Tribuna:

El rascacielos

Tengo una torre de discos compactos encima de la mesa del escritorio, y los cuento. Veintinueve pisos más uno, que ha aparecido después y sirve de techo provisional. Si se me va la olla delante del ordenador puedo jugar a las casitas con la torre, a la que de vez en cuando le saco un piso, lo abro y me pongo a escuchar su banda sonora. ¿Cuántas horas podrías ocupar oyendo esta música? (Algunos discos son dúplex, y todos tienen pinturas en la fachada interior.) ¿Cuánto tiempo costó componerla, y a qué precio en arte y esfuerzo? ¿Cuánta historia de España, o de la canción popular, está grabada a...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

Tengo una torre de discos compactos encima de la mesa del escritorio, y los cuento. Veintinueve pisos más uno, que ha aparecido después y sirve de techo provisional. Si se me va la olla delante del ordenador puedo jugar a las casitas con la torre, a la que de vez en cuando le saco un piso, lo abro y me pongo a escuchar su banda sonora. ¿Cuántas horas podrías ocupar oyendo esta música? (Algunos discos son dúplex, y todos tienen pinturas en la fachada interior.) ¿Cuánto tiempo costó componerla, y a qué precio en arte y esfuerzo? ¿Cuánta historia de España, o de la canción popular, está grabada ahí dentro? Todo es numeroso en torno a Joan Manuel Serrat, quien a estas alturas, para hacernos la cuenta más difícil, se desdobla, firmando el disco o piso 30, Cansiones, como Serrat y su inverso heterónimo Tarrés.Aunque lo intentes, de este hombre cantante no se puede huir. A continuación les cuento la historia de mi propio intento frustrado.

A la música no se le tiene afición. La música es una piel del mundo que te acostumbras a sentir -desde los primeros ecos de la razón- preponderante y superflua, hasta que un día, si ella quiere, te toca y se te pega, y ya no habrá manera de que te la quites de encima el resto de tus días. Por eso todas las manías musicales me parecen igual de nobles, aunque se tengan por Raphael o Rachmaninov, dos cimas del arte cuyo alcance siempre se me ha escapado. A mí lo que me gusta preferentemente es la llamada música clásica o culta, pero si en el metro va a mi lado una chica oyendo arrebatada en su discman a Marilyn Manson, que es un solista pop de voz arisca, lo celebro igual que si la canción fuese de Monteverdi. Lo alarmante es no tener piel de ningún tipo. O como lo dijo Shakespeare: "El hombre que no tiene música dentro (...) dado es a traiciones, saqueos y tretas", y su alma, "como la noche, es lúgubre".

La torre edificada por Serrat que hoy está ante mí empezó a levantarse en mi adolescencia, que casi fue la suya, pero yo no solía ponerme bajo su sombra. Serrat tuvo desde muy pronto un arrastre triunfal demasiado arrollador y demasiado grande para mi gusto, más inclinado a lo lateral y lo inaccesible. Pero las músicas te eligen, porque son muy voraces, algunas. He repasado mi vieja colección de vinilos y no tengo más que un disco de Serrat, Cançons tradicionals, una joya del 68, recuperada, claro, en esta monumental reedición de los 30 pisos compactos que ha hecho el sello BMG, y en la que me agrada mucho ver el nombre de Ros-Marbà como arreglista. ¿Soy el único español que en toda su vida sólo ha comprado un disco de Serrat?

Lo que sí soy, como todos los españoles vivos y grandes cantidades de latinoamericanos, es un sujeto pasivo pero a menudo gozoso de la música de Serrat, el producto involuntario de una educación sentimental y melódica impartida pieza a pieza, supongo que también sin querer, por este cantautor de cantautores.

Paso la mano por los pisos y leo al azar, mientras el aparato de música suena, las letras reproducidas en el libreto. ¿Leer? No hace falta. Nací en el Mediterráneo y tu nombre, ara que tinc vint anys, ara que encara tinc força, me sabe a yerba, mientras llega Penélope con su bolso de piel marrón, y sus zapatos de tacón, y su vestido de domingo. ¿Cómo teniendo hasta hoy sólo un disco y no habiendo ido nunca a un concierto suyo me lo sé de memoria? Serrat es una unidad de destino, un compuesto alquímico portentoso, un síndrome nacional y bilingüe para el que no se ha encontrado antídoto.

Tú puedes, si lo tuyo es el campo de la canción de autor,preferir a Sabina o a Martirio, a la Belén, a Aute, a Javier Gurruchaga. Negarte a ponerte sentimental -porque la música que te gusta tiene espinas y a veces hasta es dodecafónica- con el estribillo de esos locos bajitos o de Manuel, que nació en España y su casa era de barro. Nada. Pasarán otros 30 años, nos caerán encima otros 30 pisos y, lo quieras o no, Serrat seguirá envolviendo tu vida con una piel escéptica, romántica y resistente que no hay manera humana de quitarse del cuerpo.

Toda la cultura que va contigo te espera aquí.
Suscríbete

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
RECÍBELO

Archivado En