Editorial:

Apostar por Brasil

El presidente Lula está consiguiendo en el comienzo de su mandato una proyección infrecuente de la realidad brasileña. El antiguo obrero sindicalista reconvertido al pragmatismo difunde una imagen de credibilidad que confirman sus políticas aún incipientes. Si el mes pasado su encuentro con Bush en Washington se sustanciaba con la promesa de EE UU de estrechar sus relaciones con Brasil, pese al antagonismo doctrinal de ambos dirigentes, le llega ahora el turno a la Unión Europea, el otro gran ámbito de influencia mundial con el que Brasilia necesita entenderse.

En España ha sido acogido...

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El presidente Lula está consiguiendo en el comienzo de su mandato una proyección infrecuente de la realidad brasileña. El antiguo obrero sindicalista reconvertido al pragmatismo difunde una imagen de credibilidad que confirman sus políticas aún incipientes. Si el mes pasado su encuentro con Bush en Washington se sustanciaba con la promesa de EE UU de estrechar sus relaciones con Brasil, pese al antagonismo doctrinal de ambos dirigentes, le llega ahora el turno a la Unión Europea, el otro gran ámbito de influencia mundial con el que Brasilia necesita entenderse.

En España ha sido acogido con algo más que cordialidad, y Aznar ha anunciado una alianza estratégica con Brasil que se convertirá en una agenda concreta en octubre. Lula quiere que aumente la inversión española -la segunda, después de EE UU- y la mediación de Madrid para lograr un acuerdo consistente entre la UE y Mercosur, cuestión vital para el cono sur americano. El proceso de integración regional tiene carácter prioritario para el presidente brasileño, que busca su prolongación física a través de grandes infraestructuras, una vertiente en la que España puede ofrecer conocimientos y experiencia. Lula renovó ayer su compromiso con la seguridad jurídica como marco imprescindible de las inversiones exteriores en su país.

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El líder brasileño mantiene casi intacta su popularidad interna medio año después de asumir el timón. Ha conseguido en ese tiempo reducir la inflación y detener el deterioro de la divisa nacional. Pese a que todavía están en una fase inicial sus reformas básicas para capear la crisis de un gigante lastrado por desigualdades lacerantes -se trate de los impuestos, el mercado del trabajo o la reforma de las pensiones-, el conjunto representa probablemente la mejor esperanza en Latinoamérica para conciliar desarrollo y justicia social. Lula reclama como ingrediente imprescindible de ese horizonte el final del proteccionismo comercial de los grandes bloques, un lastre formidable que países como el suyo han de afrontar para emerger de su postración.

Sin engolamientos ni abdicaciones, ni personales ni de credo, Lula está consiguiendo hacer creíble el proyecto brasileño. Pide justamente la solidaridad de los poderosos y se la aplica a escala a su propio país respecto de sus vecinos latinoamericanos. España en concreto y la UE en su conjunto deben estar sin regateos en ese experimento.

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