Montserrat Caballé afirma que no desea vivir de recuerdos porque es como estar muerta

La célebre soprano prepara en el Liceo su regreso operístico tras 10 años de retiro escénico

Montserrat Caballé (Barcelona, 1933) lleva casi diez años sin vivir la magia teatral de la ópera. En 1992 actúo por última vez en una producción escénica -Il viaggio a Reims, de Rossini, en el Covent Garden de Londres- y desde entonces ha dado recitales y conciertos, pero sus problemas de salud, que le impedían soportar el esfuerzo de una representación, forzaron un drástico retiro escénico. Tras pasar varias veces por el quirófano, ya recuperada, la gran diva ensaya en el Liceo Enrique VIII, la ópera de Camile Saint-Saëns con la que el próximo 4 de enero celebrará el 40º ...

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Montserrat Caballé (Barcelona, 1933) lleva casi diez años sin vivir la magia teatral de la ópera. En 1992 actúo por última vez en una producción escénica -Il viaggio a Reims, de Rossini, en el Covent Garden de Londres- y desde entonces ha dado recitales y conciertos, pero sus problemas de salud, que le impedían soportar el esfuerzo de una representación, forzaron un drástico retiro escénico. Tras pasar varias veces por el quirófano, ya recuperada, la gran diva ensaya en el Liceo Enrique VIII, la ópera de Camile Saint-Saëns con la que el próximo 4 de enero celebrará el 40º aniversario de su debut en el coliseo lírico barcelonés. 'No quiero vivir de recuerdos, eso es como estar muerta, lo importante es el hoy y el mañana', afirma.

'Soy optimista y valiente. Mi familia siempre me hizo ver el lado positivo de la vida'
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Montserrat Caballé, que en abril de 2002 cumplirá 69 años, es una de las pocas divas en activo que han conseguido entrar sin discusión en la historia de la ópera. Lo sabe ella y lo reconocen hasta sus más furibundos detractores, que llevan años vaticinando el final de sus días como cantante. Tendrán que seguir esperando unos años más porque la soprano catalana, que debutó profesionalmente en 1956, vuelve a escena con ánimo de seguir en la brecha. 'Cuando los médicos me dijeron que ya podía volver a actuar, sentí una gran ilusión, y el hecho de que mi regreso coincida con el 40º aniversario de mi debut en el Liceo de Barcelona le añade una emoción especial. Los recuerdos son bonitos, pero prefiero mirar al futuro con optimismo'.

Divertida, feliz e inquieta, trabajando a fondo en los agotadores ensayos que exige la puesta a punto de un montaje operístico, Caballé no está dispuesta a dejar que la nostalgia del pasado se imponga a la alegría del ansiado retorno. El 7 de enero de 1962, cuando ya llevaba seis años de carrera profesional en Basilea (Suiza) y Bremen (Alemania), debutó en el Liceo protagonizando el estreno en España de Arabella, de Richard Strauss; 40 años después es una leyenda viva de la ópera que sigue al pie del cañón aliviando la fatiga de los ensayos con dosis de buen humor. 'Estoy rodeada de colegas a los que admiro, como Simon Estes, que es un santo varón, y los ensayos, aunque me cansan físicamente, están resultando muy divertidos', dice.

Estrenada en la Ópera de París en 1883, Enrique VIII es un tardío exponente de la grand opéra, género popularizado por Meyerbeer que obligaba a los compositores a escribir cuatro o cinco actos divididos en grandes escenas, con un ineludible ballet, amplio despliegue de masas y monumentales decorados. Saint-Saëns distribuyó su obra en cuatro actos, con un libreto de Léonce Détroyat y Armand Silvestre, basado en La cisma de Inglaterra, de Calderón de la Barca, y el último drama de Shakespeare, Alls is true, que trata del repudio de la reina Catalina de Aragón por Enrique VIII de Inglaterra, enamorado de Ana Bolena.

