La quimera de oro

Estrenada ayer mismo en las principales ciudades españolas, Tierra del Fuego, del chileno Miguel Littín, reincide en una de las grandes coordenadas sobre las que ha basado gran parte de su irregular, influyente y a veces apasionante filmografía: la historia y las historias personales, el choque entre la biografía individual de los hombres y los grandes momentos colectivos. Recuérdese desde El chacal de Nahueltoro, su primer filme (1968), hasta Sandino, pasando por El recurso del método y Alsino y el cóndor.Basándose en un relato de un gran escritor chileno poco conocido en España, Francisco Co...

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Estrenada ayer mismo en las principales ciudades españolas, Tierra del Fuego, del chileno Miguel Littín, reincide en una de las grandes coordenadas sobre las que ha basado gran parte de su irregular, influyente y a veces apasionante filmografía: la historia y las historias personales, el choque entre la biografía individual de los hombres y los grandes momentos colectivos. Recuérdese desde El chacal de Nahueltoro, su primer filme (1968), hasta Sandino, pasando por El recurso del método y Alsino y el cóndor.Basándose en un relato de un gran escritor chileno poco conocido en España, Francisco Coloane, con un guión que firma al alimón con dos importantes hombres de letras, el guionista italiano Tonino Guerra y el novelista Luis Sepúlveda, Littín aborda la peculiar historia de un alucinado, el aventurero e ingeniero Julius Popper, quien hacia 1850 llegó al sur austral chileno para reivindicar la posesión de la Tierra del Fuego para el reino de ¡Rumania! Obseso, iluminado y sanguinario, exterminó indios onas, buscó oro que no existió, hasta acabar sus días a manos de un sicario de los propietarios rurales de la zona: irónico fin para quien dijo obrar en aras del progreso en su ancestral enfrentamiento con la barbarie.

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Con producción multinacional (España, Chile e Italia), un elenco encabezado por Jorge Perugorría, Ornella Muti y Nancho Novo y un punto de vista claro respecto a quiénes fueron las víctimas reales de la locura de Popper, Littín demuestra sus aptitudes para mezclar con habilidad la puntillosa reconstrucción histórica y hasta etnográfica con la estructura fílmica de la aventura. A veces los ingredientes de tal mezcla se combinan con dificultad y la ausencia de un punto de vista único y fuerte hace que la narración parezca algo errática.

Pero su lectura histórica es tan correcta como irónicamente ejemplar, su mirada captura brillantes paisajes de esa tierra del fin del mundo, su aliento épico sigue funcionando como siempre.

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