desde un sofá, mientras su esposa y su amiga del alma, en el lugar donde ahora es el Centro Andaluz de la Fotografía (Almería), le leía como si de un cuento infantil se tratara un interesante texto sobre el papel institucional de la cultura y su reflejos democráticos en Francia.

Aparentaba que quería huir de la instantánea como una forma de hacer, pero era una mera escenificación teatral, de la que personalmente puedo dar fe -seguía haciendo fotos automáticamente-. Para él este acto era como una suerte de adicción o droga visual. En su mochila llevaba una Leica, que sacaba con la rapidez y presteza propia de un pistolero de película de vaqueros durante el reto de un duelo, sólo que prescindiendo de todo lo que fuera la realidad inmediata.

Una de las pocas ruedas de prensa que concedió (personalmente era un tímido), la realizó de espaldas, obviando las cámaras de todo tipo y mirando hacia la pared, ante más de un centenar de periodistas. Esto tuvo lugar en Nueva York, después de volver del Tibet, tras su estancia con el dalai lama.

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