El muro de Corea se resiste a caer

ENVIADO ESPECIALA lo largo de la línea de demarcación que separa a las dos Coreas, la zona del mundo más militarizada, los soldados del Norte comunista y del Sur capitalista se enseñan las fotografías de sus novias, juegan a las cartas y se lamentan de vivir en una península dividida. Este ambiente distendido es, por ahora, sólo un sueño reflejado en la película Joint Security Area (Zona de Seguridad Común), el último largometraje del director surcoreano Park Chun Wook. La reconciliación no ha llegado aún tan lejos.

Cuatro meses después de la espectacular cumbre que...

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ENVIADO ESPECIALA lo largo de la línea de demarcación que separa a las dos Coreas, la zona del mundo más militarizada, los soldados del Norte comunista y del Sur capitalista se enseñan las fotografías de sus novias, juegan a las cartas y se lamentan de vivir en una península dividida. Este ambiente distendido es, por ahora, sólo un sueño reflejado en la película Joint Security Area (Zona de Seguridad Común), el último largometraje del director surcoreano Park Chun Wook. La reconciliación no ha llegado aún tan lejos.

Cuatro meses después de la espectacular cumbre que reunió en Pyongyang al presidente surcoreano, Kim Dae-jung, y a su adversario del Norte, Kim Jong-il, occidentales y surcoreanos siguen sin tener claras cuáles son las verdaderas intenciones del régimen estalinista.

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El propio ministro de Asuntos Exteriores surcoreano, Lee Joung-binn, reconocía en una conversación con este periódico que no sabía si la actitud del Norte era "una mera maniobra táctica o reflejaba un cambio de estrategia". "Es difícil de responder, porque su verdadero propósito es complicado de adivinar". Lee no renunciaba, sin embargo, a ser optimista: "No le será fácil al Norte dar marcha atrás, porque tiene una gran necesidad de la cooperación del Sur".

Todos coinciden en que el Gran Líder, como le llama la propaganda norcoreana, aceptó la mano tendida por su homólogo del Sur porque estaba con el agua al cuello. Nueve años ininterrumpidos de recesión y varias catástrofes naturales habían colocado a Corea del Norte al borde del colapso económico sin que pudiera contar, para auxiliarla, con sus antiguos aliados como la Unión Soviética.

Kim Jong-il "ya no sostiene que su país es el paraíso de los trabajadores, ni recalca las virtudes del jutche ", declaró a EL PAÍS Park Jae-kyu, el ministro surcoreano de la Unificación, que en septiembre pasó tres horas mano a mano con el Gran Líder. "Habla con franqueza y reconoce, por ejemplo, la carencia de alimentos" que padece la población.

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La reconciliación arrancó en junio con la cumbre rimbombante entre ambos Kims, pero, desde entonces, cada paso adelante ha sido seguido por alguna sorpresa desagradable para los surcoreanos. En agosto tuvo lugar el primer reencuentro entre 200 familias separadas desde que en 1953 concluyó la guerra civil, pero a principios de octubre Pyongyang no había suministrado, en contra de lo apalabrado, una nueva lista de parientes susceptibles de reunirse.

A finales de septiembre los ministros de Defensa de ambas Coreas, Cho Sung Tae, por el Sur, y Kim Il-chol, por el Norte, se dieron cita en la isla de Cheju, pero este último dio largas al grueso de las propuestas de su colega: teléfono rojo entre ambos Estados Mayores, mutua información sobre maniobras militares, intercambio de observadores, etcétera. Sólo aceptó finalmente desminar una pequeña franja de la frontera para permitir la reconstrucción de una vía férrea que la cruzará. El Ejército surcoreano trabaja ya con frenesí en la retirada de minas mientras los reclutas del Norte permanecen de brazos cruzados.

A principios de julio, Kim Jong-il recibió a Chung Ju Yung, de 84 años, el fundador de la multinacional surcoreana Hyundai, y se mostró muy interesado por sus posibles inversiones en un polo industrial cercano al monte Kumgang. Ahora, sin embargo, acaba de cancelar sin explicación convincente la segunda ronda del diálogo sobre cooperación económica, en la que debían discutirse las garantías proporcionadas a las empresas extranjeras en Corea del Norte. Recortando aún más la actividad semiprivada, varias granjas cooperativas de la provincia de Shinwon acaban además de ser absorbidas por el Estado norcoreano.

