61ª FERIA DEL LIBRO DE MADRID

De bibliotecas

Acabo de descubrir la principal virtud de la actual sociedad postmoderna que nos abruma y define: Hemos vencido al Pecado Original, ya no hay ni Eva ni Adán, ni Árbol del Bien y del Mal ni Manzana, ni desde luego Serpiente y ni siquiera Expulsión del Paraíso Terrenal que valga, ya nada ni nadie puede ni podrá desalojarnos de él jamás, allí estamos instalados de una vez para la eternidad. Y todo esto lo he descubierto por la carta al director de una bibliotecaria que supongo joven y repleta de buenas intenciones, que protestaba por mi artículo en defensa de esa raza en extinción que son las lib...

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Acabo de descubrir la principal virtud de la actual sociedad postmoderna que nos abruma y define: Hemos vencido al Pecado Original, ya no hay ni Eva ni Adán, ni Árbol del Bien y del Mal ni Manzana, ni desde luego Serpiente y ni siquiera Expulsión del Paraíso Terrenal que valga, ya nada ni nadie puede ni podrá desalojarnos de él jamás, allí estamos instalados de una vez para la eternidad. Y todo esto lo he descubierto por la carta al director de una bibliotecaria que supongo joven y repleta de buenas intenciones, que protestaba por mi artículo en defensa de esa raza en extinción que son las librerías y los libreros. Bien por las librerías, venía a decir, pero ¿qué pasa con las bibliotecas, que son otro medio de acceso a la cultura, y hasta quizá superior a las otras?

La democracia intentó arreglar los agujeros demasiado grandes y dispersos de nuestra red de bibliotecas

Se trataba -dejando aparte su aroma corporativista y pro domo sua del gremio- del típico ejemplo de 'crítica sustituyente', la que propone criticar una cosa en lugar de otra, como en el caso del ciudadano británico que para criticar un espectáculo flamenco salió del paso diciendo: 'Deberían leer la Biblia en lugar de lamentarse tanto'. Es evidente que bibliotecas y librerías son dos medios necesarios para acceder a la cultura, aunque muy diferentes entre sí; uno -el primero- cada día más institucional, fuerte y poderoso (y servido por una clase funcionarial reservada a los más altos destinos docentes) y el otro, como ya dije, en vías de extinción. Pero como los jóvenes de hoy viven sin pecado original y absueltos de su propio pasado, pueden protestar en nombre de lo que ni viven y ni siquiera vivieron. Mi experiencia de las bibliotecas la conté en el capítulo 8 de mi libro El pasado imperfecto (1998), donde dije que una de mis primeras contradicciones era la de, amando como amo los libros y la literatura, comprobar mi 'aversión a las bibliotecas públicas', lo que argumenté con algunos episodios allí sufridos durante los tiempos franquistas -dificultades de acceso, de utilización y hasta expulsiones- que no voy a repetir ahora, cuando todo pasado son ya batallitas aburridas y olvidables, incluso lo de aquel pecado original del que la televisión, el consumo y el dinero nos han salvado para siempre.

Leí sin parar en aquellos tiempos a través de todos los caminos: de bibliotecas de todo tipo, personales y familiares, de amigos y conocidos, de colegios e instituciones, privadas y públicas, pero también librerías de nuevo y de viejo, quioscos y papeles tirados por los suelos, a través de préstamos, compras y robos, claro está, y nada tiene de extraño que mi acceso a la cultura siguiera un camino más individual que colectivo, libertario, insobornable e insubordinado por definición, lo que desembocó en un autodidactismo que mis veinte años de escolarización primaria, secundaria, universitaria y de periodismo, más los de casi medio siglo de trabajo profesional no han podido borrar jamás y me siento orgulloso de todo ello, que así me ha dado -o prestado- la conciencia de haber cumplido con un trabajo de creación de una obra personal en libertad, que es como uno debe crearse el camino hacia su cultura personal, pues no hay otra.

Las librerías han sido el reino del acceso personal, individual y en libertad a la cultura, eso sí, pagando -aunque no siempre-, sus puertas están o han estado abiertas (algunas sufrían y sufren aún atentados), en ellas se ha podido o se puede consultar lo que se quería o se quiere, leer a veces (y a trozos) libros enteros y hasta robar. Las bibliotecas fueron centros elitistas en sus orígenes (reyes, cortes, mecenas, academias, abadías) y por tanto creadas, censuradas o dirigidas desde arriba, y no por el libre comercio (que está dejando de serlo, pues su mercado ya lo controla todo, librerías incluidas), sino por la decisión de sus propietarios o directivos. La democracia intentó arreglar los agujeros demasiado grandes y dispersos de nuestra red de bibliotecas (que no lo era), pero me cogió tarde para corregirme y ahora además está destrozando nuestras librerías. Las bibliotecas fueron entregadas a las autonomías, a los vascos, catalanes, gallegos, andaluces y así sucesivamente y cada cual organiza, censura y controla las suyas, y a su través a sus alumnos, pues así los educan, (de)forman y adoctrinan. De paso, Joaquín Leguina lo hizo muy bien en la red pública de las de la Comunidad de Madrid, y así se lo han pagado, pues además es escritor, el colmo en estos tiempos en los que el libro, que no se rinde, tampoco rinde demasiado.

Lo de antes fue una elegía por las librerías. Lo de hoy, una ambigua proclamación de las bibliotecas como necesarias, aunque siga siendo una imperfecta red con sus agujeros más grandes y dispersos que nunca, un sistema dictatorial por docente e institucional donde los amos (centros propietarios y equipos directivos) con escasos presupuestos son quienes lo controlan todo, como lo dicta ese nuestro actual sistema que está despojando al liberalismo de su propia libertad.

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