Tribuna:

San Simon

Sólo un país bien educado y tolerante con la excentricidad podría elevar a los altares de la música a alguien llamado 'matraca'. Recuerdo que muy al principio de la carrera de Simon Rattle como director de orquesta, viviendo yo en el Reino Unido, intenté colarle a un amigo inglés mi humor español: "¿Cómo sonará Mahler tocado por una matraca?" Mi amigo, que era melómano y ponía sobre las cosas del mundo un velo de ironía maliciosa, no se inmutó. Claro que había captado mi chiste; rattle significa en inglés,entre otras acepciones, matraca, carraca, estertor, y una variedad de sonidos rech...

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Sólo un país bien educado y tolerante con la excentricidad podría elevar a los altares de la música a alguien llamado 'matraca'. Recuerdo que muy al principio de la carrera de Simon Rattle como director de orquesta, viviendo yo en el Reino Unido, intenté colarle a un amigo inglés mi humor español: "¿Cómo sonará Mahler tocado por una matraca?" Mi amigo, que era melómano y ponía sobre las cosas del mundo un velo de ironía maliciosa, no se inmutó. Claro que había captado mi chiste; rattle significa en inglés,entre otras acepciones, matraca, carraca, estertor, y una variedad de sonidos rechinantes. "Sonará enérgico", respondió tras una larga pausa muy inglesa. Y siguió conversando. Entendí enseguida, no sin sentir vergüenza, que lo que en otra cultura más pedestre sería un permanente mote burlón añadido al nombre de la víctima, para los británicos se convertía en un motivo de autoprotección.Y así como mi amigo me tomó suavemente el pelo con su frase de la energía mahleriana, cada anglosajón que pronuncia el apellido de Rattle es consciente de su comicidad implícita, y por ello se esfuerza en desenfatizarla. ¿Humor inglés? Carácter inglés.Esta columna debería propiamente llamarse Sir Simon y no San Simon, pero ya hemos dicho que nuestro humor es español. Aunque aclaro: no quiero sugerir socarronamente que el título de sir que la corona británica concede con tanta largueza a sus artistas equivalga a la santidad. A Simon Rattle yo le notaba el aura de la divinidad mucho antes de que la reina Isabel II le hiciera caballero. En su debut musical, casi adolescente, parecía un ángel; esbelto, guapo, risueño. Debe ser, aún hoy, cuando se ven matas blancas en su entero pelo crespo, el director más guapo del mundo musical, y la sonrisa, que le sale fácil, da un encanto simpático a su cara. ¡Simpatía! Según los que le conocen o le entrevistan, Sir Simon tiene no sólo eso, sino bondad y paciencia, cualidades que rara vez se combinan con el genio delante de un atril puesto en un podio. Incluso su manera de rescatar en concierto o disco autores orillados o piezas poco frecuentes del repertorio adquiere la categoría de una cruzada benefactora. El ejemplo para mí más destacado sería su redescubrimiento de la extraordinaria ópera de Szymanowski El rey Roger, que Rattle llevó a Salzburgo y ha grabado después con su querida niña de los ojos, la Orquesta Sinfónica de la Ciudad de Birmingham.

De esta modesta formación provincial Sir Simon ha pasado ahora, en un salto propio de las estrellas, a ser el director musical de la Filarmónica de Berlín, después de haber sido tentado por Viena, Cleveland, Filadelfia y, según parece, la Metropolitan Opera de Nueva York. Todo en este aún prometedor artista -aunque sea sir formó parte del brat pack de jovencísimos directores de genio, con Nagano, Gergiev, o Antonio Pappano- parece tocado por la gracia. Consigue grandes éxitos inesperados, no pertenece a la Internacional de los Creídos, y es contemporizador, lo cual en arte quiere decir ecléctico; un día demuestra convincentemente su pasión por Stravinsky y al otro graba una comedia musical de Bernstein o promueve como compositor serio a Duke Ellington. Un cielo.

Pero, gracias a Dios, no teme los descensos a los abismos. Cuando Gérard Mortier le invitó a dirigir una ópera de su elección en Salzburgo,Rattle le desconcertó proponiéndole Les boréades de Rameau. Al cabo de quince minutos ya tenía convencido a ese otro gran desafiante que es Mortier; con la anécdota de que Rameau, sabiéndose al final de su larga vida, quiso hacer en Les boréades una despedida operística libre, rara, atrevida, y tan moderna que la mañana siguiente a la muerte del compositor sus allegados dijeron: "Menos mal. Así no tendremos que tocarla".Y así fue. La primera ejecución completa de la obra tardó más de dos siglos. Como soy español y no inglés sigo con mi matraca. Lejos de mí caer en un nuevo culto de latría. Sólo quizá añadir que este ennoblecido santo laico tuvo que nacer con un rattle en la boca. Rattle de sonajero en este caso.

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