Reportaje:

Dos sexos en un cuerpo

Más allá de los experimentos extravagantes, las quimeras sexuales caminan entre nosotros

Si el congreso de la Sociedad Europea de Reproducción Humana y Embriología, que se ha celebrado esta semana en Madrid, hubiera dado un premio al experimento más extravagante de los presentados en la sesión oficial, caben pocas dudas de que el galardón hubiera sido para Norbert Gleicher, de la Fundación para la Medicina Reproductiva de Chicago (EE UU). Éste es el científico que inyectó células de un embrión humano masculino en otro embrión humano femenino y, de esta forma, generó lo que se llama técnicamente una quimera: un embrión con partes macho y partes hembra.

Gleicher, que en ningú...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

Si el congreso de la Sociedad Europea de Reproducción Humana y Embriología, que se ha celebrado esta semana en Madrid, hubiera dado un premio al experimento más extravagante de los presentados en la sesión oficial, caben pocas dudas de que el galardón hubiera sido para Norbert Gleicher, de la Fundación para la Medicina Reproductiva de Chicago (EE UU). Éste es el científico que inyectó células de un embrión humano masculino en otro embrión humano femenino y, de esta forma, generó lo que se llama técnicamente una quimera: un embrión con partes macho y partes hembra.

Gleicher, que en ningún momento pretendió implantar sus quimeras en una mujer, destruyó los embriones a los seis días. Pero no hay que hacer ningún ejercicio hipotético-deductivo para saber qué habría pasado si los hubiera implantado. Porque las quimeras existen y caminan entre nosotros. Más aún: el auge de la reproducción asistida está probablemente aumentando su frecuencia en la población humana. Pero vayamos por partes. ¿Qué pretendía Gleicher?

La línea que separaba sus zonas masculina y femenina pasaba por mitad de los genitales

El científico de Chicago ha explicado en el congreso que su intención era investigar una posible forma de curar a embriones con enfermedades hereditarias. Citó la enfermedad del niño burbuja (inmunodeficiencia grave combinada). Cuando un niño sufre esta dolencia, debida a la mutación de un solo gen, todas las células de su cuerpo llevan la mutación. Pero basta con implantarle unas cuantas células normales en la médula ósea para que el niño desarrolle su sistema inmune y se salve.

Gleicher trasladó esa lógica al embrión: bastaría con inyectar unas pocas células normales en un embrión mutante para rescatarle de la enfermedad. La razón de que, en sus experimentos preliminares, utilizara células masculinas para inyectar un embrión femenino no es más que la comodidad. El investigador necesitaba saber cuál era el destino de las células inyectadas: si proliferaban o morían, si se extendían por una zona amplia o reducida del embrión, etcétera. Y el sexo es un magnífico marcador: basta detectar el cromosoma Y, o cualquiera de sus productos, para saber que una zona del embrión procede de las células inyectadas.

El experimento ha recibido críticas generalizadas. Cuando una pareja es portadora de una enfermedad hereditaria, ya es una práctica común generar varios embriones por fecundación in vitro, analizar sus genes (diagnóstico preimplantacional), descartar los que llevan la mutación e implantar en la mujer los demás. Pocos científicos han entendido la necesidad de "curar" a un embrión mutante inyectándole células normales.

Sin embargo, el aspecto que ha resultado más escandaloso -la mezcla de células de dos sexos en un solo embrión- es, paradójicamente, la parte más normal de todo el experimento. He aquí el ejemplo mejor descrito.

En 1994 nació en Edimburgo (Reino Unido) un niño aparentemente normal, salvo por un detalle: su testículo izquierdo no había descendido correctamente. Cuando el niño cumplió 15 meses, los médicos del Western General Hospital de Edimburgo notaron que el testículo era anormal y había formado una hernia, por lo que decidieron extirparlo. Y lo que se encontraron no fue un testículo, sino un ovario, una trompa de Falopio y un trozo de útero.

El niño de Edimburgo era una quimera natural, y nadie se hubiera dado cuenta de no ser porque la línea que separaba sus territorios masculino y femenino pasaba, casualmente, por en medio de los genitales. David Bonthron y sus colegas de la Unidad de Genética Humana de la Universidad de Edimburgo describieron el caso en el New England Journal of Medicine (15 de enero de 1998). El niño tiene ahora nueve años y está perfectamente normal.

El niño de Edimburgo había sido concebido por fecundación in vitro. Para ser más exactos, había sido concebido por dos fecundaciones in vitro. Como es habitual en esta técnica, los médicos implantaron tres embriones en la madre, y dos de ellos, uno masculino y otro femenino, experimentaron una fusión dentro del útero para generar un solo embrión quimera.

Bonthron señala en su trabajo: "Se desconoce el porcentaje natural de quimeras. Los fenotipos [cualidades observables] de las quimeras XX / XY varían desde varones normales hasta mujeres normales, pasando por diversos grados de hermafroditismo. La dispersa literatura técnica está sin duda sesgada hacia casos de ambigüedad sexual, y muchas quimeras XX / XY han debido pasar inadvertidas. Su incidencia puede ser más alta de lo que se sospecha".

El experimento de Gleicher no sólo es extravagante. También es una auténtica vulgaridad.

Archivado En