Barenboim triunfa en el Teatro Real con 'Tristán e Isolda'

Once minutos de aplausos corroboran el éxito del director argentino en Madrid

Muchos lo vieron como la verdadera reinauguración del Teatro Real. Todos como una de las grandes noches de ópera vivida en Madrid desde ni se sabe los años. Ayer Daniel Barenboim, uno de los músicos más grandes del mundo, esparció el filtro del amor a este arte con su versión de la ópera de Richard Wagner Tristán e Isolda. El público aplaudió durante 11 minutos al final del estreno.

Las 260 personas entre músicos de la orquesta, cantantes, miembros del coro y técnicos de la Deutsche Staatsoper de Berlín que viajaron con él desde la capital alemana para poner este espectáculo en pie pued...

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Muchos lo vieron como la verdadera reinauguración del Teatro Real. Todos como una de las grandes noches de ópera vivida en Madrid desde ni se sabe los años. Ayer Daniel Barenboim, uno de los músicos más grandes del mundo, esparció el filtro del amor a este arte con su versión de la ópera de Richard Wagner Tristán e Isolda. El público aplaudió durante 11 minutos al final del estreno.

Las 260 personas entre músicos de la orquesta, cantantes, miembros del coro y técnicos de la Deutsche Staatsoper de Berlín que viajaron con él desde la capital alemana para poner este espectáculo en pie pueden estar contentos, ayer el público madrileño levitó y lo agradeció con muchísimos aplausos.Salió el maestro argentino, se sentó como presto para darse un gran banquete musical, blandió su batuta y al final de la overtura del primer acto el público ya estaba a sus pies. En el atril Barenboim sólo hizo colocar servilletas de papel para limpiarse el sudor. ¿La partitura? Ni rastro de ella. En el ensayo general la sacó, pero no la abrió, y en el estreno la dejó en el camerino. Todo estaba en su cabeza, suficientemente lúcida para registrar cada una de las notas que debían dar los 102 músicos de la Orquesta Staatskapelle de Berlín, que ayer dio un gran espectáculo musical para hacer realidad la ópera creada por Wagner estrenada en 1865 en Munich, y que está considerada una de las grandes obras musicales de todos los tiempos, además de ser una pieza precursora de la ópera contemporánea.

Ya en el primer acto Barenboim y los intérpretes de este montaje -encabezados por Siegfried Jerusalem, como Tristán, y Elizabeth Connell, como Isolda- recogieron cinco minutos de bravos y aplausos como no se habían oído en el teatro madrileño desde su reinauguración hace tres años. Algunos como el socialista Alfonso Guerra se presentaron por primera vez en el coliseo madrileño, porque, según él, "para mí ésta es la verdadera primera gran noche de este teatro".

Allí estaba también el reconocido melómano y presidente de la Comunidad de Madrid, Alberto Ruiz-Gallardón. "Es la noche más importante de este teatro desde que se reinauguró", aseguró. "A partir de ahora vamos a intentar que el nivel no baje del de esta noche, cosa que será fácil, porque la calidad, una vez que la pruebas, luego no te contentas con cualquier cosa". Y si encima la calidad va acompañada de buen precio, mejor que mejor.

Lo que llaman el paquete Barenboim, que durante dos semanas llenará la programación del teatro con este montaje, un Don Giovanni, de Mozart, que se estrena el martes próximo, y un concierto con dos sinfonías de Beethoven, ha costado 400 millones. Poco, a tenor del éxito cosechado ayer, si consideramos que el montaje de una ópera de producción propia cuesta 300 millones. Los responsables del teatro han debido de tomar nota, porque al parecer, el maestro, considerado hoy por hoy el director de orquesta con la mejor concepción wagneriana del momento -qué sutil venganza la de este judío superdotado para el controvertido compositor antisemita reconoci-do- aparecerá por el Teatro Real por lo menos tres temporadas seguidas. Habrá que ver si a los próximos debus de Barenboim en el teatro acude algún ministro de Cultura, porque para la noche más importante de la temporada musical en España no se vio a la ministra en prácticas, Pilar del Castillo.

Tan sólo lucía por allí Ángel Acebes, quizás por aquello de hacerle justicia al evento. Justicia como la que reclamaron ayer más de 40 acomodadores de este lugar, que se tiñeron los pelos de verde, azul, amarillo y rojo para llamar la atención al público, al tiempo que les sentaban en sus butacas, sobre su situciación laboral en el teatro. Dependen de una empresa de trabajo temporal, que subcontrata a su vez el Real, algo que, según ellos, clama al cielo al ser éste una institución pública.

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