EL ARTISTA DEL ESPACIO Y EL VACÍO

Un activador de la energía luminosa

¿Qué le ocurrió a Eduardo Chillida para que, justo a los 20 años, se transformase su destino personal de la forma más inesperada? En 1943, este joven donostiarra, cuya afición al fútbol le llevó a ser guardameta titular de la Real Sociedad, se instaló en Madrid para estudiar Arquitectura. Pensando en lo que era la España franquista de aquellos años de posguerra, que Eduardo Chillida, sólo un lustro después de su efímero viaje de estudios madrileño, se instalara en el pabellón de la Ciudad Universitaria de París para hacerse escultor, hay que considerarlo, en efecto, un giro espectacular, cuyo ...

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¿Qué le ocurrió a Eduardo Chillida para que, justo a los 20 años, se transformase su destino personal de la forma más inesperada? En 1943, este joven donostiarra, cuya afición al fútbol le llevó a ser guardameta titular de la Real Sociedad, se instaló en Madrid para estudiar Arquitectura. Pensando en lo que era la España franquista de aquellos años de posguerra, que Eduardo Chillida, sólo un lustro después de su efímero viaje de estudios madrileño, se instalara en el pabellón de la Ciudad Universitaria de París para hacerse escultor, hay que considerarlo, en efecto, un giro espectacular, cuyo acierto sería rápidamente confirmado por los hechos. Ya antes de finalizar la década de 1940, Chillida había realizado una interesante obra en yeso y terracota, de carácter figurativo y cierta influencia de Brancusi, pero fue, durante los años cincuenta, cuando maduró su estilo personal y alcanzó un rápido reconocimiento internacional. Es cierto que, en el inicio de este rápido progreso, intervino muy oportunamente la amistad de Chillida con otro joven artista español, entonces también residente en París: Pablo Palazuelo, con el que compartió primeras inquietudes, para luego desarrollar cada uno una singular trayectoria personal. En todo caso, los primeros éxitos internacionales de Chillida fueron extraordinarios, como se corrobora constatando que obtuvo el Gran Premio de Escultura de la Bienal de Venecia en 1958, el Premio Carnegie de Escultura de 1960 y el Premio Kandinsky de 1961, los primeros de una larga sucesión de galardones internacionales que luego fue recibiendo como premio a su actividad creadora en todas las partes del mundo.

En este notable proceso creador hubo, sin duda, una fecha mítica de arranque: la de 1951, cuando, instalado en Hernani, Chillida realizó la escultura Ilarik, su primera escultura en hierro, el material que el español Julio González había recuperado para la vanguardia y que, siguiendo sus pasos, el estadounidense David Smith proyectó como un elemento decisivo para la escultura más renovadora de después de la II Guerra Mundial. Chillida supo combinar estas inquietudes vanguardistas con la inspiración vernácula, no sólo por el antecedente citado de Julio González -al que también habría que sumar los de Pablo Gargallo y, sobre todo, el Picasso de los años veinte-, sino por el uso que hizo de los aperos de labranza tradicionales del País Vasco en los que se fijó como fuente de inspiración. Pero Chillida no se limitó a un solo material, sino que pronto demostró ser capaz de trabajar con otros muchos, tradicionales e industriales. En 1961 realizó su primera escultura en madera, Abesti Gogora, preludio de una muy variada experimentación con el alabastro, el hormigón, el acero, la cerámica, el papel, etcétera. Toda esta obra, al margen de su material y técnica, estuvo al servicio de una orientación no figurativa, aunque sin dar a este término un carácter aséptico y abstracto, ya que, como se ha indicado, hay en Chillida siempre muchos elementos de la tradición cultural vernácula y de un concepto del espacio de honda significación local.

La concepción poética del espacio ha sido determinante en Chillida, un activador de las fuerzas que intervienen y modulan lo vacío y lo lleno, y, sobre todo, de la energía luminosa que revela la intensidad. En este sentido, la escala y el peso desempeñan un papel decisivo en la escultura de Chillida, que, trabajando en dimensiones mínimas y monumentales, ha logrado hacer levitar una mole de hormigón y gravitar de la forma más pesante a una simple hoja de papel. Por todo ello, la concepción espacial de Chillida ha sintonizado fácilmente con la de los filósofos y los poetas, con aquellos que no están restringidos por las leyes unívocas de la física. No es, por tanto, extraño que Chillida llegara a colaborar con pensadores de la talla de Gastón Bachelard, Martin Heidegger o Cioran, así como con Jorge Guillén.

Por otra parte, como todos los grandes escultores, el dibujo fue siempre fundamental para Chillida, fascinado con la expresividad y el ritmo de los pliegues. El registro de su grafismo fue también muy variado, ya que Chillida no se limitó a usar el dibujo como proyecto o trasposición de sus esculturas, sino que aspiró a representarlo todo, incluidos algunos elementos figurativos convencionales como las manos, que en él se convertían en la clave de un microcosmos.

En definitiva, Eduardo Chillida no es sólo uno de los mejores artistas españoles del siglo XX, sino, sin duda, una de las personalidades creadoras más relevantes de la escultura europea de la segunda mitad de la pasada centuria.

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