Tribuna:

Vísperas agitadas

En los próximos días la Europa de los festivales se pone a máxima velocidad. Se inaugura el Festival de Salzburgo con Los troyanos de Berlioz y el de Bayreuth con una nueva Tetralogía de Wagner. Los temas políticos normalmente salpican el teatro de la verde colina, pero este año también han llegado a la ciudad de Mozart. ¿Por la participación de la extrema derecha en el Gobierno austriaco? ¿Por una salida de tono de Gérard Mortier? No exactamente. La polémica ha partido de uno de los periódicos más afines a la línea actual del Festival de Salzburgo, nada menos que Le Monde...

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En los próximos días la Europa de los festivales se pone a máxima velocidad. Se inaugura el Festival de Salzburgo con Los troyanos de Berlioz y el de Bayreuth con una nueva Tetralogía de Wagner. Los temas políticos normalmente salpican el teatro de la verde colina, pero este año también han llegado a la ciudad de Mozart. ¿Por la participación de la extrema derecha en el Gobierno austriaco? ¿Por una salida de tono de Gérard Mortier? No exactamente. La polémica ha partido de uno de los periódicos más afines a la línea actual del Festival de Salzburgo, nada menos que Le Monde, con un artículo del 21 de junio firmado por uno de los cargos relevantes de la comunidad judía francesa, Jean Kahn; por un hijo de Wieland Wagner, el controvertido Gottfried, y por un periodista, Philippe Olivier. Los tres insinúan que la programación de Los troyanos es un guiño de Mortier a Haider, dado el canto al poder absoluto, dicen, que se desprende de esta ópera. Lo que faltaba.La respuesta ha surgido en el mismo Le Monde el pasado 8 de julio, con varios artículos al alimón, uno de ellos, bastante prudente por cierto, del propio Mortier; otro compartido por el presidente y el vicepresidente de la cadena televisiva Arte defendiendo con ahínco por qué van a retransmitir esta ópera, y otro del musicólogo Peter Bloom, tratando de hacer justicia al desafortunado Berlioz. Están de acuerdo todos en que Los troyanos es, por encima de todo, una obra de arte y señalan que estaba programada varios años antes de la llegada de Haider. Era evidente.

Se las prometía muy felices Salzburgo con un festival montado en torno a la guerra de Troya y el amor, presentado por un intelectual de la finura de Edward W. Said, y con un ambiente sorprendentemente moderado a pesar de los recortes presupuestarios. Las actuaciones propiciadas por Mortier ante el nuevo clima político se limitan a dos: un concierto preinaugural alrededor del orientalismo en la música occidental, organizado por la Abu-Ghazaleh Intellectual Property (AGIP), con páginas de Rimski Korsakov y Rodrigo entre otros, y con el estreno mundial de Le Rovine di Palmira, del compositor italiano Alberto Colla; y una fiesta-concierto-mitin en la última semana del festival, con teatro popular, músicas tradicionales y modernas de Austria, desde las antropológicas hasta Schönberg o Strauss con el Klangforum de Viena, y como colofón varias declaraciones a favor del espíritu democrático de Austria por Jack Lang, Amin Maalouf o Peter Sellars.

Por todo ello, el debate central no es poner o no poner un veto al festival de Salzburgo por los condicionamientos de la nueva situación en Austria, sino tratar de mantener y apoyar su riqueza intelectual y artística desde una resistencia en consonancia con la tradición de calidad y creatividad. En Salzburgo, durante las próximas semanas se estrenará un ópera de la finlandesa Kaija Saariaho, se rendirá homenaje a Wolfgang Rihm, o se presentarán nuevos montajes de óperas de Mozart de la mano de directores conflictivos, pero en ningún caso banales, como Neuenfels o el matrimonio Herrmann. No es nada de esto como para escandalizarse por una regresión, sino en todo caso para mantener viva la ilusión artística del riesgo cultural.

Mientras tanto, en Bayreuth aguardan expectantes El anillo del Nibelungo del cambio de siglo, entre problemas de sucesión artística de la familia Wagner. En Salzburgo y Bayreuth comienza, pues, el espectáculo. El mundo centroeuropeo, gracias a la ópera, mantiene la lengua absuelta y la antorcha al oído, mientras retorna Virgilio de la mano de Berlioz y vuelve a sonar el ritual del ocaso de los dioses.

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