Tribuna:CRÓNICAS

Los dueños de la verdad

Ahí está la fotografía de José Ramón Recalde en las primeras páginas de los periódicos. Enfundado en los dramas blancos de la guerra, está vendada su mandíbula, en sus ojos reside el instante larguísimo de un interrogante sin destino, y lo llevan al hospital, sin gafas, perplejo, como si le hubieran despojado del horizonte de la mirada y estuviera ahí, clavado en su pregunta, ¿por qué?, pero no su por qué, sino el por qué de todos. Detrás de esa fotografía queda el minuto de las balas, una sola basta para acabar con la vida de un hombre, un golpe seco que de este modo suele poner la palabra fi...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

Ahí está la fotografía de José Ramón Recalde en las primeras páginas de los periódicos. Enfundado en los dramas blancos de la guerra, está vendada su mandíbula, en sus ojos reside el instante larguísimo de un interrogante sin destino, y lo llevan al hospital, sin gafas, perplejo, como si le hubieran despojado del horizonte de la mirada y estuviera ahí, clavado en su pregunta, ¿por qué?, pero no su por qué, sino el por qué de todos. Detrás de esa fotografía queda el minuto de las balas, una sola basta para acabar con la vida de un hombre, un golpe seco que de este modo suele poner la palabra fin, ya no hay más, el lugar sin retorno; pero él logró salvarse a la puerta de su casa, subió por su propio pie las escaleras y le dijo a su mujer, la librera Castells, la noticia de lo que había sucedido: "Me dispararon, pero estoy bien". Sin vuelo en el verso, decía Hierro para explicar la precisión de las noticias, sin vuelo en el verso. Hierro también lo escribía así: "No he dicho a nadie que he estado a punto de llorar". Sin vuelo en el verso: me han querido matar, pero aquí estoy, terrible situación la de la vida cuando tampoco es tuya, unos tienen la pistola, la ponen en la nuca, en la sien o en la boca -en la boca- y hacen lo que hizo el sapo iscariote y ladrón; son como el sapo iscariote y ladrón, tienen la pistola, la ponen en la nuca, en la boca o en la sien, matan si no estás de acuerdo. No es cualquier cosa; buscan la muerte de los otros: manos sucias que buscan la muerte.

La fotografía de Recalde. Los que le conocen pueden describirle bien: es pausado, cultiva la sabiduría y el pensamiento y esas pasiones lentas las conserva en sus ojos tranquilos, transparentes, que consisten en lámparas muy tenues, levemente marrones, con las que mira lo que pasa con cierta distancia, vasco y melancólico. Es de esos personajes que tú sabes, al mirarlo, que sería tu amigo de toda la vida y que le llamarías los sábados para que te diera fuerza para entender la semana, la vida entrante; explica la vida, eso es lo que explica Recalde.

El atentado que terminó en esa fotografía se produjo la misma tarde en que Fernando Savater y otros compañeros suyos, vascos y no, pedían solidaridad a los ciudadanos españoles y de todo el mundo para la plataforma ¡Basta Ya!, con la que quieren convencer a la ciudadanía de que hay esperanza más allá de la metralla. Savater, además, dio a conocer con ellos un manifiesto en el que eso se dice, "¡basta ya!". Va uno con ese manifiesto, pidiendo firmas, explicando lo que le sucede a la gente por vivir y por pensar fuera de lo que exigen los dueños de la verdad: "Gentes hay que van diciendo / ser dueños de la verdad. / La verdad no tiene dueño" (Pedro Lezcano, poeta, mañana cumple 80 años). Y en medio de la exposición de motivos -la libertad bajo metralla, el pensamiento sojuzgado, las conciencias suspendidas, la ciudadanía atemorizada-, uno advierte que aún hay que explicarlo, que no hay fuera de Euskadi el ruido suficiente, la comprensión necesaria del drama verdadero que sufren los que viven allí.

Y con ese manifiesto en la mano se fueron Savater y sus compañeros explicando lo que pasaba y tratando de poner palabra al silencio, el miedo sobrevolando las esquinas verdes de Euskadi. Como si fuera el eco inverso, esa sorda mezquindad que tiene la vida, al atardecer de ese mismo día, ¡Basta Ya! se hizo llanto de rabia, y ahí veías la otra fotografía, Savater desolado en medio de la clínica en la que su amigo, el profesor Recalde, hombre de palabras, era auxiliado por los médicos para que pudiera decir otra vez "¡basta ya!". Cuántos ya, cuántos más.

Recalde. Su esposa, María Teresa Castells, está en una tercera foto. Los dueños de la verdad de antes, los del fascismo anterior al de ETA, asaltaron varias veces su librería; ahora, desde hace años, los fascistas actuales aspan de nuevo con sus insignias y con su fuego su pequeño templo de palabras, en medio de una plaza en la que ella no quiere estar encarcelada. Pero ella posa orgullosa delante de la Librería Lagun, pero no desafía; simplemente confía en que en el futuro vuelva alguien a casa, su marido, su gente, con un libro en las manos y no con una bala. "Me han querido matar, pero estoy bien". Un libro en la mano y no una bala.

Qué desastre.

Toda la cultura que va contigo te espera aquí.
Suscríbete

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
RECÍBELO

Archivado En