Columna

Estampas finlandesas

Finlandia es un país lejano para los españoles. No es cuestión de distancia sino de cultura. Se suele ver desde aquí como un conglomerado de lagos y bosques interminables, como una imagen de postal. Se percibe con asombro la identificación de los finlandeses con la naturaleza y las duraciones tan variables del día y de la noche según las estaciones, pero pocas veces se repara en los hábitos culturales. Finlandia es, por ejemplo, uno de los países más lectores del planeta y no es extraño que figure muchas veces en cabeza de las listas de libros editados por número de habitantes.

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Finlandia es un país lejano para los españoles. No es cuestión de distancia sino de cultura. Se suele ver desde aquí como un conglomerado de lagos y bosques interminables, como una imagen de postal. Se percibe con asombro la identificación de los finlandeses con la naturaleza y las duraciones tan variables del día y de la noche según las estaciones, pero pocas veces se repara en los hábitos culturales. Finlandia es, por ejemplo, uno de los países más lectores del planeta y no es extraño que figure muchas veces en cabeza de las listas de libros editados por número de habitantes.

En el terreno musical los datos son asimismo apabullantes. Los efectos de una educación esmerada se traducen en una cantera inagotable de músicos en todas sus manifestaciones. Compositores como Rautavaara, Saariaho o Lindberg, directores de orquesta como Salonen, Saraste, Oramo o Vänskä, cantantes como Mattila, Salminen, Hynninen, Groop o Ryhänen son únicamente la punta del iceberg de un fenómeno sociomusical de amplias dimensiones. Se detecta además en la vida cotidiana. En el nivel artístico de los grupos callejeros, en la afinación del canto de los feligreses en las iglesias, en el número y calidad de los coros. La penetración de la música en la sociedad es tan familiar que nadie se extraña de que en la revista de la compañía aérea nacional Finnair la portada y el reportaje principal del último número estén dedicados a una violinista de menos de 30 años, Réka Szilvay.

La proyección internacional a través de los festivales veraniegos (69 en total) tiene sus dos exponentes más significativos en Kuhmo (hasta el 29 de julio) y Savonlinna (hasta el 5 de agosto). El primero es el paraíso de la música pura y tal vez la mayor concentración europea de música de cámara; el segundo, popular y desenfadado, es el feudo de la ópera. Tengo la sensación de que los finlandeses se toman más en serio el de Kuhmo. A la ópera van fundamentalmente a divertirse y si pillan una representación tan estupenda como la de Aida de estos días (con un montaje tópico y espectacular, pero lleno de inteligencia; una dirección temperamental del barcelonés Alberto Hold-Garrido y unos cantantes que le echan salero al asunto) pueden llegar a enloquecer.

La música es importante en la vida finlandesa, pero hay otros puntos de atención. En el escaparate principal de una de las librerías más céntricas y concurridas de Helsinki se puede ver estos días, junto a un libro de poemas de Edith Södergran y el best seller de los últimos años, El año de la liebre, de Arto Paasilinna, un montoncillo de ejemplares en español de Cartas finlandesas. Hombres del Norte, de Ángel Ganivet, en la edición de Antonio Gallego Morell para la entrañable colección Austral. Detalles de este tipo definen la mentalidad de un país.

Más aún. En Lappi, un restaurante especializado en cocina de Laponia, que amablemente me habían recomendado desde la Embajada de Finlandia en Madrid, me preguntaron nada más acomodarme a la mesa si quería la carta en algún idioma particular. De esas cosas que uno dice por decir, por instinto de incordiar un poco, se me ocurrió pedirla en español. Pues bien, la trajeron en español. ¿Se imaginan el restaurante más turístico de nuestro país con una carta en finés?

Finlandia desconcierta a los españoles. Los personajes de las películas de Kaurismäki -La chica de la fábrica de cerillas, Nubes pasajeras- producen cierto desasosiego. Las arquitecturas de Alvar Aalto despiertan admiración en su luminosa geometría. Los índices de lectura y música contrastan con el elevado número de suicidios. El alto porcentaje de cargos públicos ocupados por mujeres invita a pensar en que la fuerza simbólica del personaje de ficción Katrina, de la novela de Sally Salminen (hay traducción española en Ediciones del Bronce), se proyecta cada día con más firmeza.

Termino con una anécdota. Tres parejas de jóvenes de aspecto informal asistieron a una representación de Rigoletto hace unos días en Savonlinna. Avanzado el primer acto, una de las chicas, con síntomas de haber bebido en exceso, se desplomó hacia delante golpeando la espalda de una espectadora de punta en blanco. Poco después devolvió. En el descanso, la chica y su acompañante abandonaron la sala y los servicios del festival restablecieron la normalidad. El acompañante en cuestión regresó al tercer acto a tiempo de escuchar y aplaudir con ganas La donna è mobile. La perjudicada señora de punta en blanco, lejos de recibirle con reproches y soltar una arenga sobre la inconsciencia de la juventud, se interesó por el estado de salud de la muchacha. ¿Esta discreción, esta compasión, esta, por qué no, solidaridad, son también típicamente finlandesas? Una perplejidad más a añadir a la lista.

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