Tribuna:

Fotos

La primera foto que uno encuentra en la visita a la exposición 25 años después. Memoria gráfica de una transición, montada por la Fundación Telefónica, es de 1978 y muestra a dos guardias civiles transportando un gran retrato de Franco desalojado del pazo de Meirás a causa de un incendio. La cara de Franco está chorreando algo que intuimos debe de ser resina o barniz derretido del lienzo. Aunque bien pudiera ser sangre. Esta foto, aparte de suponer un afortunado símbolo visual y de contener ciertas cualidades propias de su arte (fijar el movimiento, desafiar al paso del tiempo, hacer hi...

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La primera foto que uno encuentra en la visita a la exposición 25 años después. Memoria gráfica de una transición, montada por la Fundación Telefónica, es de 1978 y muestra a dos guardias civiles transportando un gran retrato de Franco desalojado del pazo de Meirás a causa de un incendio. La cara de Franco está chorreando algo que intuimos debe de ser resina o barniz derretido del lienzo. Aunque bien pudiera ser sangre. Esta foto, aparte de suponer un afortunado símbolo visual y de contener ciertas cualidades propias de su arte (fijar el movimiento, desafiar al paso del tiempo, hacer historia), incluye eso que sólo la fotografía tiene el don de propiciar: la posibilidad de descubrir el detalle, a veces tan minúsculo que sólo se revela y sorprende a la mirada mucho tiempo después; la ocasión de plasmar eso casi mágico que se manifiesta, a menudo muy sutilmente, en la realidad. Que hace de la realidad una metafórica de sí misma.La gente de mi edad, los nacidos en la década de los sesenta, puede hacer el recorrido de esa exposición casi como una evocación del desarrollo de su conciencia política y social. De la muerte de Franco apenas recuerdo algo más que no ir al colegio, las imágenes en los periódicos de ese moribundo entubado -en las que yo aún no podía distinguir ni el rostro de la muerte ni el de los muertos que acumuló su vida- y los amplísimos reportajes gráficos de revistas tipo ¡Hola!, que estudié con la misma frívola y apasionada fruición con la que a esa edad me tragaba cualquier cosa que llegara encuadernada a mis manos. A partir de ahí, y a medida que avanza el recorrido de la muestra, la memoria va haciéndose cada vez más nítida, más cargada de referentes personales, de significación objetiva, hasta que un instante es un lustro o un retrato es una década; la memoria va haciéndose, con uno mismo, historia.

"El periodismo gráfico debió nacer el día en que a los redactores se nos desenfocó el verbo y nos volvimos impotentes para describir la realidad, una realidad para la que, a menudo, una palabra resulta un exceso, y mil no serían suficientes", así describe Maruja Torres el sentido de la fotografía de prensa. En la pared de mi cocina tengo colgado un tablón de corcho en el que vamos pinchando fotos recortadas de los periódicos, fotos impactantes o muy expresivas, a veces tan significativas que son capaces de explicar complejísimos conflictos. Desde hace semanas permanecen dos, recientes. El pie de foto de una de ellas dice: "Un policía israelí discute con un palestino que quería entrar en la Explanada de las Mezquitas, en Jerusalén". Es la foto de una mirada que lo cuenta todo: los ojos de esas dos personas se miran con una fijeza que casi los confunde en uno, con un odio y una cercanía difíciles de explicar en un tratado de historia política. Por sus bocas abiertas sabemos que se están gritando ese odio en un idioma que no necesitamos conocer, porque lo ha traducido el disparo de la cámara. El otro pie de foto reza (es en el Vaticano): "Ibarretxe saluda al Papa el pasado 1 de octubre tras la beatificación de una monja vasca". Su Santidad está como siempre, sentado, con la cabeza inclinada y viéndolas venir; o viéndoles, en este caso a un Ibarretxe que también inclina algo, la espina dorsal, y toma la mano del Pontífice con una devoción inquietante. A diferencia de la foto anterior, que muestra la terrible verdad de un odio, ésta enseña cuanto se oculta en ella, la diabólica mentira de un amor. A Arana le hubiera gustado mucho y seguro que a Juaristi o a Savater les habrá producido escalofrío histórico.

La Fundación Telefónica ha preparado una interesante antología del fotoperiodismo que cuenta mucho y bien de nuestra historia reciente. Algunas fotos incurren incluso en la paradoja del arte: su belleza supera la tragedia. Pero, como en toda antología, hemos detectado una laguna importante, que contemplaría un cambio sustancial en la mentalidad de este país: alguna foto de las últimas manifestaciones multitudinarias del Día del Orgullo Gay. Hay una de 1989, en la que aparecen tres personas de espaldas manifestándose por la libertad sexual. La foto del 2000 hubiera podido mostrar a decenas de miles de personas de frente, continuando, 25 años después, con una transición que no habrá terminado hasta que todos los ciudadanos, sin distinción, vean reconocidos sus derechos. Es historia.

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