Tribuna:FÚTBOL La octava Copa de Europa del Madrid

'Cerdos y patos'

Los cerdos volaron. Decía John Toshack, si alguien se acuerda en este momento de aquel señor, que los cerdos volarían sobre el Bernabéu antes de que él rectificara. Bueno, acabó siendo el Madrid el que rectificó y, anoche en París, los cerdos se transformaron en águilas.Todos los jugadores del Madrid volaban anoche. Todos rindieron al más alto nivel. La entrega, la inteligencia, el coraje, la astucia, la habilidad, la concentración: lo que se exije de un futbolista, y en su máxima expresión.

Los del Valencia, de los que tanto se esperaba, fueron presa fácil. No estuvieron a la altura de...

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Los cerdos volaron. Decía John Toshack, si alguien se acuerda en este momento de aquel señor, que los cerdos volarían sobre el Bernabéu antes de que él rectificara. Bueno, acabó siendo el Madrid el que rectificó y, anoche en París, los cerdos se transformaron en águilas.Todos los jugadores del Madrid volaban anoche. Todos rindieron al más alto nivel. La entrega, la inteligencia, el coraje, la astucia, la habilidad, la concentración: lo que se exije de un futbolista, y en su máxima expresión.

Los del Valencia, de los que tanto se esperaba, fueron presa fácil. No estuvieron a la altura de la gran ceremonia anual del fútbol europeo. A Mendieta, que si hubiera marcado uno de sus famosos golazos y si el Valencia hubiera ganado podría haber sido candidato para el primer balón de oro del milenio, no le salió ni una jugada en toda la noche. Gerard no apareció.

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Angloma parecía un león enjaulado. Roberto Carlos, en cambio, dio la impresión de que si alguien le hubiera pedido que se corriera un maratón al final del partido, lo hubiera hecho -y de paso batido el récord mundial-. Helguera, que también corre pero antes piensa, se está convertiendo sigilosamente en el mejor defensa de Europa. Es como un imán. Atrae a todos los balones ofensivos del rival.

¡Y McManaman marcó un gol! Un gran gol. Tenía que ser la noche del Madrid. Porque el inglés es muy simpático, muy voluntarioso, pero no marca goles. Nunca los ha marcado. Ni siquiera hace pases de gol. Pero contra el Valencia hizo todo lo que suele hacer bien -no perder el balón, siempre estar disponible para un compañero en apuros- y encima se convirtió en el director de la orquesta madridista, en el rey del medio campo.

Ahora jugará en la Euroco- pa para la selección inglesa, donde nunca ha acabado de convencer. Más bien, siempre le ha ido mal. Posiblemente le vaya mal de nuevo.

Porque McManaman es como el Real Madrid. Cuando juega bien, juega muy bien. Cuando juega mal, juega fatal. ¿Cómo explicar el extraordinario partido que hizo anoche el mismo equipo, los mismos jugadores, que perdieron tres partidos de Liga seguidos en casa contra equipos que no tenían nada ni que ganar ni perder? ¿Cómo comprender en términos racionales el pobre, frustrante rendimiento del Valencia, el mejor equipo en la Liga española en el año 2000, el colosal vencedor del Barça y del Lazio, los dos grandes favoritos para ganar la Copa de Europa a principios de temporada?

Estas cosas no tienen explicación. La noche del 24 de mayo del año 2000 en París fue la noche que el destino eligió para el Madrid. Igual que para el Manchester en Barcelona hace un año. Con la diferencia de que el Madrid no ganó por suerte, sino por categoría. Los madridistas volaron pero los del Valencia ni siquiera pudieron despegar y se quedaron, como también diría Toshack, con las alas mojadas, como patos en el agua.

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