La obra se estrena en el Liceo en una coproducción con el Théâtre Impérial de Compiègne dirigida escénicamente por Pierre Jourdan y musicalmente por José Collado. Caballé encarna a Catalina de Aragón al frente de un reparto en el que destaca la presencia del barítono Simon Estes y la mezzosoprano Nomeda Kazlaus, que asumen respectivamente los papeles de Enrique VIII y Bolena. 'Es una parte adecuada a mi voz. Descubrí la obra en 1963, cuando canté Don Carlo en la Ópera de Rouen y su director me regaló la partitura. Me gustó la obra, pero entonces mi voz era muy lírica y opté por esperar unos años porque el papel de Catalina es vocalmente muy dramático', explica.

Desde su debut profesional, Caballé ha realizado unas 4.000 actuaciones y ha forjado un repertorio en el que figuran 90 personajes operísticos. 'A lo largo de mi carrera siempre he procurado investigar, conocer diversos estilos y no quedar limitada al repertorio más conocido. Soy un ave fénix libre y siempre he sentido la necesidad de descubrir nuevas obras. Es una obsesión que me inculcaron mis maestras Eugenia Kemmeny y Conchita Badía. También me enseñaron que en las partituras los compositores dejan la expresión libre, por eso una obra admite interpretaciones diferentes que son igualmente válidas'.

La soprano asegura que tanto las difultades económicas que marcaron su infancia como los duros años de aprendizaje y las enfermedades que la han perseguido a lo largo de su carrera no han hecho sino reformar su carácter luchador. 'Soy optimista y valiente. Mi entorno familiar siempre me hizo ver el lado positivo de la vida'. Caballé revela que precisamente su sentido del humor es un arma muy eficaz para rebajar la tensión de los ensayos. 'A veces en los ensayos hay bronca y ves a la gente muy exaltada. Entonces dices algo gracioso y los ánimos se relajan. Tener buen humor es útil', dice sonriendo.

A la soprano no le molestan lo más mínimo las numerosas grabaciones piratas de sus actuaciones, ni lamenta dejar de cobrar los derechos como intérprete. Le gustan y encima le cuestan dinero, porque los editores corsarios ni siquiera le envían una copia de regalo. 'Las grabaciones piratas son estupendas, dan la talla del cantante sin trucos y son emocionantes porque te hacen recordar momentos especiales. Hace poco descubrí en París una grabación del primer montaje de Un ballo in maschera que canté en 1970 con mi marido, el tenor Bernabé Martí, y compré tres ejemplares, para mis dos hijos y para mí. Me gusta que sepan lo que hacían sus padres'.

Lo que no cambia con el paso del tiempo es el miedo escénico ni el temor a una súbita indisposición, como la caída de presión que dejó sin voz a Plácido Domingo el pasado martes en la Scala de Milán mientras cantaba Otello. El tenor se recuperó y tras una hora de espera el espectáculo pudo concluir. 'Siempre he temido salir a cantar. Puedes tener un accidente, un bajón de voz, una indisposición, y cuando te sientes mal en escena, aguantar el dolor es horroroso. Y muy arriesgado. En el Liceo, por ejemplo, tuve un ataque de riñón durante una función de Ana Bolena en 1982 y al acabar tuve que ser ingresada en el hospital'.

Las últimas actuaciones de Caballé en España en montajes operísticos se remontan a comienzos de los noventa: en el Teatro Romano de Mérida protagonizó en julio de 1990 Hérodiade, de Massenet, con José Carreras. En agosto del mismo año actuó en el Festival de Peralada en el divertido montaje Viva la mamma, de Donizetti. Su última comparecencia escénica fue en febrero de 1991 en el Teatro de la Zarzuela de Madrid en un montaje de Idomeneo, de Mozart. No se encontraba en buena forma y en la última función se negó incluso a salir a saludar en solitario. Diez años después, Caballé regresa a la escena operística en el Liceo de Barcelona con un montaje que estará en cartel del 4 al 17 de enero próximo.

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