Reportaje:

El rebrote de la malaria

El paludismo aumenta su resistencia a los fármacos sin que existan terapias alternativas

Olvidada por el mundo rico y azote del 40% de la humanidad, el siglo XXI parece no haber llegado para la malaria. La enfermedad, transmitida por el mosquito anofeles, continúa sin una vacuna eficaz y, desde hace unos años, suma otro problema: los tratamientos a base de cloroquina que se han estado utilizando las últimas tres décadas están dejando de ser efectivos. El parásito que causa la malaria ha desarrollado una mutación que parece imparable y que provoca grandes resistencias a los tratamientos. La cloroquina, que siempre había funcionado, ya resulta ineficaz para el 54% de los enfermos de...

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Olvidada por el mundo rico y azote del 40% de la humanidad, el siglo XXI parece no haber llegado para la malaria. La enfermedad, transmitida por el mosquito anofeles, continúa sin una vacuna eficaz y, desde hace unos años, suma otro problema: los tratamientos a base de cloroquina que se han estado utilizando las últimas tres décadas están dejando de ser efectivos. El parásito que causa la malaria ha desarrollado una mutación que parece imparable y que provoca grandes resistencias a los tratamientos. La cloroquina, que siempre había funcionado, ya resulta ineficaz para el 54% de los enfermos de África.

Este fármaco se utilizó por primera vez en los años cuarenta, poco después de la Segunda Guerra Mundial, y resultó ser efectiva para curar todas las formas de la malaria. Tenía pocos efectos secundarios cuando se tomaba a la dosis indicada y además era de bajo coste. A mediados de los años ochenta se comenzaron a observar los primeros casos de resistencia severa a la cloroquina, un problema que no ha parado de agravarse hasta la actualidad. Ahora, la mayoría de las cepas de Falciparum malaria se han vuelto resistentes a la cloroquina.

Xavier Gómez, investigador del hospital Clínic de Barcelona, vive este problema a diario en el centro de investigación de Salud de Manhiça (Mozambique), dependiente del centro universitario barcelonés. 'Niños que antes resistían a la malaria ahora responden peor al tratamiento, y esto probablemente esté aumentando la mortalidad', afirma.

Coma irreversible

En los casos de malaria severa, el fallo del tratamiento puede llevar a un coma irreversible si no se trata al paciente con quinina, algo que sólo puede hacerse en hospitales. Cada día más de 200 niños llegan a este centro aquejados de fiebres y otras dolencias. El 65% se van con un diagnóstico de malaria y una de cada cuatro muertes que se registran en el hospital son a causa de esta enfermedad. Cuando estos datos se extrapolan al resto de África y de los países tropicales, el resultado es descorazonador. Cada año mueren en el mundo casi dos millones de personas por causa directa de la malaria. Otros 400 millones consiguen sobrevivir a sus efectos.

El problema de la resistencia de la malaria a la cloroquina ha abierto una nueva polémica sobre la falta de medicamentos para combatir esta vieja enfermedad. Muchos centros africanos están sustituyendo la cloroquina por otros fármacos que suministra la Unicef. Uno de ellos es la Sulfadoxina-Pirimetadina (SP). Pero está sirviendo de poco. Malawi, uno de los países del África austral que se decidió por esta vía, ya se plantea dar marcha atrás, puesto que la malaria también se está resistiendo a este segundo medicamento.

La falta de dinero para la investigación está en el fondo del problema. La búsqueda de soluciones a la malaria, considerada una enfermedad de pobres, no resulta rentable a las grandes empresas farmacéuticas.

Así pues, ¿qué se puede hacer? Según Xavier Gómez, la lucha contra la malaria tiene que librarse con las terapias combinadas por una parte y con medidas de prevención como las mosquiteras impregnadas por otra. Un solo medicamento ya no basta y ahora hay que encontrar cuál es la fórmula para luchar contra las formas resistentes de malaria. La Organización Mundial de la Salud (OMS) está estudiando la efectividad de dos tipos de combinados para comenzarlos a aplicar. Una primera solución sería un combinado entre artesunato y SP. Este medicamento debería tomarse en dos dosis con tres días de diferencia. La segunda solución propuesta es un combinado entre artesunato y amodiaquina. En principio, la OMS apuesta por este medicamento, aunque muchos médicos lo rechazan porque debe suministrarse durante tres días seguidos, algo muy complicado en países faltos de las más mínimas infraestructuras sanitarias.

