El Pentágono estudia un plan de propaganda que incluye el pago a periodistas europeos

La organización de manifestaciones y la creación de escuelas islámicas son otros objetivos

El Pentágono sigue dándole vueltas a la posibilidad de entrar de lleno en la guerra de la propaganda, tanto en países amigos como enemigos. La idea se planteó inmediatamente después del 11-S y ha suscitado grandes polémicas en el Departamento de Defensa, bastantes de cuyos mandos se oponen a poner en riesgo la credibilidad de la primera fuerza militar del mundo. Donald Rumsfeld tiene ahora sobre la mesa un proyecto de programa que permitiría, entre otras cosas, financiar libros y escuelas islámicas de tono proamericano, organizar manifestaciones y pagar a periodistas extranjeros.

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El Pentágono sigue dándole vueltas a la posibilidad de entrar de lleno en la guerra de la propaganda, tanto en países amigos como enemigos. La idea se planteó inmediatamente después del 11-S y ha suscitado grandes polémicas en el Departamento de Defensa, bastantes de cuyos mandos se oponen a poner en riesgo la credibilidad de la primera fuerza militar del mundo. Donald Rumsfeld tiene ahora sobre la mesa un proyecto de programa que permitiría, entre otras cosas, financiar libros y escuelas islámicas de tono proamericano, organizar manifestaciones y pagar a periodistas extranjeros.

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Hasta ahora, la CIA y el Departamento de Estado asumían esas funciones. El secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, se opone en principio a ampliar las responsabilidades de su departamento, que tiene en marcha operaciones militares en numerosos países y puede enfrentarse pronto a una guerra contra Irak. Pero, por otra parte, Rumsfeld considera que el Gobierno de Estados Unidos ha fracasado hasta ahora en sus intentos de explicar sus posiciones y objetivos a una opinión pública internacional crecientemente hostil, y piensa que él podría hacerlo mejor que otros miembros del Gabinete de George W. Bush.

Tras la declaración de guerra contra el terrorismo, el Departamento de Estado creó una oficina de diplomacia pública, eufemismo de propaganda, dirigida por Charlotte Beers, una ex ejecutiva publicitaria. Los resultados son poco satisfactorios: en los dos últimos años, la imagen de EE UU ha empeorado en todos los países, salvo Rusia y Uzbekistán, y es percibida de forma muy negativa en los países musulmanes.

Rumsfeld ya hizo un intento, fallido, de aprovechar los enormes recursos de la maquinaria militar para emitir propaganda. En febrero pasado tuvo que cerrar la llamada Oficina de Influencia Estratégica, recién creada, cuando la prensa reveló que entre sus funciones se contaba la de emitir noticias falsas que favorecieran a Estados Unidos. La información sobre la evolución de la guerra contra el terrorismo, objetivo principal de esa Oficina de Influencia, fue recuperada por el Departamento de Estado.

Un documento secreto llamado 3600.1: Operaciones de Información limita las acciones propagandísticas del Departamento de Defensa a países enemigos, tanto en situaciones de guerra como de paz. Desde hace meses, por ejemplo, el Pentágono bombardea Irak con octavillas en las que advierte a los mandos militares locales que no cumplan ninguna orden relacionada con el uso de armas de destrucción masiva, y en las que insta a las baterías antiaéreas a no disparar contra los aviones estadounidenses que patrullan las zonas de exclusión. Operar en países aliados requeriría más sofisticación y ambigüedad, e implicaría el riesgo de irritar a Gobiernos amigos.

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Si el documento 3600.1 fuera modificado, como propugna un sector de la cúpula civil y militar del Ejército estadounidense, el Pentágono, que ya ha incrementado sus actividades de espionaje, adquiriría una enorme capacidad para realizar operaciones encubiertas. El diario The New York Times publicaba ayer algunas de las posibilidades al alcance de Rumsfeld: podría crear en secreto una red propia de mezquitas y escuelas islámicas, para contrarrestar el extremismo fomentado en los centros financiados por Arabia Saudí; podría pagar a periodistas europeos para que aplaudieran en sus artículos las políticas estadounidenses; y podría contratar firmas de relaciones públicas para que organizaran manifestaciones proamericanas en países, como Pakistán, donde el Gobierno es aliado pero la población no simpatiza con Estados Unidos.

George W. Bush saluda al sultán de Brunei, Hassanal Bolkiah Muzzaddin Waddsaulah, ayer en la Casa Blanca.AP

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