Columna

¿Qué economía en esta guerra?

La crisis económica -que no financiera- venía de antes. El 11 de septiembre la agravó considerablemente, aunque si el ataque hubiese venido antes, estiman algunos economistas, probablemente hubiera causado más destrozos, pues hubiera pillado a EE UU antes de la purga de muchas de sus empresas de la nueva economía. Pero la cuestión es: ¿quién hace política económica ahora? Sólo Bush en EE UU con un estímulo fiscal en torno a los 70.000 millones de dólares. Las cuentas públicas se lo permiten. Los demás esperan la recuperación de Estados Unidos. La pérdida de autonomía económica respecto ...

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La crisis económica -que no financiera- venía de antes. El 11 de septiembre la agravó considerablemente, aunque si el ataque hubiese venido antes, estiman algunos economistas, probablemente hubiera causado más destrozos, pues hubiera pillado a EE UU antes de la purga de muchas de sus empresas de la nueva economía. Pero la cuestión es: ¿quién hace política económica ahora? Sólo Bush en EE UU con un estímulo fiscal en torno a los 70.000 millones de dólares. Las cuentas públicas se lo permiten. Los demás esperan la recuperación de Estados Unidos. La pérdida de autonomía económica respecto a la hiperpotencia de Europa o de países como México (85% de cuyo comercio exterior es con EE UU) es notoria, y se suma a la militar. Es una dependencia ya estructural, de la que casi sólo parece escapar China (aunque su crecimiento económico ha caído del 7,5% a un 5,5%).

Como señaló Carlos Solchaga en el Foro México-Unión Europea, celebrado a iniciativa de la Fundación Euroamérica, 'Europa no hará nada por profundizar la recesión, pero tampoco cabe esperar que haga nada para la recuperación'. A las puertas del euro, el 11-S ha puesto de relieve que falta política económica europea. No basta la coordinación entre Gobiernos, que ni siquiera se da. Europa desarrolla grandes planes a diez años vista para convertirse en el área más competitiva del mundo, pero a corto hace poco o nada. Francia y Alemania, en periodo preelectoral, van a ligeros aumentos en los déficit públicos que la Comisión Europea va a pasar por alto. Nada de acciones disciplinares, después de haberle tirado de las orejas unos meses atrás a la buena de Irlanda con consecuencias negativas sobre el referéndum irlandés sobre Niza. Todos, europeos y mexicanos, hablan siempre de reformas estructurales que nunca acaban de llegar del todo. Europa no es una locomotora sustitutiva de EE UU para tirar de la economía mundial.

Puede, como señaló el gobernador del Banco de México, Guillermo Ortiz, que el salto -en términos absolutos, no relativos- en las relaciones entre México y la UE sirvan para amortiguar la crisis mexicana derivada del parón en el gran vecino del norte. Pero cuando se pasa abruptamente de un crecimiento del 7% anual a prácticamente cero o menos, poca amortiguación cabe. México 'no tiene margen de maniobra', según el ministro de Asuntos Exteriores, Jorge Castañeda.

El 11-S y la consiguiente guerra de Afganistán están teniendo efectos devastadores sobre el coste de los seguros -que se habían calculado como máximo para el choque de dos Boeing 747 muriendo los pasajes, pero que no estaban preparados para tamaños daños producidos por el hombre- o de los fletes, que, por aumento de las inspecciones y otras causas, han visto aumentar sus costes hasta un 30%. A nivel global, sin embargo, probablemente el 11-S facilitó el acuerdo en Doha (Qatar) para lanzar la 'ronda del desarrollo' en el marco de la Organización Mundial del Comercio (OMC), cuando el comercio mundial, en términos reales, ha pasado de crecer un 12% en 2000 a prácticamente cero. La ronda no bastará para impulsar un desarrollo que suprima esa pobreza, que es caldo de cultivo y refugio para criminales, como en Afganistán.

A esperar, pues, a EE UU. La captura de Bin Laden tendría un efecto positivo sobre la economía. Por el contrario, la prolongación de la guerra en Afganistán aumentaría la incertidumbre. Pero, al cabo, la palabra la tiene el consumidor estadounidense. Con tipos de interés negativos -por debajo de la inflación, gracias a la labor de la Reserva Federal- ¿seguirá consumiendo? De hecho, los estadounidenses han aumentado la compra de coches. Pero, si persiste la incertidumbre, si no se atisba esa recuperación que algunos ven en el horizonte de mediados de 2002, ¿seguirá consumiendo el ciudadano estadounidense? ¿Y si, pese a los tipos de interés negativos, el 11-S y sus consecuencias psicológicas llevaran a convertir al consumidor estadounidense en un ahorrador? Si se vuelve japonés, los demás estaremos perdidos. Salvo los chinos.

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