Tribuna:REDEFINIR CATALUÑA

25 años... y aún no ha muerto PILAR RAHOLA

"Estamos hartos de la transición". Este comentario, en boca de un lúcido Joel Joan que me hablaba de esa generación sin sueños que dice que es la suya, responde a un sentimiento bastante generalizado: el sentimiento de fatiga. A pesar de los 25 años que hace que murió el memorable, mucho de lo que pasa en este país prodigioso viene de ese legado de luchas a media carrera, renuncias a carrera entera y una buena dosis de amnesia. No es que seamos herederos de la transición política, sino que somos transición en estado puro, casi aún los mismos, casi con los mismos tics. Como si Cataluña se hubie...

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"Estamos hartos de la transición". Este comentario, en boca de un lúcido Joel Joan que me hablaba de esa generación sin sueños que dice que es la suya, responde a un sentimiento bastante generalizado: el sentimiento de fatiga. A pesar de los 25 años que hace que murió el memorable, mucho de lo que pasa en este país prodigioso viene de ese legado de luchas a media carrera, renuncias a carrera entera y una buena dosis de amnesia. No es que seamos herederos de la transición política, sino que somos transición en estado puro, casi aún los mismos, casi con los mismos tics. Como si Cataluña se hubiera momificado en un momento dado, encantada de haberse conocido en aquel punto de la historia en que creyó ser alguien. ¿Lo fue? En todo caso dejó herencia, y el material de que está hecha la herencia define nuestro presente con tozuda persistencia.Lo primero, los nombres. Si descolgamos el cuadro de familia política, colgado tiempos ha, y le sacamos el polvo, descubriremos que, a excepción de algunos desenganchados de última hora, los de entonces aún están todos y pretenden continuar cortando el pastel. Como dicen en el Pallars, si Cataluña tiene mil años, ellos ya estaban antes. Mil años de Pujol, de Maragall, de Ribó, hasta de un joven Carod, todos amigos del amigueo de la transición, tocados por esa inevitable complicidad a que obligó el franquismo. No eran muchos, como recuerda Raimon, pero los que eran le cogieron tanta afición a la cosa que duran y duran y duran... ¿Cómo no va a cansarse la generación de Joel Joan si el panorama parece un anuncio de Duralex? Está Pujol, que lleva mil años sentado en el trono, y no resulta tan claro que piense cederlo a regate corto. La esperanza blanca del cambio es Maragall, que ya lleva 25 años de joven promesa, y su pareja de hecho, Miquel Roca, a pesar de la jubilación anticipada, aún aparece en los papeles como la esperanza del cambio tranquilo. Ribó parece que acaba sus días de azote progre, pal de paller de todas las izquierdas que se precien. Y si Carod parece más nuevo, lleva toda la vida en lo nuevo, de manera que también es algo viejo. Me dirán, con razón, que la realidad empieza a generar nombres de otra cuña y que estos días hemos celebrado la entronización de un delfín. ¿ Estamos, por fin, ante un relevo, o son los Mas, más de lo mismo? Si me permiten la licencia retórica, les diré que los nuevos son la obra maestra de la transición, su última jugada. Son nuevos, pero nacen tan viejos que dudo de que puedan marcar el destino de este trozo de mapa. Quizá lo perpetuarán, puede que lo gobiernen, pero ¿marcarlo?

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Radiografía común de los tres jinetes de la novedad: Duran Lleida, Artur Mas y Josep Piqué. Primera constatación: los tres tienen edad, pero no tienen historia en la transición. Es decir, su sobrecarga de presente pasa por no tener pasado. Segunda constatación: son de perfil ideológico tan débil, que son intercambiables. Artur Mas podría ser el delfín democratacristiano, Piqué podría hereder el pujolismo y Duran Lleida podría ser el artífice del giro pepero, y no pasa nada. A diferencia de la carga ideológica de los Ribó, Maragall, Pujol, estos nuevos se definen por no tener casi definición, auténticos abogados de oficio más o menos bien puestos en cualquier puesto. La transición, pues, se supera a sí misma y, harta de su carga ideológica, opta por descargarse totalmente de ideología... Curiosa venganza. Y última constatación, más allá del hecho evidente y altamente antiestético de que todos son hombres: optan a perpetuar el status, no a cambiarlo. No es que no sean revolucionarios, es que estos nuevos no son ni políticos, aspiran sólo a gestionar la miseria cotidiana. Más directores generales que ideólogos, más contables que líderes, provienen todos del mismo mundo empresarial, de las mismas fuentes. En su casuística, la Generalitat no parece el Gobierno, parece la empresa.

¡Y todo ello parece el principio de Peters! Si al final, a pesar de estar hartos de los antiguos, vamos a pedirles que duren, no sea que... Como mínimo Maragall es ideología más o menos pura, y lo es Pujol, y lo es Ribó, y Carod. Es cierto que compadrean demasiado, pero al menos piensan distinto. Pero ¿piensan distinto los Duran Lleida, Mas, Piqué? De hecho, y en términos de política pura, ¿piensan? Es decir, estamos atrapados entre el cansancio de los viejos patriarcas y el dudoso perfil de los herederos; valiente situación... De todo ello, nada sólidamente nuevo.

Y vuelvo a lo de la transición, a su presencia, a su fatiga... ¿En qué somos aún lo que fuimos, más allá de ser los mismos? Tres conceptos definieron ese momento y han marcado toda la democracia: complicidad, amnesia y conservadurismo. Amparados en el mismo paraguas, todos ellos contra Franco vivían mejor, tanto que aún se reconocen, más cómplices que adversarios. Ello explica el amigueo de 20 años de Parlament, su tono suave, su oasis persistente. Ello explica que sólo dos outsiders de la transición, estilo Colom, estilo Vidal-Quadras, subieran de vez en cuando el tono. Los dos están fuera... A pesar de todos, todos son amigos y residentes en el mismo universo simbólico...

Universo sin memoria, por si acaso, que la amnesia fue el gran pacto de la transición y nadie lo ha roto. Ello permite entender desde la manipulación de la historia hasta el abuso de los símbolos o la guerra de la lengua. Y sobre todo permite creer que la historia empieza con Franco y se consolida con ellos. Antes, nada. Después, parece que nada, sólo gestores de la herencia. Y sin embargo, la Cataluña real tiene tanto que ver con la Cataluña amnésica... Y finalmente, que nada se quiebre. Si algo surgió del miedo de la transición fue un profundo conservadurismo que no sólo se perpetua, sino que aumenta. Sindicatos, partidos, líderes, financiación irregular, cultura de la subvención, compra de la sociedad civil, todo forma parte de la coherencia del sistema. Y nadie está por la labor de cambiar el sistema.

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Por eso algunos estamos hartos de transición. No por exceso de memoria, sino por sobrecarga de presente. Porque, 25 años después, aún nos marca.

Pilar Rahola es periodista y escritora. pilarrahola@hotmail.com

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