Entrevista:MANUEL CRUZ | Filósofo

"El pensamiento es también una fuente de placer"

Nuevo libro de Manuel Cruz (Barcelona, 1951), y esta vez su desafío ha sido entrar de lleno en los derroteros de la filosofía, en averiguar lo que constituye su quehacer. La tarea de pensar (Tusquets) tiene poco más de 200 páginas y se divide en tres partes. En la primera, Cruz se propone caracterizar lo que es específico de la filosofía. La segunda se ocupa de las distinciones necesarias para entender "la naturaleza y la función" de la historia de esta disciplina. Por último, propone diferentes claves para hacer inteligibles los caminos que ha seguido el pensamiento contemporáneo.
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Nuevo libro de Manuel Cruz (Barcelona, 1951), y esta vez su desafío ha sido entrar de lleno en los derroteros de la filosofía, en averiguar lo que constituye su quehacer. La tarea de pensar (Tusquets) tiene poco más de 200 páginas y se divide en tres partes. En la primera, Cruz se propone caracterizar lo que es específico de la filosofía. La segunda se ocupa de las distinciones necesarias para entender "la naturaleza y la función" de la historia de esta disciplina. Por último, propone diferentes claves para hacer inteligibles los caminos que ha seguido el pensamiento contemporáneo.

Pregunta. ¿Por qué los filósofos tienden a transmitir la impresión de estar alejados del mundo?

Respuesta. En primer lugar, por su propensión a utilizar una terminología propia, con frecuencia abstrusa, que, como dijera Adorno, puede devenir jerga. En segundo lugar, por una tendencia, derivada de lo anterior, a considerar que la filosofía se plantea unos problemas propios que, por añadidura, resisten sin alterarse el paso de los siglos. Pero no creo que ninguna de ambas cosas forme parte de la genuina naturaleza del filósofo. De hecho, la filosofía puede ser clara partiendo de lo más próximo (aunque sin conformarse con eso).

"A veces se descubre el profundo sinsentido sobre el que se ha edificado lo que hay"
"Los filósofos analíticos recuerdan que la palabra 'rojo' no es de color rojo"

P. ¿Qué actitud recomienda para iniciarse en los vericuetos del pensamiento?

R. Para mí es más una cuestión de sensibilidad que de destreza. El pensar, decía Platón, nace del fogonazo del asombro, y nada lo alimenta más que experimentar su condición de aventura. El pensamiento no es una película que necesariamente haya de tener el final feliz del hallazgo del sentido. A veces lo que uno termina descubriendo es precisamente el profundo sinsentido sobre el que se ha edificado lo que hay. Ése es uno de los desafíos del pensar.

P. En el libro ha escrito que igual "nuestro originario y legítimo anhelo de felicidad tomó el camino equivocado".

R. El pensamiento no garantiza la felicidad: si acaso, una mayor intensidad en lo vivido. Las últimas palabras de Wittgenstein, cuya existencia no constituyó precisamente un camino de rosas, fueron : "He tenido una vida maravillosa". Me irrita la estúpida autosuficiencia de quienes están convencidos de que sólo piensan los buenos. Lo que sí ha ocurrido es que a lo largo de la historia los hombres han encontrado también en el pensamiento una fuente de placer y una herramienta útil en ocasiones para luchar contra el dolor (por ejemplo, ahuyentando falsos temores, como los generados por las supersticiones).

P. ¿Cómo ve la relación entre ciencia y filosofía?

R. No creo que la relación de la filosofía con la ciencia se deba pensar siempre bajo la misma figura, sea ésta la del adelanto o la del atraso. Disponemos de ejemplos de ambas cosas. Quizá Demócrito pensó la idea de átomo antes que la tematizaran los propios físicos, pero no es menos cierto que, gracias a Freud, por poner un ejemplo del signo opuesto, el concepto filosófico tradicional de hombre como ser racional consciente ha terminado por revelarse insostenible.

P. ¿Qué opina de la emergencia de los fundamentalismos y del reforzamiento de las religiones tradicionales?

R. Lo que revelan ambos fenómenos es que la Historia no se deja dibujar con un solo trazo. La Historia incluye en su interior mil historias, de muy diverso signo, y alguna de ellas puede tener un signo retardatario, paradójico o cualquier otro. En todo caso, la emergencia de los fundamentalismos revela que eso del pensamiento laico no puede ser representado bajo la figura de la tierra conquistada, sino más bien bajo la del horizonte al que se tiende, bien dificultosamente por cierto.

P. Se critica a los filósofos por acercarse al mundo llenos de metáforas y olvidarse de la realidad...

R. Los filósofos analíticos suelen recordar la obviedad, a menudo olvidada, de que la palabra "rojo" no es de color rojo. Algo parecido pasa con el término "realidad", que tantos utilizan como si su mero empleo les colocara más cerca de lo real mismo. Kundera también se reía mucho de quienes, para cerrar una discusión política, gustaban de exclamar "¡pasemos a la acción!... y continuaban hablando. La realidad es una construcción teórica -elaborada a partir de datos de experiencia-, pero construcción teórica al fin.

P. Cada vez tiene más peso la interpretación en la tarea filosófica...

R. "La ley de la gravedad es dura, pero existe", decía aquel personaje de un cuento de Cortázar a otro, caído en el suelo. Reconozco que no simpatizo demasiado con el consecuencialismo. Para mí la cuestión es si el mundo, la historia, o cuanto nos ocurre, tiene la estructura de un texto en cuyo interior habitamos. De ser así, oficiar de intérprete es la única forma de que disponemos de habérnoslas con lo que hay (y, por tanto, un cierto grado de ambigüedad resulta rigurosamente insoslayable).

P. De conquistar o atrapar la verdad parece ocuparse la filosofía. ¿De qué verdad se trata? ¿De una que debe aceptarse de manera universal y que impone unas obligaciones morales?

R. La verdad no es una cosa, un objeto del mundo, y, por tanto, no es algo que podamos poseer, atrapar o nada parecido. Designa una relación de conocimiento humana que, como tal, es frágil, aproximativa y, en todo caso, histórica. Popper llevaba razón al pensar la verdad en términos de verosimilitud y de probabilidad. Nada que ver, por tanto, ni con la universalidad ni con obligaciones morales: es sólo un instrumento para no enfrentarnos, desarmados, al mundo.

P. ¿No es el conocimiento, en definitiva, una cuestión de poder? Si fuera así, ¿quién manda ahí?

R. El conocimiento se dice de muchas maneras. Si la pregunta se refiriera al conocimiento científico, parece claro que la ciencia, que es cada vez más tecnociencia, ha terminado por diluirse en la esfera de lo económico, en la que, por cierto, no son precisamente los propios científicos los que mandan.

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