Los efectos secundarios de los medicamentos que forman los combinados es otro punto polémico. La amodiaquina, por ejemplo, es poco recomendable para las mujeres embarazadas y debe ser suministrado bajo un estricto control médico, lo que una vez más dificulta su aplicación.

El laboratorio del hospital Clínic en Mozambique comenzará este mes una investigación para determinar cuál de los dos combinados puede ser más efectivo. A la espera de los resultados, los investigadores del Clínic consideran que la terapia más factible es la del artesunato combinado con SP, ya que es de más fácil administración y sólo se precisan dos visitas al centro sanitario.

Los médicos, sin embargo, saben que la única forma de evitar los devastadores efectos de la malaria es la prevención. A falta de vacunas efectivas, muchos hospitales de África buscan en los medicamentos disponibles una fórmula que les permita un uso preventivo. Una de estas líneas de investigación la ha realizado el Clínic en Tanzania con una muestra de 700 niños. Se trata de un tratamiento denominado terapia intermitente, que consiste en aplicar tres dosis de SP coincidiendo con el calendario de vacunaciones de los bebés.

'En Mozambique y en casi toda África las madres ya están concienciadas de la importancia de las vacunas y suelen traer los hijos al hospital. Éste es el mejor momento para aplicarles la terapia', explica Gómez. Y los primeros resultados no se han hecho esperar. El año pasado, la incidencia de la malaria entre los niños de menos de un año que habían recibido el tratamiento disminuyó un 59%. Las hospitalizaciones de este grupo de bebés se redujeron en un 30%.

Según Gómez, todavía no pueden sacarse conclusiones contundentes, pero considera que la terapia es una buena herramienta para prevenir la malaria mientras no aparezca la ansiada vacuna. Ahora falta saber si, superado el primer año de vida, la terapia sigue siendo efectiva. Estudios realizados en Tanzania hacen pensar que sí, aunque faltan pruebas más contundentes. Demostrarlo será uno de los objetivos de los próximo meses para el centro del Clínic.

Un grupo de niños juegan junto a una charca en un poblado de las afueras de Maputo (Mozambique)M. N.

Sin vacunas a la vista

Setenta años de investigación más o menos constante no han permitido encontrar una vacuna contra la malaria. Los científicos no hallan la fórmula de producir en grandes cantidades los microorganismos atenuantes del parásito y tampoco logran erradicar el mosquito que la transmite. A finales de los años ochenta, el científico colombiano Manuel Patarroyo dio un paso importante al desarrollar la vacuna sintética Spf66. Pero el globo se desinfló al comprobar que sólo tenía una efectividad del 31% y que ésta era casi nula entre la población asiática. El polémico investigador desarrolla ahora una nueva vacuna denominada Col-ma-vac, que tiene una mezcla molecular más compleja que la anterior, por lo cual podría alcanzar un mejor porcentaje de inmunidad. Sin embargo, los problemas económicos que atraviesa su laboratorio hacen peligrar el proyecto. El Ejército de Estados Unidos también ha desarrollado varios proyectos para dar con la vacuna, uno de ellos en colaboración con Patarroyo. De momento no ha habido resultados y sí varias polémicas entre el investigador colombiano y el Ejército por la diferente valoración de los resultados que hacen ambas partes. Lo cierto es que el proyecto americano, presentado en 1997, no ha obtenido buenos resultados y que el Ejército continúa investigando la vacuna. En otro orden de cosas, la empresa farmacéutica GSK Biologicals asegura estar en posesión de una vacuna útil para la población adulta. De momento se ha probado en Gambia y Kenia, donde ha funcionado en un 70% de los casos durante tres meses. El centro de Investigación de Salud de Manhiça lo probará en niños el próximo año.

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