Tribuna:SALUDTRIBUNA SANITARIA

Ciencia y empresa, la otra cara de la moneda

La publicación en este diario de que más del 90% de la investigación médica se orienta a la mejora de la salud de los habitantes del primer mundo y deja de lado los gravísimos problemas sanitarios que afectan a los habitantes de los países en vías de desarrollo (ver EL PAÍS del día 3 de mayo de 2000), dejó huellas profundas en las conciencias de muchos ciudadanos de bien. Y, sin duda, no es para menos. Entre los múltiples autoengaños con que mitigamos el dolor que nos produce la enorme desigualdad que existe en el planeta -de alguna forma hay que seguir en el camino- se encontraba la creencia ...

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La publicación en este diario de que más del 90% de la investigación médica se orienta a la mejora de la salud de los habitantes del primer mundo y deja de lado los gravísimos problemas sanitarios que afectan a los habitantes de los países en vías de desarrollo (ver EL PAÍS del día 3 de mayo de 2000), dejó huellas profundas en las conciencias de muchos ciudadanos de bien. Y, sin duda, no es para menos. Entre los múltiples autoengaños con que mitigamos el dolor que nos produce la enorme desigualdad que existe en el planeta -de alguna forma hay que seguir en el camino- se encontraba la creencia de que la ciencia, benefactora de la humanidad, ayudaría a prevenir o curar muchas de las enfermedades de los países pobres (malaria, esquistosomiasis, tuberculosis, leishmaniosis...).Sin embargo, ahora resulta que estas enfermedades siguen sin solución sencillamente porque apenas se investiga en ellas. Y los datos que aparecen en el artículo son contundentes y en absoluto sorprenden a los que conocemos un poco el mundo de la medicina. A modo de ejemplo, basta recordar que en el vademécum español hay más de 50 fármacos con actividad ansiolítica o antidepresiva, muchos de ellos de reciente desarrollo y comercialización. Por el contrario, la leishmaniosis (una enfermedad que, según la OMS, afecta a más de 12 millones de personas en todo el mundo) se sigue tratando con el mismo producto (sales pentavalentes de antimonio) desde 1935.

¿Son culpables las empresas farmacéuticas, que carecen de piedad y no investigan las enfermedades de los pobres? Pienso que no. No sería razonable esperar que empresas, en su mayoría multinacionales y altamente competitivas, orientasen sus políticas de I+D a ámbitos donde no hay negocio. Parece lógico que sea la investigación de los países más avanzados, financiada con fondos públicos, la que luche por resolver estos problemas.

De hecho, la investigación es una estrategia universal, un arma colectiva para hacer un mundo mejor, y no conoce fronteras; sin embargo, las políticas de investigación de los países ricos se orientan de forma decidida en la dirección contraria. Para nuestros políticos, la investigación es, fundamentalmente, un elemento de la competitividad de las empresas. Sencilla y llanamente. Cada vez se habla menos de investigación y de ciencia y más de "desarrollo tecnológico" e "innovación empresarial", como si fueran sinónimos.

El nuevo Ministerio de Ciencia y Tecnología (su organigrama, los perfiles y declaraciones de sus responsables, sus prioridades, su ubicación en el antiguo Ministerio de Industria y Energía) es un reflejo nítido de la concepción que tiene el partido del Gobierno de la política científica. Concepción que coincide en lo esencial con la política científica que hace Bruselas y, en buena parte, con la que hace la Generalitat de Cataluña.

El nuevo catecismo es simple: hay que obligar a los investigadores de los centros públicos a trabajar en los temas que marcan las empresas y a presentar proyectos de investigación conjuntamente con las empresas. Hay que traducir de forma rápida las inversiones en I+D en productos nuevos, en innovación empresarial, en cuotas de mercado de "nuestras" empresas. No discutiré la necesidad de conectar universidades y centros de investigación con el tejido empresarial: es imprescindible y muy beneficiosa.

Sin embargo, la investigación es mucho más que un instrumento de la competitividad empresarial. Orientar la investigación financiada públicamente sólo a las prioridades empresariales inmediatas es un desacierto. Numerosas voces más cualificadas que la mía ya han denunciado el error que supone no invertir suficientemente en investigación básica.

Otro efecto adverso de esta política es la desatención de los problemas de los menos favorecidos económicamente, el abandono de aquellos temas que no suponen negocio empresarial. Sería deseable que diferentes colectivos sociales alzaran su voz en contra de estas políticas científicas cada vez menos solidarias. Como ha hecho el Foro Global en su Informe sobre investigación sanitaria 2000. Para que, al menos, no nos digan que ésta es la investigación que pide la sociedad; confundiendo de nuevo sociedad con mundo empresarial.Lluís Ferrer es profesor en la Universitat Autònoma de Barcelona.

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