Roncalli aborrecía la palabra 'cruzada'

"¡No pronuncie nunca esta palabra ante mí! Vengo de Constantinopla y sé bien cómo el recuerdo de las cruzadas basta para dividir a los cristianos". Esta severa advertencia de Juan XXIII al famoso padre Lombardi, un jesuita que recorría Europa en los años cincuenta ofreciendo charlas en olor de multitudes, llegó a oídos del general Franco apenas pronunciada, porque Lombardi era un admirador del nacionalcatolicismo español.Franco conocía que el cardenal Roncalli se refería a la guerra española de 1936 como "guerra civil" o "guerra fratricida", y nunca como "cruzada", pero le molestó sobremanera ...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

"¡No pronuncie nunca esta palabra ante mí! Vengo de Constantinopla y sé bien cómo el recuerdo de las cruzadas basta para dividir a los cristianos". Esta severa advertencia de Juan XXIII al famoso padre Lombardi, un jesuita que recorría Europa en los años cincuenta ofreciendo charlas en olor de multitudes, llegó a oídos del general Franco apenas pronunciada, porque Lombardi era un admirador del nacionalcatolicismo español.Franco conocía que el cardenal Roncalli se refería a la guerra española de 1936 como "guerra civil" o "guerra fratricida", y nunca como "cruzada", pero le molestó sobremanera el contexto en que se produjo el altercado con Lombardi.

El jesuita estaba en Venecia de mítines religiosos y fue invitado a cenar por el cardenal, que escuchó resignado la apocalíptica visión del jesuita sobre los peligros del socialismo y del mundo moderno. "Se resbala hacia lo peor", execraba Lombardi. Hasta que el cardenal, un hombre de mundo y gran amigo de los pensadores franceses Maritain, Bernanos y Gabriel Marcel, fervientes antifranquistas, le replicó que tampoco era para tanto. Lombardi se levantó, dio varios puñetazos sobre la mesa y gritó: "¡Las almas van al infierno y el Patriarca nos dice que las cosas van bien". Y abandonó el comedor con la amenaza de marcharse esa misma tarde de Venecia. Roncalli le siguió humildemente para convencerle de que no suspendiera su última conferencia.

Más información

Meses después, Roncalli era elegido papa con el nombre de Juan XXIII. Durante el cónclave, Giulio Andreotti acudió a cenar a la Embajada de España en Roma y, como llegara el juego de los pronósticos, dejó sobre la mesa el nombre de Roncalli. "Hice un papelón", escribió más tarde Andreotti recordando el sofoco del embajador al oír sus cándidas preferencias.

Archivado En