Pese a sus intentos, Seúl no consigue tampoco que se fije la fecha del viaje de Kim Yong Nam, el jefe de Estado honorífico norcoreano, para preparar el desplazamiento a Corea del Sur de Kim Jong-il, quien devolvería así la visita que le hizo en junio su ex enemigo surcoreano.

Todos estos reveses quiebran la incipiente confianza instaurada entre Seúl y Pyongyang, según la oposición al presidente surcoreano Kim Dae-jung. "El Gobierno debe tomar contramedidas suspendiendo, por ejemplo, el envío de ayuda alimentaria a Corea del Norte", afirma Kwon Chul-hyeon, portavoz del Gran Partido Nacional. Kim Young Sam, el anterior presidente de Corea del Sur, acusa a su sucesor de "estar soñando despierto" cuando habla de la reconciliación.

No todos los surcoreanos son tan radicales. "Hace tan sólo unos meses era simplemente inimaginable que los dos jefes militares se sentasen en torno a una mesa para discutir cómo reducir la tensión", afirma Lee Jong-seek, un investigador del Instituto Sejong de Seúl. "Los escépticos dicen que las conversaciones entre militares no han dado resultado alguno, pero lo importante ahora es que se vean las caras para discutir del establecimiento de medidas de confianza".

A Lee y a los partidarios del presidente surcoreano les parece ya asombroso que se celebren estas reuniones entre responsables de dos países que están técnicamente en guerra desde 1953 y que mantienen a lo largo del paralelo 37 la más fuerte concentración de tropas del mundo. Corea del Norte dedica la cuarta parte de su presupuesto a la defensa, fabrica y exporta misiles de corto y medio alcance y suspendió en 1994, a cambio de importantes compensaciones, su programa nuclear.

Sincero o no, lo cierto es que Kim Jong-il, el primer dirigente comunista que heredó el cargo de su padre, está cosechando a pasos agigantados los réditos de su cambio de política. El más espectacular es el viaje que, el mes próximo, hará a Pyongyang el presidente de EE UU, Bill Clinton. Previamente, sin embargo, Washington levantó en junio parte de las sanciones que había impuesto a Corea del Norte, y es probable que en noviembre la borre de la lista negra de países que apoyan al terrorismo.

Desde mediados de año Seúl ha aumentado hasta 600.000 toneladas anuales sus envíos humanitarios a su vecino septentrional asolado por la hambruna. La Unión Europea, cuyos socios se precipitan ahora para establecer relaciones diplomáticas con Pyongyang, va a hacer otro tanto y también se dispone a suavizar sus sanciones.

La UE, que es el primer donante de ayuda a Corea del Norte, va a ser más generosa, pese a que algunos informes de sus inspectores en Pyongyang recogían hasta hace poco la sospecha de que parte de sus suministros de alimentos y medicinas van a parar a los almacenes del Ejército y del Partido del Trabajo y no llegan a los más necesitados.

"El Norte debe ser más transparente a la hora de distribuir los alimentos llegados desde fuera", advirtió ayer Christopher Patten, el comisario europeo de Relaciones Exteriores. La opacidad del reparto de las ayudas y las trabas burocráticas puestas al desarrollo de su trabajo han incitado estos últimos años a algunas ONG prestigiosas como Médicos del Mundo y Médicos Sin Fronteras a retirarse de Corea del Norte.

Incluso el reticente Gobierno de Japón, que reprocha a Pyongyang el secuestro de una docena de sus ciudadanos y dar cobijo a varios terroristas, se ha dejado arrastrar por la tendencia altruista. Tokio anunció a principios de mes que iba a quintuplicar su ayuda alimentaria a Corea del Norte hasta alcanzar las 500.000 toneladas de arroz.

La simpatía que inspira Kim Jong-il ha calado hasta en la juventud surcoreana. Las viejas gafas tintadas y la cazadora castrense con cremallera se han puesto de moda al sur del paralelo 37.

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